Los Jalabert, emprendedores de la navegación comercial del río Negro. El lanchón Tehuelche

El apellido Jalabert, de clara prosapia francesa, apareció en Carmen de Patagones hacia 1880. Lo trajo Francois Marie Germán Jalabert, precursor de múltiples actividades económicas que apostó a la navegación comercial del río Negro, se dedicó al acopio de los llamados frutos del país y como legítimo “bon vivant” construyó un exquisito chalet enfrente del río y dicen que trajo el primer auto con motor a explosión.

Francois (sencillamente Francisco en estas tierras que adoptó como suyas) tenía 26 años cuando el 15 de abril de 1886 se casó con una joven maragata siete años menor que él: Demetria Rial, descendiente una familia fundadora.

Desde Europa hizo traer los materiales para construir la mansión de muchas habitaciones, colgada sobre la barranca en un sitio que era por entonces (hacia 1890) un absoluto descampado, casi media legua río arriba del muelle. La casona tenía sistema de agua corriente y cloacas, los artefactos sanitarios eran esmaltados en color y había costosos revestimientos en madera en las paredes.

El descuido de sus descendientes y otras circunstancias de la vida familiar hicieron que el “chalet de Jalabert” se convirtiese en ruinas. Un posterior propietario, en la década de los ochenta del siglo veinte, reconstruyó parcialmente el palomar y aún se conserva , casi sin cambios, la enorme barraca en donde se almacenaban miles de kilos de lana. El galpón, con acceso por el boulevard Arró, está actualmente ocupado por una empresa de servicios eléctricos.
 
CONTRA VIENTO Y MAREA

Francisco Jalabert progresó con empeño y trabajo. Para asegurarse una mayor rentabilidad en el negocio de la venta de lanas, cueros, pieles y plumas necesitaba contar con su propio medio de transporte fluvial y marítimo. Así fue que compró en Alemania un vapor bautizado “Spoir”, que trajo desarmado en tres piezas flotantes.

No estaba en los cálculos del emprendedor francés que el calado de más de un metro y medio de la embarcación tornaría casi imposible su navegación aguas arriba del río Negro. El buque no rindió lo esperado y pronto fue desguasado, para su venta como chatarra.

La actividad comercial de Jalabert siguió con entusiasmo, aunque algunas circunstancias familiares tornarían aciaga su existencia. Se cuenta que una hija suya, llamada María Luisa, era muy pequeña cuando murió por la aparente impericia del médico que la atendía. En esas circunstancias Francisco se prometió que nunca más un galeno entraría a su casa y se puso a estudiar medicina por su cuenta, como autodidacta. Compró un aparato para radiografías –quizás el primero que hubo en la zona- y lo atendía él mismo, tras lo cual hacía diagnósticos y mandaba a las personas para que las operaran en el hospital.

El fundador de la dinastía murió en Patagones, a los 81 años, en 1940, pero los últimos tiempos de su vida los transcurrió encerrado en el caserón costero, aislado del resto de la sociedad y con escaso contacto aún con sus viejos amigos.

LEVEN ANCLAS

El espíritu empresario y el afecto por las aventuras relacionadas con la navegación ya se lo había trasladado a otros dos de sus hijos: Francisco Juan Jalabert y Valerio Jalabert, quienes concretaron el sueño del barco propio, tras la compra, restauración y flotamiento del lanchón Tehuelche.

Esta embarcación había prestado servicios de apoyo en la monumental obra de construcción del puente ferrocarretero (su destino anterior habría sido la zona del Alto Valle para transporte de cargas) y desde fines de 1931 permanecía inactiva, cuando los mencionados hermanos Jalabert decidieron invertir 1.500 pesos en su compra.

