La magia de aquellos trenes. Recorrían toda la Región Sur. Hicieron historia

 

¿Qué vecino de la Región Sur no recuerda el paso de los trenes por cada localidad? ¿Cuántas anécdotas quedaron en el recuerdo? ¿Y la esforzada dotación de ferroviarios que los atendía? ¿Y en cada estación los vecinos que esperaban ansiosos la llegada de los mismos?

Todo ha quedado en el recuerdo. Venidos a menos ya no cumplen las funciones que alguna vez tuvieron. Un adiós de pañuelos se quedó para siempre en sus andenes desolados y tristes.

El vagón comedor era una verdadera fiesta para pasar el ocio de los largos viajes y degustar las exquisiteces de su cocina. En un tiempo los vagones eran de primera y de segunda. Y ese boleto que el guarda picaba hoy es una reliquia de otros tiempos.

La parada en cada estación permitía estirar las piernas y si ameritaba comprar a los vendedores locales frutas, y otras menudencias.

La escritora y amiga Silvia Angélica Montoto de Lazzeri en su ameno y nostálgico libro “Así fue casi todo” deja un texto recordando la llegada de los trenes a su pueblo natal: Maquinchao.

Dice Silvia: “Quien haya compartido el espacio temporal de mi infancia en la Línea Sur, comprenderá seguramente el significado de la metáfora que encierra “El tren de los sueños”” –así tituló Silvia su relato.

“No era un tren común como los que incesantemente llegan y parten de las grandes ciudades, confundidos en una orgía de luces y ruidos alienantes… No, éste era nuestro tren. El que dos veces por semana nos traía el aire renovado de otros lugares, desconocidos, lejanos que sólo existían en nuestra fantasía como las imágenes de los cuentos de hadas. Nuestros ojos, en ese lugar solitario de la Patagonia, solo llegaban al confín de los cerros donde veíamos la agonía del sol en el enrojecido cielo del ocaso. El mundo estaba más allá. Nuestro tren venía de ese otro mundo”.

“Unía Buenos Aires con Bariloche y en el decir popular venía de “abajo o de arriba” teniendo como referentes la llanura o la cordillera”.

El que llegaba desde la Capital pasaba de madrugada y sólo estaban en el andén quienes esperaban algún familiar o alguna encomienda de urgencia”.

“Nos tocó muchas veces esperarlo por necesidad en algunos inviernos donde el viento helado nos azotaba la cara. Era una larga espera alrededor del brasero mientras giraban en ruedo el mate o el té en jarro para paliar el frío y el sueño. No nos rendíamos. El tren era algo importante”.

Llegaba por la noche más temprano, en cambio, cuando venía desde Bariloche y el andén era el lugar de una cita impostergable”.

“Algunos pasajeros, a veces niños como nosotros se asomaban a las ventanillas, nos miraban sin entender. ¿Quiénes éramos? ¿Qué hacíamos allí? ¿Qué esperábamos…?

“Nunca podrían comprender que esas imágenes casi virtuales, como fantasmas en la noche, eran la realidad de un mundo diferente”.

“…Y el tren partía después, como una sierpe de luces alejándose cada vez más hasta que las paralelas infinitas de los rieles rompían con las reglas de la geometría, para volverse un punto diminuto donde viajaban nuestros sueños…”.

“…Y volvíamos a casa… ¡Mañana volvería a pasar el tren!

“El tren también marcó en mi vida el límite entre la infancia y la adolescencia”.

“Fue aquel día en que mi destino se quebraba para indicarme otro camino por donde sin saberlo, ya no volvería para encontrar nuevamente en el andén, el rostro de mis viejos amigos, las callecitas de mi pueblo encanecidas de nieve y el viento trayéndome junto al aroma del monte los últimos resabios de mi niñez”.

Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta

 

 

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