El hombre de la voz cantante. “Don Romualdo Mansilla, era de campo, de mucha personalidad”

 

Tengo el privilegio de tener en mi biblioteca-estudio más de mil ejemplares dedicados de puño y letra por su autores, caso creo muy poco frecuente, pues la gran mayoría pertenece a escritores patagónicos y generalmente amigos que la literatura me ha regalado.

Hay, por supuesto, varios de escritores y poetas extranjeros, de Francia, España, Italia, y de varios países de nuestra América, destacando como uno de los más valiosos un viejo ejemplar del Canto General de una vieja edición de Editorial Losada donde se aprecia la dedicatoria, la maravillosa rúbrica de Pablo Neruda con su característica tinta verde y la fecha del año 1969.

Recientemente, mi amiga, la escritora nacida en Maquinchao y radicada actualmente en Las Grutas, Aída Irma Verbeke, con su proverbial gentileza me obsequió tres de sus libros que se agregan a mi colección. Uno de ellos, “Las desventuras de Dulcinea”, cuyos textos me han divertido mucho.

Uno en especial titulado “Simbiosis”, aparte de lo divertido y ameno del mismo, creo que pinta a uno de esos personajes arquetípicos de nuestros pueblos, especialmente de nuestra querida Región Sur, y que yo –no identificado mucho con él, porque estamos en una época de valorización y de respeto de la mujer- pensé para mis adentros: “este es un hombre de la voz cantante, recio y que siempre tiene la razón, y más cuando no la tiene”. Ahora el relato de Irma:

“Don Romualdo Mansilla era un hombre de campo. Un personaje de esos que marcan en el andar su personalidad. Caminaba un metro delante de su mujer y era quién llevaba la voz cantante siempre, estuviera donde estuviera.

Cierto día llegó al hospital del pueblo con su esposa Teodora, que padecía de un tremendo cólico hepático. Como lo hacía siempre, él respondió todas las preguntas que hicieron  primero la enfermera y luego el médico, como si fuera él quien sufriera los dolores. No tardó mucho el facultativo en confirmar el diagnóstico gracias a los gestos que con dificultad hacía la paciente, luego de lo cual le proscribió los medicamentos apropiados. No obstante, antes de retirarse del hospital le ordenó a la enfermera la aplicación de una Buscapina compuesta inyectable.

Bajo la mirada atenta de Romualdo. Teodora se acostó en la camilla, la enfermera preparó su jeringa con la medicación indicada y luego de los tres golpecitos acostumbrados en la nalga, llegó el pinchazo y la pregunta de rigor: “¿Le duele, Teodora?”. El hombre anticipó, con seguridad asombrosa, la respuesta: “No, señorita, no le duele, ponga nomás”.

Anécdotas y personajes de nuestra región que nuestros escritores y poetas van dejando en el papel impreso para que caigan en el olvido.

Texto: Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta (Río Negro)

Foto ilustrativa

 

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