Durante dos años se realizaron trabajos de reparación, instalando dos motores diesel de 60 caballos. El reflotamiento del Tehuelche fue un gran acontecimiento, tal como lo reflejó “La Nueva Provincia” en las páginas de su edición del 15 de diciembre de 1937. La crónica señalaba que el acto, realizado en el muelle de Viedma, “alcanzó las más destacadas proporciones y la presencia de las autoridades de Patagones y Viedma le dio mayor realce”.

Decía también que “autores de la construcción son los señores Francisco y Valerio Jalabert, personas sumamente apreciadas en el seno de esta población y de toda la zona”.
Unos cuantos años más tarde, en una entrevista para el mismo diario bahiense, el 2 de marzo de 1977, Valerio Jalabert recordaba que “el Tehuelche era ideal para navegar el río Negro” y que los viajes se hicieron primero hasta General Conesa, pero después llegaron hasta Choele Choel, el Alto Valle y la Confluencia.
Francisco fue habilitado por la Prefectura como conductor de motores marinos de combustión interna y estuvo muchos meses embarcado en el lanchón.
Sin embargo, este nuevo emprendimiento naviero tampoco tuvo éxito. Una de las explicaciones del fracaso pudo ser la fuerte competencia en tarifas que planteaba la flota de chatas del Ministerio de Obras Públicas (como la que está ubicada en la costa viedmense y recibe el equívoco nombre de “barco hundido”).
Hacia fines de 1942 la sociedad de hermanos se disolvió y Francisco José quedó solo al frente de la empresa. A mediados de 1944 el Tehuelche navegó por última vez las aguas del río Negro, entre Allen y Patagones. Ya estaba decidida su venta y el traslado hacia el río Paraná, en donde el nuevo propietario lo afectaría a la carga de frutas a granel.

Martha Jalabert, hija de Francisco y nieta de Francois, escribió un detallado relato sobre aquel último viaje, donde describe cuando el lanchón quedó encallado por falta de agua en cercanías de Choele Choel y el posterior esfuerzo de varios caballos percherones que tirando con cables de acero desde la costa pudieron zafar a la nave de su varadura.

“Ya arribados a la ciudad maragata hubo que colocar el barco en tierra para reforzarlo por abajo, porque iba a salir al mar. Papá lo había vendido, frustrada su idea de que el río era la vía natural para la salida del vino y de la fruta del Alto Valle” añade la cronista familiar.

EL NAUFRAGIO DEL BOTE SALVAVIDAS

Durante el viaje hacia Buenos Aires, a la altura de la isla Ariadna, cerca del faro El Rincón, en la zona de la Bahía Anegada, el Tehuelche enfrentó una fuerte tormenta y quedó al garete, con el timón roto. El capitán, Juan Pablo Ferrari, dio la orden de abordar el bote salvavidas para evacuar el barco y, en una desafortunada maniobra, la embarcación menor se dio vuelta y murieron ahogados él y otros cuatro tripulantes.

De la edición del periódico “La Nueva Era” del cinco de agosto de 1944 se extrajeron estos fragmentos de la completa crónica del desgraciado hecho. 
“Perdura aún en el ambiente la dolorosa sorpresa provocada por el episodio del lanchón Tehuelche que sufriera un grave accidente dos días después de haber zarpado de Patagones rumbo a Buenos Aires”.

“Puede decirse que Patagones ha vivido desde entonces horas de profunda emoción (…) y se justificaba ese sentimiento dado que dos de los tripulantes de la frágil embarcación –Carmelo Ursino y Francisco Melluso- eran, y el primero de ellos sigue siéndolo, laboriosos vecinos de este pueblo”.
“Por otra parte otros tripulantes eran viejos conocidos como el propio capitán del Tehuelche, don Juan Pablo Ferrari, que visitara Patagones en diversas oportunidades como capitán del vapor Sarandi (…) un viejo y valiente marino, contaba con 23 años de servicio y 48 de edad, era casado y se domiciliaba en Buenos Aires. No se concibe por tanto el grave error que se le atribuye al hacer abandonar, en forma precipitada, al lanchón. Quizá ha habido en este triste episodio mucho de fatalidad, pues de no haber mediado el inesperado vuelco del bote en el que se habían embarcado siete de los nueve tripulantes con toda seguridad que todo se habría reducido a una situación no exenta de emoción y peligro”.

