Entre pitos y cachimbas. Por convicción, yo dejé de fumar. ¿Y usted?

 

En la adolescencia fumar el primer cigarrillo es un arte de magia mayor a pesar del desengaño inmediato y de la tos como respuesta inevitable. Porque fumar –una vez que se adquiere el hábito- como bien lo expresa el tango: “Es un placer genial, sensual”.

Si hasta pareciera cierto, como lo sugiere la propaganda, que el cigarrillo “es el amigo fiel” que nos acompaña en los momentos más difíciles de la vida. O que determinada marca “marca nuestro nivel”.

En la ciudad de Bahía Blanca, para ser más preciso en ámbito de la placita Brown -¡Cómo recuerdo sus moreras!- a media cuadra exacta del viejo edificio del Colegio Industrial de la calle Chiclana donde cursé mis estudios secundarios, con el primer cigarrillo entre los labios salí con otros condiscípulos hacia el tedio de las clases vespertinas. ¡Y qué hombre me sentía! Con él gran alacridad. Hombría. Señorío. ¿Placer? Tal vez.

¡Oh, delicia de los tabacales! ¡Y qué decir de las hermosas y coloridas marquillas! ¡Y del aroma acre del tabaco de aquellos “brasiles” que fumaba mi padre, negros y sin filtro, cuyas volutas de humo esfuminan los recuerdos de mis años jóvenes.

Y cómo no encenderlos después de almorzar o de cenar, anejos al café y la sobremesa con amigos. O cuando padres primerizos esperamos al primogénito, medrosos y llenos de inquietudes. O en la esquina predeterminada y feliz donde aguardamos la llegada de la primera novia, ya con veleidades de mujer.

El tabaco mariposa, los utensilios para armar, el papel de arroz, las boquillas con su exótico refinamiento de féminas fatales y ni hablar de las variedades de pipas que aún hoy se enseñorean como grandes señoras en los anaqueles de mi biblioteca.

¿Y del rapé, que me cuentan? Yo abro la pitillera de plata con mis iniciales en relieve para convidar a todos. O en momentos de estrechez meto mano en la chuspa de cogote de avestruz Para armar mi tagarnina de tabaco muy malo.

Visito el estanco donde venden las llamativas latas de tabaco rubio con aroma a chocolate, fragante y delicioso. Y el trono donde reinan los puros, que si son habanos tienen su nacencia en la isla con forma de lagarto. Su mágico ritual, la belleza terciada de las cajas, la tijerita redonda para despuntarlos. Y los toscanos, sus parientes pobres.

Estoy mirando el narguile que mi abuelo trajo consigo de allende el “país de los cedros”. ¡Cuánta nostalgia!

Los humos de Cabrera Infante, los atados fumados a mansalva por García Márquez en la bruma de su Macondo gris, los pitillos de Sabina, la pipa de Sartre, las volutas den gris mayor de Tennesse Williams.

Y los encendedores, las cerillas largas, la pipería dispuesta con sus instrumentos imprescindibles.

Nuevamente ha aumentado el precio de los cigarrillos ¡”Qué atropello a la razón”!

Para cumplir con las generales de la ley mi crónica también debe decir: “El fumar es perjudicial para la salud”.

Entre pitos y cachimbas, puchos y toscanos, habanos y tagarninas, sin habernos separado mal, a los cuarenta y siete años de mi edad y por propia convicción yo dejé de fumar. ¿Y usted?

 

Texto: Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta (Río Negro)

 

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