En la antigüedad solamente se usaban los nombres, pero en la Edad Media surgió la necesidad de identificar a las personas por características que les eran distintivas de otras. Actualmente, en el país hay 348.288
Actualmente, es impensado carecer de un apellido, ya que es por excelencia lo que distingue a las personas (más allá de su personalidad o apariencia física). Podemos decir Leo y pensar en el actor Di Caprio o en Sbaraglia, pero cuando decimos “Messi” no hace falta más aclaraciones; como cuando leemos algo sobre Gardel. En esos casos, tienen peso propio aunque no sean los únicos portadores de esos apellidos.
Según la Real Academia Española, así se define al “nombre de familia con que se distinguen las personas” que proviene de la palabra en latín appellitāre, que deriva de “appellāre”, lo que significa llamar o proclamar.
Aunque desde hace siglos estemos naturalizados a su existencia, no siempre estuvieron sino que en la antigüedad, las personas tenían solamente un nombre, pero con el crecimiento de las poblaciones —sobre todos entre las más cercanas entre sí—, se producían confusiones al referirse a una persona y eso hizo necesario que esos fueran acompañados con una breve descripción de la zona u oficio distintivos. Aunque arrancó en Oriente, la vigencia se inició en Occidente. Desde entonces, el apellido es una de las marcas personales que hablan de un pasado y un futuro en común.
En Argentina, según un informe del Registro Nacional de las Personas (Renaper) de 2022, el 79% de la población se apellida igual que 500 o más personas.
La historia
Las series modernas y películas de Hollywood lograron que los grandes personajes bíblicos sean conocidos más allá de quienes profesan las religiones.
Personajes del Antiguo y Nuevo Testamento eran conocidos por su nombre y nadie dudaba de a quién se refería: Abraham, Moisés, Pedro, Juan, Mateo, Jesús, María y José, por ejemplo. No existía Un Abraham Pérez ni un José Delgado, por ejemplo.
Aunque el primer uso sucedió en China (en el año 2850 a.C) fue en Europa que se oficializó su uso porque durante la Edad Media nació la necesidad de identificar a las personas, sobre todo a los comerciantes o dueños de los inmuebles en los tiempos en que se afianzaban las operaciones comerciales. En la etapa inicial, lo usaban solamente los miembros de las clases altas.
“Con el tiempo, las comunidades se poblaban cada vez más y más, y surgían las dudas”, explica la museóloga Beatriz Genchi y ejemplifica:
—Llévale este mensaje a Juan.
— ¿Cuál Juan?—preguntaba el mensajero.
—Juan, el “del valle”— explicaba para distinguirlo del otro Juan, el “del monte”.
Según sus investigaciones, “los apellidos del Valle y del Monte, tan comunes hoy en día, surgieron como resultado del lugar donde vivían estas personas”, cuenta al referirse a los que se llaman “apellidos topónimos”, surgidos de la toponimia u onomástica geográfica. Esta disciplina consiste en el registro, catalogación y estudio etimológico de los nombres propios de un lugar.
A esa misma categoría pertenecen los apellidos Arroyo, Canales, Costa, Cuevas, Peña, Prado, Rivera, que hacen referencia a algún accidente geográfico y Ávila, Burgos, Logroño, Madrid, Toledo que provienen de ciudades españolas.
Para la gestora cultural y artista plástica de Bahía Blanca, otros apellidos se originaron gracias a alguna peculiaridad arquitectónica con la que se relacionaba una persona. “Si tu antepasado vivía cerca de varias torres, o a pasos de unas fuentes, o detrás de una iglesia, o al cruzar un puente, o era dueño de varios palacios”, describe sobre cómo surgen los apellidos Torres, Fuentes, Iglesias, Puente y Palacios.
También, el oficio de los antepasados fueron la marca para darles origen. “Quizás criaba corderos, cosechaba manzanas o tenía una finca de ganado”, dicen en referencia a los apellidos Cordero, Manzanero y Toro. Del mismo modo sucede con los surgidos durante la Edad Media en Europa (como Labrador, Pastor, Monje, Herrero, Tejedor, Criado o Vaquero) en referencia a los oficios, algunos hereditarios dentro del núcleo familiar, lo que facilitó la identificación de una determinada familia. En ese tiempo, se utilizaban construcciones gramaticales como “José, el Pescadero”; “José, el Delgado” o “José, el hijo de Rodrigo”, que pasaría a ser “José Rodríguez”.
En el caso de los romanos, que tenían 3 nombres, utilizaban un método conformado por tres denominaciones, la “Tría Nómina”: un praenomen (el equivalente al nombre de pila), un nomen (nombre gentilicio que indica la pertenencia a la gens, equivalente al apellido) y un cognonem (que se vinculaba a alguna característica física o psíquica de la persona o de alguno de sus antepasados, y que se convirtió en hereditario por vía paterna). Los ejemplos: el emperador Gaius Julios Caesar, se llamaba “Gaius”, pertenecía al grupo de los “Caesar” y era de la familia de los “Julius”.