Francisco Jalabert viajó después hasta San Blas, recuperó el lanchón y lo llevó a remolque al puerto de Ingeniero White, desde donde zarpó en febrero de 1945 con destino final a Buenos Aires. El barco que alguna vez había sido el orgullo naval de Patagones hasta los años setenta surcaba las marrones aguas del Paraná, con cargamentos de naranjas.

El frustrado empresario naval se dedicó finalmente al oficio que bien conocía, el de mecánico de automotores, con un taller instalado enfrente del puerto ya para entonces en decadencia.
Francisco Jalabert fue más tarde concejal municipal, en la década del ’50, y falleció en 1972. Añoraba siempre aquellos tiempos de enorme expectativa en el progreso de la navegación comercial del río Negro, convencido de la validez de los intentos de su padre y el suyo propio. En cuanta conversación le fuera posible exponía sus ideas sobre el particular y aseguraba que un conjunto de intereses contrapuestos habían asfixiado su incipiente emprendimiento.

SOLO UN APELLIDO

Ya nadie recuerda a Francois Marie German Jalabert, aquel inmigrante francés orgulloso por ser primo del diputado socialista Jean Jaurés, asesinado en vísperas de la primera guerra mundial por defender la paz internacional. Nada quedó de su emblemático chalet, que fue un mojón del progreso de Patagones. Sólo se conserva el apellido, como el lejano eco de una raza de emprendedores.

Carmelo Ursino remó diez horas en el mar para salvar su vida, en medio de una tormenta
Este hecho ocurrió hace 71 años. Fue el 24 de julio de 1944 cuando, algunas millas náuticas más arriba de Bahía San Blas, en plena navegación hacia Buenos Aires, el lanchón Tehuelche enfrentó una fuerte tormenta y estuvo a punto de zozobrar. Sus tripulantes se arrojaron a las aguas en un bote, que se dio vuelta. Hubo cinco muertes y cuatro sobrevivientes. Uno de ellos fue Carmelo Ursino, un pescador italiano, que remó diez horas para llegar a una isla y salvar su vida.

En una nota anterior de esta serie contamos la historia del lanchón Tehuelche, que fue propiedad de los hermanos Francisco y Valerio Jalabert, como parte de un frustrado intento empresario para la navegación comercial del río Negro entre Patagones y el Alto Valle.

La nave, reflotada aquí en diciembre de 1937, remontó el curso fluvial unas cuantas veces hasta mediados de 1944. Para entonces la sociedad comercial estaba en bancarrota y Francisco Jalabert pudo vender la embarcación a una empresa naval del río Paraná. El 22 de julio de 1944 el Tehuelche abandonó para siempre el muelle de Patagones, superó la desembocadura y se internó en el estuario, con proa a Buenos Aires. El viaje tendría alternativas trágicas e impensadas.

UNA EXACTA CRÓNICA

En las páginas del periódico “La Nueva Era” en su edición del cinco de agosto de 1944, encontramos una exacta crónica, que nos permite la reconstrucción del hecho.

La nota se titula “Llegó el lunes a Patagones uno de los sobrevivientes del lanchón Tehuelche” y además de brindar un completo relato del accidente naval ocurrido el día 24 de julio de 1944 describe la odisea vivida por Carmelo Ursino, vecino de Patagones, marinero del barco, que logró salvar su vida después de luchar varias horas contra las olas. 

