Clemente Onelli: “Mil historias en mi casa sobre ruedas”. Por Guido Guaiquipi, trabajador vial

Y así como todos los días de invierno termino mi jornada de trabajo en plena ruta 23, arriba de la motoniveladora que con sus más de 20 operativos invernales encima, nunca “me deja a pata”. Frío, mucho frío. Ese que corta y requiebra la piel cuando se junta con el viento encarnado de la Línea Sur. Y sin más por hacer, con varias horas de trabajo encima, bajo un manto blanco de nieve que hace que el horizonte roce con la inmensidad, recorro con los dedos entumecidos los pocos metros que separan mi “casa temporal” de mis herramientas de trabajo.


Sabiendo que el frío intenso congeló todo el agua y el gas de “la casa”, subo los siete escalones de metal que dividen el calor de la intemperie. Con signos de agotamiento, entre las condiciones climáticas adversas y el trabajo realizado, abro la puerta de la casilla y al cerrarla el silencio se adueña de mí ser.


Silencio ensordecedor que combina el ruido del ambiente, la inmensidad de la montaña, el crujir del piso en cada paso que doy, las gotas de nieve y lluvia que golpean las paredes aisladas térmicamente para mantener el calor y el viento como una sinfonía constante a la cual mis oídos ya no responden. Busco calor y lo encuentro en la calidez de la hornalla que quema lentamente la pava con agua – casi congelada – para el mate y un par de rodajas de pan que le dan contexto a mi momento de descanso. Encuentro tranquilidad.

Me dispongo a recorrer esos cinco metros lineales que separan la cocina de la habitación para cambiarme la ropa mojada, pesada y desgastada por la rutina. Mi casa sobre ruedas, un espacio compuesto por dos ambientes – un comedor y una habitación – conectados por un baño de 1 m2. Dos cuchetas, un aire acondicionado frío calor que suele congelarse durante las heladas mañanas, frazadas de todo tipo y color, una radio, un ropero pequeño y una muda de ropa que denota las marcas del trabajo de cada día es todo lo que hay en la habitación.


Parece un pasillo eterno, un túnel interminable que me lleva a la privacidad en medio de la inmensidad. Mis días de invierno son así, entre la ruta y la casilla donde paso más de 20 días del mes; mi espacio donde pienso, reflexiono, vivo, río, lloro, recuerdo, aprendo, crezco, colaboro, descanso, trabajo.


Pocos entenderán que ser vial en medio de un operativo invernal no solo se trata de despejar las rutas y de mantener los equipos en condiciones para dar respuesta a las contingencias climáticas. Somos muchos a lo largo de todo el país los que luchamos todos los días con la soledad en medio de la inmensidad, rodeados de nada, en medio de todo.

Lugares olvidados curtidos por el frío y la nieve, siempre predispuestos a salir a trabajar, lejos de los afectos, cerca del calor de los recuerdos, apegados a la ilusión de que todo lo que hacemos es para mejorar el futuro de nuestras familias y de nuestras comunidades.

Yo soy Guido Guaiquipi. Esta es mi historia. Seguramente igual o parecida a la de muchos viales de la Patagonia. En medio de la Línea Sur de Río Negro, en Clemente Onelli, así paso mis días entre la ruta y mi casa sobre ruedas…

Guido Guaiquipi

Río Negro

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