Río Negro: Hay que salvar a los loros barranqueros. “Se están muriendo mis amigos cotidianos”

 

Suelo repartir mis días entre Valcheta y el Balneario Las Grutas. Tengo el gran privilegio de vivir entre dos paraísos muy diferentes, pero iguales de gratos. Cuando siento la presencia del viejo arroyo mesetario o del mar del “golfo más azul del continente” siento una bonanza, como si el paisaje me completara y, en realidad, es así, porque de alguna manera nos condiciona y forma nuestro carácter. Compartir mar, valle y estepa no es poca cosa.

El gran Bajo del Gualicho y la misteriosa Meseta de Somuncurá custodian nuestros pueblos, que parecieran ser una verdadera arcadia en plena Patagonia. Es imposible no ser feliz, no tener un sentido de pertenencia en esta tierra hermosa que es nuestro lugar en el mundo y fue la cuna cálida de nuestros mayores. Es que es de bien nacidos agradecer por tantos beneficios, porque nuestra tierra es de un valor inmanente, consuetudinario.

Yo siempre sé decir que los escritores y los poetas estamos profundamente condicionados por nuestro entorno geográfico. Las tradiciones, el paisaje, las leyendas y sobre todo la gente, son la argamasa de nuestros textos. Pinta tu aldea y serás universal supo decir el gran León Tolstoi y ese es el principal compromiso de un escriba, ser fiel y traducir nuestro entorno sin abusar del color local, pero no olvidando jamás de dónde venimos y quienes somos.

La literatura de la Patagonia y de nuestra provincia es austera y prudente como su gente, sin adornos de miriñaque, sino breve y simple como es la tierra que nos abriga.

En Valcheta me saludan las alamedas, el agua que corre cantarina por las acequias, las tardes serenas y hasta el viento que corre y me despeina. En cambio, en Las Grutas el mar me recibe “con salvas de gaviotas”, al decir del poeta César Aladino Currulef. Al alcance de las manos me espera el Fuerte Argentino con toda su magia y su misterio de épocas pretéritas y distintas. Los médanos que trabajan incesantemente y las salinas del Gualicho me fascinan con sus llamadas ancestrales. Postales de mí querida provincia cuna.

Pero –y ese es el tema de esta crónica- una noticia me llenó de tristeza: se están muriendo los loros barraqueros, mis amigos cotidianos. Presentes todos los días en las arboledas de Valcheta o en los farallones de Las Grutas muy parlanchines me cuentan sus cosas y yo las mías. Les recomiendo que no hagan desastres en los sembrados ni en los cables y ellos de alguna forma me comprenden pero no me hacen mucho caso.

 El día del eclipse estaban muy desorientados, pobrecitos, daban lástima. Es que a ellos solo les importa su vida en comunidad y alborotar el ambiente con sus graznidos. Me pregunto ¿acaso los seres humanos somos diferentes?

 Ya sea en Valcheta o en Las Grutas las loradas me despiertan y me gritan: “Perezoso, ya es hora de levantarse”. Y yo les hago caso aunque tenga sueño atrasado.

Ellos son mis compañeros y mis hábitos cotidianos serían más aburridos si no los escuchara. Me gusta verlos en sus colonias porque son muy simpáticos aunque los chacareros no los aprecien mucho. Les recomendaría poner espantapájaros en sus maizales, pero dudo que puedan engañarlos.

En mi último poemario “Mester de cantoría” en una poesía gloso a mis amigos: “Otra vez en mi pueblo/ ahíto de tanto mar/ sus verdes alamedas/ me invitan a soñar.  Los loros parlanchines/ me gritan al pasar/ vaya a saber qué cosas/ tienen para contar.  El Cerro de la Cruz/ su magia singular/

Las calles conocidas/ y el regreso al hogar.  Las aguas del arroyo/ cantando su parlar/ y otra vez en Valcheta/ volvernos a encontrar.

 

Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta

 

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