“Otra manera de crear apellidos era a base de alguna característica física, o un rasgo de su personalidad o de un estado civil. Si no era casado, entonces era Soltero; si no era gordo, era Delgado; si no tenía cabello, era Calvo; si su pelo no era castaño, era Rubio; si no era blanco, era Moreno; si tenía buen sentido del humor, era Alegría; si era educado, era Cortés”, amplía en su investigación ¿Apellidos desde cuándo?, publicada por Pirámide Informativa.
Los apellidos toponímicos hacen referencia a lugares (aldeas, pueblos, ciudades, provincias, regiones, países) y están asociados a los gentilicios para designar el origen de una determinada familia como Ávila, Borobia, Tudela, España, Aragón, Barcelona, Lérida, Toledo,Valencia, Segovia, Villar/Vilar (pueblo pequeño, aldea), Padrón, Montilla, Carranza, entre otros.
De todas las procedencias, quizás la más curiosa sea la de los apellidos que terminan en “ez”, como Rodríguez, Martínez, Jiménez. “El origen es muy sencillo: -ez significa ‘hijo de’. Por lo tanto, González es porque algún antepasado era hijo de un Gonzalo; Rodríguez era hijo de Rodrigo; Martínez de Martín; Jiménez de Jimeno; Sánchez de Sancho; Álvarez de Álvaro; Benítez de Benito; Domínguez de Domingo”, enumera dentro de una lista más extensa de los surgidos en Europa.
En Argentina, Chile, Paraguay y Venezuela, el apellido más común es González.
De igual manera sucede con los apellidos en otras lenguas: Johnson es hijo de John en inglés (John-son); MacArthur es hijo de Arthur, en escocés; Martini es hijo de Martín en italiano.
“Es así como, poco a poco, durante la Edad Media, comienzan a surgir los apellidos, con la finalidad de diferenciar una persona de la otra. Con el tiempo, estos apellidos tomaron un carácter hereditario y pasaron de generación en generación con el propósito de identificar no solo personas, sino familias”, explica la especialista.
Ya entrado el siglo XX, los apellidos comenzaron a traducirse o a ser modificados sus significados originales. A eso se le suma que la inmigración provocó, en algunos casos, que la escritura original fuera alterada.
Los demás apellidos
Además de las características mencionadas para formar los apellidos se utilizaron los nombres de la flora, la fauna o las peculiaridades de una región en la que su portador habitaba, pero hubo otros relacionados con las etapas históricas.
Algunos tienen como raíz la influencia de la Inquisición y son apellidos compuestos como San Basilio, San Juan, San Martín, Santamaría, Santana, Santángelo, Santiago o en general aquellos que comienzan con San, Santa o Santo, Santos, Santi y Santis, nacieron, entre otros, surgieron cuando los sefaradíes, moriscos, gitanos y otras etnias debieron huir y cambiar de apellidos usando estos compuestos.
También están los castellanizados: son los que auqnue no tienen origen hispano sí tienen influencia castellana. Éstos fueron transformándose gramaticalmente a la fonética española. Comúnmente sucedió con extranjero radicados en España o en Hispanoamérica; con algunos de procedencia indígena de América, otros fueron los casos en que había similitud de lenguas como Branco, de Blanco o Freixeiro (del poblado de fresno).
Respecto a los apellidos judíos, el genealogista Manuel Trujillo Berges escribió: “Para algunos son apellidos de origen judío todos los apellidos de tipo toponímico o gentilicio, para otros todos los apellidos de tipo patronímico, para otros todos aquellos que se refieren a un oficio, para otros todos aquellos que comportan un nombre de santo o advocación mariana y para otros lo son todos los relativos a plantas y animales. Vamos, que según estas leyendas urbanas, evidentemente todas ellas falsas, son de origen judío prácticamente todos y cada uno de los apellidos de España”.
Argentina
Actualmente, en América Latina, el apellido González es el más registrado en Argentina, Chile, Paraguay y Venezuela.
Según un estudio realizado en 2021 por la Dirección Nacional de Población del Ministerio del Interior, en Argentina hay 348.288 apellidos distintos y los diez más populares son González, Rodríguez, Gómez, Fernández, López, Martínez, Díaz, Pérez, Sánchez y Romero. La mayoría de los apellidos predominantes tienen origen español aunque en algunas provincias prevalecen los Carrizo, en Catamarca, Castro en San Juan, Mamani en Jujuy; y Lucero en San Luis.
Entre los apellidos de las personas inmigrantes, la mayoría de ellas con apellido González nacieron en Paraguay (apellido más frecuente, entre no nativos, en CABA, y las provincias de Buenos Aires, Chaco, Corrientes, Formosa, Misiones y Santa Fe); mientras que aquellas apellidadas como Flores o Mamani lo hicieron en Bolivia (más frecuente, entre no nativos, en Catamarca, Salta, Jujuy, La Rioja, Mendoza y Tucumán). En la mayoría de las provincias patagónicas, las personas no nacidas en el país, los apellidos más frecuentes son González y Vargas, y son nacidas en Chile.
Además, tradicionalmente, sólo se utilizaba el apellido paterno y no el materno, pero el proyecto de ley impulsado en 2006 homologó esta particularidad a lo que ya sucedía en el resto de las naciones hispanas. Sin embargo, el Código Civil y Comercial estableció el uso de un solo apellido (de cualquiera de los padres) y de manera opcional el del otro miembro de la pareja.
Texto: Fernanda Jara, Infobae