Historias rionegrinas: Un joven de 18 años, esquilador y sus queridos abuelos

Ramón es un joven de campo, tiene 18 años, es moreno, de estatura media, delgado y ojos cafés. Desde las cinco de la mañana anda dando vueltas por el rancho, preparando un bolso con ropa y un colchón. A las siete lo pasan a buscar, va para una estancia a Santa Cruz. Lo llevan de esquilador.

Su abuela Jacinta se levantó unos minutos antes que él, es que le preparó unas tortas fritas y le guardó un pedacito de carne. Eso por si tiene hambre en el viaje y quiere churrasquear un poco.


La mamá de Ramón falleció hace unos años y desde entonces vive solo con sus abuelos. La de las mañas, Jacinta y el de los sabios consejos, Germán. Piensa en que va ser difícil dejarlos ahí, tan lejos, pero el dinero va ser necesario. Una sequía grande los dejó con muy pocos animales y trabajar el campo este año es complicado.

Las horas pasaron y la camioneta llegó a buscarlo. Escondiendo las lágrimas y con la garganta cerrada se despide. Es su primera vuelta con la comparsa.


Después de darle un beso a su abuela y un gran abrazo a su Tata sube a emprender su viaje. El camino se hace largo y mientras algunos duermen, él mirando el paisaje se pone a pensar que hubiese sido diferente su vida si su mamá estuviera con él todavía.

La extraña tanto como el primer día en que se fue. Su cariño, sus abrazos y palabras le hacen falta. Siempre se preocupó por verlo estudiar y para que tuviera más oportunidades que la de una vida de esfuerzo físico y poca paga.


Ella quería que fuera veterinario y él también quería serlo. Ama tanto a los animales y es que ¿Cómo no hacerlo? Si se crió con ellos, si mientras le daban la merienda, él le daba de comer a los guachitos.


Pero, bueno, llegar hasta la ciudad para estudiar no está entre las posibilidades que tiene, el alquiler es muy caro y sus abuelos no tienen más compañía que la suya, la de Ramoncito, como ellos le dicen. Si lo hiciera ¿Quién cuidaría a sus abuelos? El campo se quedaría solo y los animales abandonados.

Entre pensamientos y anhelos las horas pasaron y llegaron a la estancia, bajaron sus bolsos, colchones y se acomodaron en un frío galpón.

Y allí está junto a los muchachos, muchos jóvenes como él. Pelando ovejas, mateando entre risas y añorando mil cosas que quisieran tener. Cosas que serían posibles si la vida fuera más justa y las posibilidades más amplias. Pero igual ahí están, ahí siguen.

Y es que si hay algo que les enseñó el campo y los climas duros, es que todo trabajo mientras sea honrado, vale su esfuerzo y su sacrificio.

Otro pequeño cuento que escribí, a pedido de varios. Gracias por leerlos.

Como saben, los personajes son ficticios, pero la historia trata un tema que vive a diario el poblador rural.

Texto: Luciana Mirán (Viedma)

Imagen ilustrativa interior: pintor Alejandro Arnutti

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