Elogio del ajo: “Añade a las comidas su terrenal fragancia”

 

Hay en la Biblia rarezas, verbigracia,  cosas que solamente se nombran una sola vez. El primer ejemplo está en el libros de Números 11:5 en la Versión Reina Valera. A pesar de ser los ajos muy conocidos desde antiguo en toda la Medialuna Fértil son nombrados por única vez como un apetecible manjar cuando los israelitas estaban en Egipto: “Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos”.

Pablo Neruda, poeta de Chile, nos aconseja en su “Oda al caldillo de congrio”, para el deleite del buen yantar: “Ahora recoges ajos, acaricia primero ese marfil precioso, huele su fragancia iracunda, entonces deja el ajo picado caer con la cebolla y el tomate hasta que la cebolla tenga color de oro”. “El ajo –dice el vate- añade a las viandas su terrenal fragancia.

Mario Andrés Díaz Molina, de Linares, también en Chile en su “Oda al ajo” escribió: “Bailarina de trenzas brillantinas, / eterna resonancia del baile de los dientes. / Sabor telúrico de una sopa deseada. / Alegría humilde de una mesa pobre. / Invitado de honor en un banquete de alcurnia. / Esperanza que se come en ayunas. / Desfile de damas blancas / pasando por una eterna retina. / Delantales desprendidos de la desnudez de la tierra. / Astros flotando en el océano de la olla. / Besos que niegan su esencia / ante los labios vecinos. / Bocas volcánicas / que eructan l olor incorrupto de los campos”.

Por su parte, Adrienne, lo glosa majestuosamente: “Estás allá, en banquetes los más elegantes; / das vida a cada plato y haces bailar el gusto. / Ajo, eres el héroe aún de la literatura: / -¡Puedes dominar a Drácula! / Eres nuestro placer culposo; / Dicen en todo el mundo que te detestan, / pero queremos tu aceite esencial. / De veras, Ajo: ¡Eres el Rey de la Cocina!”.

Desde EEUU el vietnamita Mong Lan dejó su “Poema de amor para el ajo”: “Rosa maloliente / el olor embriagante / agrio picante / l más subestimado / orbe perenne / raíz bulbosa / luna incandescente / invocado como deidad por los egipcios / ajo / cada día contigo es otro día triplicado. / Desvestido de tu cubierta delicada / u crudeza fresca –escupiendo fuego- / te adoro, íntegro, / un temblor cuando te muerdo. / Eres un milagro medicinal, / luchando contra resfriados, disolvente de sangre, / antibiótico extraordinario. / El modo de comerlo crudo: amarlo: pelar la cubierta de placenta, / cortar en juliana para salsa / de pescado con ají y limón. Con tu palidez audaz y descubierta / te imagino en cada momento de cada día”.

Por su parte, se puede colegir que “en la universal novela de Cervantes siempre que se hace mención al ajo es para relacionar su olor con  la villanía. A ajos le duele a don Quijote la tosca y fea aldeana del Toboso, a ancas sobre una burra, que el iluso caballero toma por Dulcinea”.

Leamos: “Porque te hago saber, Sancho, que cuando llegué a subir a Dulcinea sobre su hacanea, según tú dices, que a mí me pareció borrica me dio un olor a ajos crudos, que me encalabrinó y atosigo el alma”.

El ajo es lo primero que don” Quijote proscribe a Sancho cuando parte a gobernar su ínsula, “Y las expresiones “harto de ajo” o “hijo del harto de ajos” son epítetos de villanos que Cervantes pone en boca de sus personajes”.

Ejemplos: “…don villano, harto de ajos, amarraos he a un árbol, desnudo como vuestra madre”; o la imprecación peyorativa “…bellaco, harto de ajos”; o “Mirad la tal por cual, hija del harto de ajos, y como va sentada y tendida en el coche”.

Sin embargo los historiadores refieren que el ajo en tiempos de don Quijote era un alimento de capital importancia, al menos como la cebolla”.

Yo, humilde escriba patagónico, añoro la mayonesa casera de ajo, hecha con huevo, aceite de oliva y ajo, batiendo todo en el mortero con suave mano de almaraz. Y extraño al vendedor de ajos que solía pasar por las casas del barrio ofreciendo su hermoso tesoro de dientes y cabezas en una trenza delicada y artesanal. Y la ristra no la tengo detrás de la puerta sino los ajos sueltos de una bandeja donde se enseñorean por toda la cocina.

En realidad, más que una crónica he compuesto un ditirambo. ¡Qué vivan los ajos!

 

Texto: Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta

 

 

 

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