Cuarentena en Las Conchillas: Varias familias quedaron aisladas, pero no se hacen problema

Un matrimonio de la ciudad de Fernández Oro (Alto Valle) debe cumplir la cuarentena en la playa de Las Conchillas, ubicada cerca del Puerto de San Antonio Este, donde lo sorprendió el aislamiento preventivo y obligatorio que decretó el gobierno nacional el 20 de marzo para contener la propagación del Covid-19.

Salvo la nostalgia por no ver a sus hijos y nietos, Claudia Martínez y Celso Bustamante no dan muestras de padecer la imposición sanitaria. Cierto es que no pueden disfrutar del mar y sólo se conforman con verlo de lejos, porque el municipio prohibió la permanencia en los sectores de costa y sanciona con 150.000 pesos de multa. Pero, se deleitan con la postal azul, el silencio que parece aturdir y la tranquilidad a la que es sencillo habituarse, a lo que ellos ya han experimentado.

Cuentan que como en las últimas temporadas, llegaron al Puerto para recibir el nuevo año (diciembre 2019) y pasar el resto del verano en la playa misma.

Conocedores de las condiciones agrestes del lugar, llegaron bien equipados: una cómoda casilla, paneles solares, un generador eólico y el resto de lo necesario para hacerle frente al sol, el viento u otros eventos climáticos, además de abundantes provisiones.

Instalaron campamento a la altura de Saco Viejo, un floreciente lugar compuesto por casas de veraneo en su mayoría. Tenían, a uno y otro lado, centenares de vecinos con motorhomes, casillas y carpas, que se ubican a lo largo de los cerca de 10 kilómetros de costa.

Para esto ya habían logrado amistad con otros visitantes y ocupantes de las viviendas del barrio. Justamente, la dueña de una de las casas volvió en febrero a su residencia en San Luis y les pidió que cuidaran el inmueble.

Pasaron las vacaciones, los turistas comenzaron a partir e irrumpió el coronavirus con sus medidas restrictivas. Pero ellos quedaron.

La mujer puntana los llamó y les dijo que ocuparan la casa, ya que permanecían en la casilla en la playa. Ahí están, junto a otras 19 personas en el pequeño poblado de la vista privilegiada.

“Tranquilos”, coinciden. “Esperando que pase esto”, agregan sin exhibir desesperación por volver. Extrañan a sus dos hijos que viven en Fernández Oro y la sobrina “que es otra hija” que está en Cipolletti, y a los cuatro nietos.

Como no es buena la señal telefónica, deben buscar los lugares estratégicos para encontrarla. La cúspide de un médano es un buen sitio. El martes fue el cumpleaños de Teo, uno de los nietos, y planeaban una teleconferencia familiar. Después, seguir sus días de aislamiento frente al mar.

El mendocino que no se quiere ir

En los últimos días, el municipio de San Antonio Oeste hizo un censo en el barrio Saco Viejo, como se llamó en sus orígenes la zona del Puerto del Este. Claudia y Celso adelantaron que son 20 personas en total. “Ocho parejas y cuatro solteros”, precisaron.

Entre ellos permanece un matrimonio de Rosario que también quedó por la pandemia. Habían alquilado una casa, cuyo dueño consideró la medida de emergencia y les hace un buen descuento.

Uno de los solteros es Marcelo González, un mendocino de 67 años. Es el único que reside en la casilla que tiene en la playa. Hace 30 años que veranea en Las Grutas y está enamorado de la zona. Tampoco se hizo problemas cuando le advirtieron que no podría circular.

Trabajó buena parte de su vida en una bodega, y está jubilado. Se hizo amigo de Claudia y Celso, a quienes suele frecuentar. También de pescadores artesanales que tienen su base de operaciones junto a su campamento.

Marcelo coincide que la belleza del lugar es asombrosa y que la tranquilidad es impagable. Acá se quiere quedar con o sin pandemia.

Texto y fotos: La Mañana de Cipolletti

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