Un médico de Misiones en Río Negro: íntegro, probo y profesional intachable

Eran tiempos difíciles a principios del siglo pasado para vivir en la Patagonia. La rigurosidad del clima, las rutas de ripio, sin comunicaciones y hasta sin luz ni agua potable, del gas natural ni hablar.

Por las noches alumbraban los ambientes los famosos “Sol del Noche” que había que mantenerlos y, a veces en los momentos más inoportunos, cambiarles la camisa.

Durante el día el calor de la cocina económica daba un cierto cobijo a los pobladores. Y el agua había que sacarlas de algún pozo. Bañarse era una odisea calentando el agua y preparando la tina. La ropa se lavaba a mano sobre las históricas tablas de lavar. Cuando llovía, las calles que eran de tierra en todos los pueblos se ponían intransitables.

Por aquellos años llegó a Valcheta, desde su Misiones natal, el doctor en medicina Raúl Pedro Fernícola. Traía poco equipaje, pero en su corazón el tesón y la voluntad de los pioneros. Hombre gentil y cultivado se supo granjear la confianza de casi todo el pueblo y de muchas localidades vecinas que venían a él para aliviar los males del cuerpo y muchas veces también los del alma.

Médico de los antiguos solía hacer la zona rural no dejando a nadie sin atender. Y muchas, pero muchas, veces operando a la luz de un farol. No solo daba las recetas, sino que para los más pobres y no tanto también las pagaba de su propio bolsillo.

No había en aquellos años sofisticados aparatos médicos, pero cuando el doctor Fernícola daba un diagnóstico rara vez se equivocaba.

Hombre querido y estimado supo ejercer como director del hospital que hoy lleva su nombre por muchos años y también fue médico policial.

Le gustaba mucho leer, la pintura de los grandes maestros y hasta sabía ejecutar la guitarra. También este hombre sabía cultivar el humor, como cuando preparaba una gran jeringa para asustar a los pacientes impresionables.

Eso sí, cuando recetaba las inyecciones no solo que las proveía sino que él mismo las sabía colocar.

A mí me atendió muchas veces y cultivamos una linda amistad cimentada por el respeto y por los años. A veces solíamos cenar en su casa. Y le gustaban mucho mis poemas y algunos artículos de opinión que yo sabía publicar por aquellos años.

Siempre estaba impecable: de camisa y corbata y el guardapolvo inmaculado que hería la vista de tan blanco. Sus zapatos brillaban de bien lustrados y cuando había barro en las calles el doctor Fernícola sabía usar unas “galochas” que creo fueron las últimas que yo vi. Me decía que eran muy prácticas y así no se enlodaban los zapatos.

Supo tener un Dodge Polara Blanco que nosotros apodábamos el “catamarán”, pero él estaba muy orgulloso de su vehículo.

A pesar de no ser un “nacido y criado” este médico de los de antes fue una verdadera institución de Valcheta. Sus pacientes tenían hasta veneración por su persona. Y no era para menos.

Desempeñó también cargos públicos y fue reconocida su militancia en el Partido Provincial Rionegrino.

Notas y conferencias suyas sobre temas médicos eran reproducidas en centros académicos e incluso afuera del país, en Estados Unidos por ejemplo.

Recibió innumerables premios y distinciones por su loable tarea de curar. Era un verdadero esculapio que supo hacer de su profesión un apostolado.

En una oportunidad –y es el motivo de este relato- Fernícola debía viajar en avión a Buenos Aires desde San Antonio Oeste y ya tenía el pasaje reservado, cuando en una vieja camioneta F 100 se acerca una familia de campo con una señora enferma para que la atienda el doctor. Este le comenta que eso es imposible porque debe salir ya para no perder el vuelo que tenía reservado. La buena señora le insiste y le responde que si ella quiere la deriva a otro facultativo. La señora se niega y le ruega –Por favor doctor, tóqueme así me sano. Fernícola se sorprende ante lo insólito del pedido pero como ya no tenía tiempo –medio en broma- la toca en el brazo.

El tiempo pasó y se encuentran nuevamente médico y paciente y la señora viene a agradecerle porque efectivamente después que la tocara sanó completamente de su enfermedad.

Él sabía contar esta anécdota con mucha emoción y se reía.

Así era el doctor Raúl Fernícola, un hombre íntegro y probo, un profesional intachable, un amigo de los que siempre faltan.

Jorge Castañeda

Escritor Valcheta

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