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¡Se murió mi pobre hijito!… ¡La peste de la “seca” me lo mató!… Le dijo llorando la humilde campesina al joven oficial que prestaba servicios en Paso de los Algarrobos, de La Pampa, mientras le mostraba a la pequeña criatura que tenía en sus brazos ya sin vida. Había sido destinado a ese Destacamento porque sabía operar la comunicación Morse y era personal único.
Voy a detenerme en este hombre, cuya vida bien podría novelarse y la que afortunadamente he podido conocer, para poner de relieve la misma, convencido que aquellos que lo conocieron quedarán tan sorprendidos como yo al enterarse de la trayectoria de este luchador nato.
Tenía un año y medio cuando su padre muere en un accidente laboral y a los cuatro años se queda sin madre.
Huérfano, lo recoge un matrimonio sin hijos que si bien le dio techo y comida no lo trató con amor y al llegar a la edad escolar lo internan en el Patronato de Menores de Santa Rosa. Allí permanece hasta terminar la primaria y en su adolescencia, vende diarios, lustra zapatos, trabaja en el campo, en una tintorería, reparte verduras, en lo que sea con tal de ganarse el pan decentemente.
En la vida de muchas personas suele haber un “clic”, un hecho tal vez fortuito, algo providencial, el destino o ¡qué sé yo!, que llegan a ser predominantes, a marcar un rumbo y cambiar una vida. Es lo que pienso que le ocurrió a Don Ángel Garay cuando se hizo amigo de un joven como él, que trabajaba en el Correo y al que le pidió que le enseñara el Código Morse, que aprendió casi como un juego.
Pasaron los años y llegó el Servicio Militar. En Junín de los Andes un oficial dijo: “Los que tengan sexto grado y algún oficio o profesión ¡un paso al frente!”. Tímidamente el conscripto Garay lo hizo diciendo “conozco el Código Morse y se trabajar con el manipulador”. Le hicieron una prueba que superó “con lo justo” y cumplió parte de “la colimba” transmitiendo mensajes comunes y cifrados.
Por su buena conducta y su labor fue cabo conscripto y recibió la baja antes del año.
“Me gustó la vida militar y mandé notas al Ejército, la Marina y la Policía de La Pampa, que fue la única que me convocó. Me dieron la ropa y como era medio telegrafista y sabía leer y escribir bien, me mandaron a un Destacamento recién creado, a Paso de los Algarrobos, que queda como a doce leguas de Santa Isabel”.
Para ese entonces los mendocinos construyeron el dique “El Nihuil” con la aguas del río Atuel y otros, dejando sin la misma a la provincia de La Pampa, principalmente los alrededores de Santa Isabel, lo que produjo un inmensa sequía que afectó arboles, cosechas, mató animales y tal vez haya contribuido a la muerte de la criatura que cité al comienzo. Aún hoy esa zona es un desierto, porque las aguas del Atuel, cuando llegan, apenas son un chorrillo.
El que ha sufrido y visto sufrir comprende el dolor de los demás. Por ello y por su corazón sensible, aquella mujer que llegó corriendo y llorando conmovió profundamente al joven policía. ¿Qué hacer?, ¿Como aportar algo para ayudar a esa pobre gente?
Pensó muchas salidas y al final valientemente se decidió por la, quizás, más disparatada; hacerle una carta personal al Presidente de la República, general Juan Domingo Perón. Para ello y en el afán de hacerla prolija, caminó las tres leguas que lo separaban de la Escuela Hogar para pedirle a la maestra Ana María Rojo que le facilitara su máquina de escribir. No fue sencillo plasmar sus sentimientos y explicar lo que ocurría con el asunto del agua, pero luego de varias lecturas la envió a Buenos Aires.
Para su gran sorpresa, tres meses después recibió una tarjeta de la Secretaría de Presidencia de la Nación comunicándole que su nota había sido girada a la Dirección de Agua y Energía.
¿Qué pasó con la carta?…lo contaré en una segunda parte que promete ser muy interesante ya que para no extenderme demasiado he tenido que dividir este escrito.
Texto: Comisario Inspector (r) Roberto Cancio, provincia de Río Negro
Foto: Paso de los Algarrobos
