La historia de una guardia ambiental en Río Negro y un pingüino en Bahía San Antonio

Homenaje a una guardia ambiental en Río Negro: Helena Amira Mandado, protectora de Las Grutas.

Cuento inspirado en hechos reales

Amira y Tupac

Había una vez una joven guardaparque muy bella llamada Amira. Ella tenía una misión implicada en la protección práctica y preservación de todos los aspectos de áreas silvestres, sitios históricos y culturales. La conocimos en el del Sur de Argentina. Un lugar maravilloso llamado Las Grutas. Todo estaba bajo sus cuidados. La majestuosa fauna marina, sus lobos, sus teros, sus gaviotas y hasta una tortuga remolona. Pasaba día y noche con ellos. Atentamente se sentaba a contemplarlos mirando hasta el infinito horizonte. Donde se mezclaba el azul de las aguas del océano con el dorado sol.


Tantas horas pasaba observando cada cambio, cada arribo de otras especies, que no se dio cuenta que pasó a ser parte del paisaje. La naturaleza que era muy sabia. La tomó como propia. Un alma marina.


Sin darse cuenta pasó a ser Amira la amiga de los animales. Un día, contemplando el océano, observó los grandes lobos que se reunían todas las mañanas cuando apenas salía el sol en unos peñascos. Sintió una profunda nostalgia por su tierra natal, la provincia de La Rioja. Y una lágrima salada rodó por su mejilla. Y fue justo a caer en una de las tantas conchillas de la playa. A la noche el agua de la marea cubrió toda la playa y las olas curiosas la llevaron a esa lágrima hasta el fondo del océano.


Esa noche, las aguas se agitaron como nunca. Y parece ser que despertaron al rey del Océano que dormía plácidamente. Desde que Amira hacía su trabajo por él. Las aguas le llevaron lagrimita de Amira y comenzaron a gritar: ¡Amira está triste rey Océano, tenemos miedo de que se quiera ir!

¿Qué será de todos nosotros?


El rey se quedó pálido. Casi seco. ¡Silencio gritó! las tuvo que hacer callar. Paren, no hablen todas juntas. Calmaos. Se tocó su corona de conchillas y dijo: ¡Tengo una gran idea marina! Tenemos que darle una alegría. Una satisfacción. Y después de un gran debate entre todos los animales y plantitas. Decidieron hacerlo. No hubo dudas ni ninguna objeción. Un toque de amor. Para que no desista. Ellos habían sido testigo de sus proezas y de sus sufrimientos.


El gran rey Océano temía que se fuese. Y no poder contemplar su belleza. Asustado, aterrado a vivir en soledad. El gran Océano tomó un pincel sin ningún color, Y dibujó un pingüino. Pero para diferenciarlo de los otros lo pinceló con unos rayitos tomados del sol. Le pintó un hermoso y sutil penacho amarillo. Contento con su obra maestra lo envió con una misión encontrar a Amira. Esté donde esté Amira ve y búscala.


El pingüino nadó y nadó. El joven e intrépido pingüino se dejó arrastrar por las inmensas olas. Fue justo a parar donde solía estar ella. Y allí venía ella esperando una bandada de aves que venían de Brasil. Siempre solía gritar de alegría al ver otras especies regresar.


El encuentro fue mágico. Amira al verlo se quedó muda primero. Luego se puso muy feliz. Su corazón comenzó a latir muy fuerte. Se acercó despacio para no asustarlo. Al verlo un poco lastimado no dudó en socorrerlo. Luego de curarlo, ella se sentó a pensar como ese ser diminuto había llegado a ella arrastrado por el inmenso Océano. ¡Qué valiente!

Amira, sabía que debía devolverlo a su destino. Decidió bautizarlo con un nombre que representara su gran valor y lo llamó Tupac, que quiere decir valiente.


Amira se encariñó mucho y sentía mucha empatía por él. Pero, sin dudarlo, decidió anteponer a sus propios sentimientos de dejarlo con ella. Y se dio cuenta que él no le pertenecía. Decidió no entorpecer su naturaleza decidió devolverlo a el rey Océano. Ese día Amira sintió mucha pena y algarabía al mismo tiempo.


Pero, sabía que Tupac debía volver a su camino. Y Tupac la volvió a sorprender dio varias vueltas como para despedirse como un conjuro. Alrededor de ella, antes de partir.

Agradeciendo sus cuidados, para luego extender sus alas y perderse en el horizonte. Otra vez unas lágrimas rodaron por su mejilla. Pero no sabía saladas. Eran tan dulces, como el amor.

Escritora. Claudia Orosmira Castillo
Email; orosmira@hotmail.com
Dedico este cuento a una guardaparque comprometida con la vida. Mi gran profundo respeto por su labor.
Señorita Helena Amira Mandado
La protectora de las Grutas.


Un abrazo de Franco, Santino y Tiziano. Gracias por cuidar de la naturaleza. En ese lugar tan inhóspito y bello.

Fuente: Área Natural Protegida Bahía San Antonio

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