Señala el artículo que “perdura aún en el ambiente la dolorosa sorpresa provocada por el episodio del lanchón Tehuelche que sufriera un grave accidente dos días después de haber zarpado de Patagones rumbo a Buenos Aires”.
“Puede decirse que Patagones ha vivido desde entonces horas de profunda emoción” añade la crónica “Y se justificaba ese sentimiento dado que dos de los tripulantes de la frágil embarcación –Carmelo Ursino y Francisco Melluso- eran, y el primero de ellos sigue siéndolo, laboriosos vecinos de este pueblo”.

“Por otra parte otros tripulantes eran viejos conocidos como el propio capitán del Tehuelche, don Juan Pablo Ferrari, que visitara Patagones en diversas oportunidades como capitán del vapor Sarandi”, sigue diciendo el anónimo colega de hace sesenta y dos años.

En relación al capitán de la nave hundida puntualiza que “era un viejo y valiente marino, contaba con 23 años de servicio y 48 de edad, era casado y se domiciliaba en Buenos Aires. No se concibe por tanto el grave error que se le atribuye al hacer abandonar, en forma precipitada, al lanchón. Quizá ha habido en este triste episodio mucho de fatalidad, pues de no haber mediado el inesperado vuelco del bote en el que se habían embarcado siete de los nueve tripulantes con toda seguridad que todo se habría reducido a una situación no exenta de emoción y peligro”. 

“Fue precisamente el cadáver del malogrado Ferrari el primero en ser rescatado, en el costado sudeste de la isla Ariadna en donde fuera localizado. Más tarde fue rescatado el cadáver de Emilio Rodríguez, otro buen muchacho que durante su estada en Patagones habíase granjeado grandes simpatías. Era de General Roca, donde ingresó al Tehuelche cuando pertenecía al señor Francisco Jalabert.”

Añade que “hasta el momento de escribir estas líneas faltaba por establecer el paradero de tres de los tripulantes del Tehuelche, el segundo maquinista Ernesto Berardo; el contramaestre Máximo Mariño; y el tripulante Francisco Melluso (…) y como lo anunciáramos en nuestra edición anterior fueron salvados el primer maquinista Vito Reggiani, y los marineros Carmelo Ursino, Nazario Trillo y Luciano Alonso”. 

Relata el periódico “La Nueva Era” la secuencia cronológica del naufragio, según el relato de Carmelo Ursino, el marinero italiano afincado en Patagones que pudo salvar su vida. “El Tehuelche después de haber cruzado la barra navegó en condiciones adversas con viento norte y fuerte oleaje. Así navegó toda la noche y el lanchón empezó a hacer aguas. Ya para muchos tripulantes esto era de mal presagio. Y así se lo comunicaban unos a otros ocasionando un verdadero malestar entre la tripulación”.

El timón de la embarcación se rompió a unas 30 millas de Punta Rasa y se colocó el timón de repuesto, decidiendo el capitán continuar el viaje hacia Bahía Blanca. Pero “poco antes de las cinco de la madrugada del lunes 24 se rompió el timón de repuesto quedando el lanchón sin gobierno. Se tomó entonces la decisión de abandonar la nave y así lo hicieron: en una lancha el capitán Ferrari y seis tripulantes; en un bote chinchorro Ursino y el marinero Luciano Alonso. Una ola muy fuerte golpeó a la lancha contra el Tehuelche y la dio vuelta arrojando a las aguas a los siete hombres que la ocupaban. Dos de ellos, el maquinista Vito Reggiani y el marinero Nazario Trillo pudieron aferrarse a la borda del lanchón y salvaron sus vidas. En medio de la marejada Ursino regresó hasta el Tehuelche porque Alonso prefería quedarse a bordo del barco, antes que arriesgarse a llegar a la orilla en el frágil bote.

La impecable crónica de “La Nueva Era” relata entonces que “una vez solo Ursino se decidió a luchar contra las olas. Fue una lucha dura, emocionante. Por momentos el fuerte oleaje llenaba de agua la frágil embarcación, pero Ursino aferrado a la vida, pensando siempre en su mujer y sus hijos, no desmayaba y con un balde desagotaba el chinchorro. Y así, durante diez horas largas hasta que al fin llegó al faro”.

