Sacrificios en la vía. “Lito” Hernández: La historia de un ferroviario en la Línea Sur

 

Liberato “Lito” Hernández nació el 12 de agosto de 1934 en Aguada Cecilio, Línea Sur rionegrina.

“Porque mi padre era ferroviario allí. Él había trabajado cuando se venía haciendo la vía para este lado y se quedaron con mi madre a vivir allí. Yo nací allá y cuando tuve la edad pude llenar la solicitud e ingresé como peón de vía”.

Lito tiene el hablar pausado de la gente del Sur. En cada palabra hay respeto y conocimiento.

“Desde Bariloche a Bahía Blanca conozco toda la vía. Desde peón de vía hasta inspector casi al final de mi carrera. Para lograr la clase debí irme 2 años a trabajar a Pedro Luro y para ello me llevé la familia a cuestas. Luro era lindo pero los veranos demasiado bravos para un patagónico. A los dos años pedí traslado y nos volvimos otra vez a Jacobacci; esta ciudad nos brindó todo y vivimos con mi familia aquí desde el año ´75, excepto en los traslados”.

La charla con “Lito” es amena y con mucha educación me sigue contando.

“-Al catango casi nunca se lo valoró por su trabajo. Es el trabajo más sacrificado dentro del ferrocarril. El primero en llegar a un descarrilo y el último en retirarse del lugar. En la Línea sur hay mucho trabajo y lugares muy complicados para trabajar, agravados por el frío reinante –en Jacobacci hace 16 grados bajo cero- y los fuertes vientos que complican las tareas –sobremanera en los puentes- Cómo si todo fuera poco, los peores pagos del escalafón. Eso sí, nada atenta contra el compañerismo que en la vía es tremendo”.

Los que conocemos los lugares que comenta Liberato sabemos de la crudeza de los inviernos y los trabajos en situaciones extremas.

“-Comer en medio de la nada es un clásico. Para ello la cuadrilla tiene su cocinero que se va a la hora indicada para poner la olla de puchero, hacer un pedacito de carne a la parrillita o unos bifes, siempre a la leña y en medio de la nada. Solo una lona para intentar “atajar” algo el viento.

Cuando es la hora de la comida se dejan las herramientas, el personal forma una ronda y el cocinero va disponiendo plato a plato en el cual cada uno comerá y repasará con su pan hasta dejarlo limpio. Pocas veces el viento nos daba tregua y la tierra es “invitada” a cada plato… Un matecito amargo al final de la comida y un permiso para dormir 15 minutos apoyados en un montículo de tierra o en algún elemento que hace las veces de “almohada”, mientras el viento se ensaña con los pobres obreros y los castiga con la tierra patagónica”.

La Línea Sur se caracteriza por tener un clima semidesértico con fuertes vientos y pocos lugares en los cuales guarecerse de estas inclemencias. Los inviernos son muy crudos y las nevadas frecuentes en esa época.

“-Trabajar en los puentes es complicado porque a cada día hay viento. Los mantenimientos deben de realizarse de igual forma. Cambiar un durmiente en medio del puente del Nirihuau no es para cualquiera. Se debe de disponer a caminar por los durmientes con las herramientas al hombro.

También se llevan los materiales necesarios y unas cuerdas para cuando se quitan los durmientes poder amarrarlos y sacarlos porque los mismos serán reutilizados. Una vez que es quitado el durmiente viejo viene lo más complejo que es primero disponer el nuevo en el lugar adecuado. Una vez conseguido –sin dejar de lado los riesgos de trabajar en altura manipulando un durmiente de 80 kilos de peso- viene lo complejo de colocar los tirafondos.

Para ello, primero hay que hacer los agujeros en los lugares indicados y luego “tira fondear” con el agravante que el operario trabaja casi en el borde del durmiente con el riesgo de caer de varios metros de altura. Cabe destacar que el puente tiene más de 300 metros y no tiene barandas.

A la complejidad de la tarea, hay que sumar en viento que “hace flamear hasta al más puesto”. En una oportunidad un peón resbaló y cayó al río. Menos mal que era época en la cual el río traía agua –caso contrario se hubiese matado contra la tierra del fondo- De forma inmediata y sin dudarlo un compañero se tiró al río desde arriba del puente y nadando alcanzó al compañero que lo pudo tomar de la ropa y sacarlo a orillas del rio. Todos acudimos dar una mano. Hacer fuego y darle abrigo a los dos que más allá del accidente estaban mojados hasta la médula”.

Cuando uno habla con los protagonistas de la historia puede cobrar dimensión de las cuestiones que les toca pasar.

“-En otra oportunidad íbamos caminando con los muchachos y al pasar por un puente uno de ellos piso en un durmiente que estaba rajado con tanta mala suerte que se partió al medio en el momento que el compañero pasaba. El pobre muchacho pasó entre los durmientes y más allá de golpearse cayó al vacío hasta empaparse en el agua del arroyo. Afortunadamente lo pudimos rescatar, con golpes pero sin más. El catango aguanta cualquier cosa…”

En cada palabra hay un dejo de nostalgia por lo relatado y un “volver a esas jornadas extenuantes”.

“Cuando formaba parte de la cuadrilla volante nos tocó ir a colaborar en la restauración de la vía que una fuerte lluvia había arrasado cerca de Aguada Cecilio. Se traían tolvas de piedra y había que mover mucha tierra. El trabajo era agotador –y encima contra reloj para dar vía- Hubo que hacer vía nueva, desde el terraplén hasta durmientes rieles y eclisas. El agua a su paso se había llevado todo”.

Le pregunto a Lito si tiene recuerdos de trabajos en situaciones extremas. “¡Muchas veces! Una vez cuando el tren estaba ingresando a Pilcaniyeu había caído una tremenda nevada –con el agravante que no se ve nada ni se sabe lo que hay abajo- Cuando la maquina ingresó al lugar en donde estaba el paso a nivel, la nieve se había hecho hielo y la máquina de más de 100 toneladas se deslizó sin control por sobre el mismo. En ese caso haga de cuenta que camina sobre un vidrio y ¡Sin control!

Tuvimos que trabajar para quitar el hielo y armar un trozo de vía para “traer al tren” y encarrilarlo. ¡Y todo con la nueve arriba de la rodilla! Trabajábamos todos los días mojados y con un frío tremendo. Cuando se terminaba la jornada íbamos al coche vivienda para sacarnos la ropa mojada, ponernos ropa seca y tomar unos buenos amargos pegadito a la estufa. ¡Ni se sentían las manos!”

El que tuvo la suerte de recorrer la Línea Sur sabe de la crudeza de los inviernos en esa zona. El personal de vía lo sufre pero lejos de quejarse, agacha el lomo para darle y darle.

“Yo no tengo más que palabras de agradecimiento para el Ferrocarril. Es una empresa que siempre me trató con respeto y pude ascender dentro de ella. Trabajé 37 años. Tuve que estudiar y preocuparme –a mí me gustaba mucho la vía- primero fui capataz de cuadrilla y chofer de zorra para luego llegar a Inspector de Vía. Este puesto tenía mucha responsabilidad pero yo me llevaba bien con toda la gente que habíamos sido compañeros por ende me respetaban y siempre el trato fue de lo mejor”

Lito hoy disfruta de la paz de Jacobacci en compañía de su esposa, quien fue su fiel compañera acompañando a Hernández en cada destino que surgía.

“Quiero agradecer eternamente a mi esposa. Ella me siguió a todos lados. Desde O´Connor donde no había luz eléctrica ni agua potable, pasando por Perito Moreno, donde teníamos una linda huerta que cosechábamos de todo –además de tener a Bariloche a un paso-. También estuvimos en Pilcaniyeu y en Pedro Luro. Ella siempre me seguía con los chicos y supimos mantener la familia unida. Gracias a los sacrificios que hicimos todos hoy puedo decir orgulloso que los hijos han estudiado todos y se han recibido. Para una familia como la nuestra es un orgullo que así sea”.

Las mujeres de los ferroviarios merecen una página de oro en la historia del ferrocarril toda vez que siguieron a sus maridos a lugares que ni siquiera figuraban en el mapa y con casi nada sacaron las familias adelante brindando educación y estudio a cada uno de los hijos. ¡Son verdaderos ejemplos!

La charla va llegando a su fin –podríamos hablar cinco horas más toda vez que tiene mucho por contar- El modo ameno de hablar de Lito hace conocer a un hombre aplomado, sereno y con convicciones.

“-¿Si sería ferroviario si volviera a nacer? Claro que si, y ¡en la vía! A la vía hay que quererla y el catango se enamora de su trabajo ¿Sabe por qué? Porque sin vías no existe el ferrocarril, ahí está el verdadero secreto. Una vía en condiciones le brinda seguridad en la marcha de un tren y velocidades adecuadas a los tiempos que corren”.

Creímos que era la mejor forma de despedirnos, con estas palabras para conservar en un cuadro.

Lito, mil gracias por el tiempo y la charla. Fue un lujo poder llevarla a cabo. Un cariño especial para su familia de la cual tan orgulloso está y de mi parte ¡Gracias por tanto!

Un agradecimiento muy especial a Carlos Espinosa

que tendió un puente para llegar a Lito y es quien me pasó gentilmente la foto que ilustra esta historia.

Deseo de corazón puedan disfrutarla como lo hice yo en la entrevista y cuando me tocó poder escribirla.

Ariel Scolari

 Recopilador de historias de vida ferroviarias

Bahía Blanca

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