“Antes de descender de la embarcación Ursino la besó y después besó la tierra. Se había salvado. En el faro Ursino fue debidamente atendido y al siguiente día, en un avión de la Armada, trasladado a la Base Puerto Belgrano”, añade.

DE TAL PALO Y EN LA MISMA RED

Más de seis décadas después este cronista pudo conversar con uno de los cuatro hijos del sobreviviente, Roque Ursino, con juveniles 76 años y una envidiable memoria.

“Claro que me acuerdo de todo, de la angustia cuando nos enteramos de la tormenta, de la tristeza por la falta de noticias y la inmensa alegría de saber –por medio de la Marina- que se había salvado; la bienvenida que le dio la gente, en la plaza, fue impresionante, imagínese” relató para Noticias.
Roque Ursino también nos contó que “papá tenía 41 años cuando ocurrió aquel accidente, la pasó muy mal y perdió a un gran amigo y paisano suyo, Francisco Melluso. (que dejó solas a su viuda Antonina y su pequeña hija Francisca, más tarde radicadas en Necochea) Pero se pudo reponer, no le perdió amor al mar y siguió pescando toda su vida; en 1948 pudo salvarse de la tormenta que hizo naufragar a varias lanchas cazoneras porque estaba mar adentro, finalmente murió a los 76 años, en 1979”.

Este hombre menudo, amable y bien dispuesto para la charla siguió los pasos de su padre y fue también un activo pescador, experto en el arte de tejer las redes para los trasmallos.

Porque siempre quiso estar cerca de los barcos logró ingresar a los Astilleros Río Santiago, en Ensenada, en los alrededores de La Plata y allí trabajó más de 20 años, como bombero de seguridad en las operaciones de soldadura. Hoy, con un cuchillo de cocina como única herramienta, Roque Ursino construye magnificas réplicas de lanchas cazoneras. 

REGRESO CON GLORIA

Volvemos a la crónica de “La Nueva Era” en 1944. “En el microómnibus que llegó a Patagones el lunes de la corriente semana regresó el primero de los náufragos el Tehuelche, rescatados después del lamentable accidente. Se trataba de Carmelo Ursino, que vivió horas trágicas después del abandono del lanchón” , comienza esa parte del artículo.

“Un público numeroso tributó una cariñosa recepción al náufrago que visiblemente emocionado se retiró de inmediato a su domicilio en la calle Roca, en compañía de diversos familiares y un núcleo de amigos. Allí lo esperaban su esposa, doña Angela Campisi y sus hijitos Roque, de 14 años; Angela, de 13; Concepción, de 5 y José de 2; y otros amigos íntimos.

Fácil es imaginarse las escenas de emoción que siguieron al regreso del náufrago y que se repitieron a medida que sus antiguos compañeros de trabajo o amigos pasaron a saludarlo y felicitarle en los días subsiguientes”, añade después.

También se informa sobre algunos aspectos de la vida de Ursino: que era oriundo de San Fernando (en la región de la Regio Calabria) y había llegado a Carmen de Patagones con apenas 20 años de edad, para dedicarse de lleno a la actividad pesquera.
Su hijo Roque nos contó que “Papá se embarcó en aquel viaje, que no era de pesca, seguramente tentado por la paga, y uno de los factores que posibilitó su salvación fue la capacitación en salvamento que había recibido durante la Primera Guerra Mundial. Después, cuando los marinos lo rescataron la isla, él quería volverse enseguida para Patagones, pero lo tenían que llevar en avión a Bahía Blanca para que prestara declaración”.

“Nos decía, después, que en aquel momento –prácticamente desnudo, cansado y hambriento- pensó: me salvé del naufragio, pero capaz que se cae el avión” acotó, con sencillo buen humor.  
Texto: Carlos Espinosa, periodista de Carmen de Patagones y Viedma  

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