Historia de violenta asaltante inglesa que vivió en Río Negro. Publicarán otro libro de ella

 

El 31 de marzo se cumplen 103 años de la emboscada y muerte, por parte de la Policía del Territorio del Chubut, de la bandolera inglesa Elena Greenhill en el Paso Chacay, cerca de Gan Gan (Chubut) donde le aplicaron la “Ley de Fuga”. “La Grinil”, como la conocían, supo convertirse en una leyenda en la Patagonia por haber capturado después de un tiroteo en su rancho a un comisario y a un policía. Los sometió a realizar tareas domésticas en calzoncillos y luego los dejó ir. La partida policial la había ido a buscar por un robo a una hacienda de Telsen.

Con su figura delgada y sus movimientos delicados llegó hasta el mostrador. Se sacó el barbijo que le cubría el rostro y se echó el sombrero a la espalda. Entonces su melena rubia cayó larga y tendida para iluminar el bar. Recién ahí, en ese momento, todos los que tomaban unos tragos supieron que era una mujer. Si hasta el comisario que la había cruzado hacía unos minutos a caballo y Winchester en mano, creía que era un patrón de estancia.

Era la inglesa Elena Greenhill, conocida como “La grinil”, una mujer que se convirtió en leyenda en la Patagonia por avergonzar a la Policía del Territorio Nacional del Chubut.

“Brava y bicha como pocos”, la describía el cantinero. Nadie se metía con ella, porque sabían que era capaz de pegarle al blanco a unos 200 metros. Era capaz de acertar un disparo en el alambre del telégrafo.

A principios de 1900 se había convertido en la enemiga pública de la Policía de Chubut tras haber capturado a un comisario y a otro policía en su rancho luego de un tiroteo. “La grinil”, según publicaciones históricas, redujo a la servidumbre al comisario Calegaris y al suboficial Lara, que en calzoncillos debieron lavar y hacer quehaceres domésticos para conseguir su libertad.

Elena Greenhill Blacker nació en Yorkshire, Inglaterra en 1875 y llegó al sur de Chile en 1888 junto a su familia cuando tenía 14 años. El gobierno chileno les había prometido a los Greenhill darles 40 hectáreas, una yunta de bueyes, una carreta, un arado y 300 tablas y clavos para construir una casa. Así se establecieron en Cerro Verde, cerca del pueblo de Victoria.

En el núcleo familiar, a Elena la habían bautizado con el sobrenombre “Nellie”, y era la encargada de cuidar de sus hermanos ya que era la mayor de los cinco.

Las tareas del hogar en ayuda a su madre Emma, parecieron cansar a Elena que a los 17 años buscó escapar de esas tareas domésticas y se casó con Manuel de la Cruz Astete, 20 años mayor que ella y seis años menor que su padre con el que cruzarían la cordillera de los Andes.

Según investigó el historiador Francisco Juárez, la pareja se afincó primero en Choele Choel durante cuatro años y después en la Isla de Chelforó, en Río Negro. La pareja se dedicó a la cría y engorde de ganado. En 1898 nació su primer hijo y en 1900 el segundo.

Elena supo hacerse conocida en una época en donde la supervivencia y la audacia debían ir de la mano, en un lugar donde el poder central nombraba a los jueces y autoridades de la región.

Entre bandoleros y un texano buscador de oro y policías a caballos, la Patagonia era digna de un escenario del Far West estadounidense. Elena pese a que vivió en la misma época en la que estas tierras eran desandadas por los bandoleros Butch Cassidy y Sundance Kid, nunca se habría cruzado con ellos.

En 1901 según la historiadora Virginia Haurie, que escribió “Mujeres en tierra de hombres: historias reales de la Patagonia invisible”, a Cruz Astete lo detuvo la Policía cuando arreaba ganado a Chile, acusado de robar un toro azulejo para convertirlo en buey para arrastrar un carro.

Astete, el buenmozo de Elena, vestía saco y chaleco de casimir color plomo, rayado a cuadros con listas lilas, pantalón de corderoy, pañuelo negro de seda en el cuello, botines de becerro colorados de doble suela y espuelas chilenas de acero. Llevaba una cigarrera de tela marcada con una “A” y un estuche de gamuza con una boquilla color ámbar. Así por lo menos le describió vestido el comisario José López cuando lo encontró muerto.

Astete había desaparecido en un arreo de ganado hacia Chile. Su cuerpo fue hallado en enero de 1905 con su cabeza destrozada a pedradas y a palos, a unos 1.500 metros de la casa donde residía.

En 1905 a Elena se la acusó de instigar la muerte de su marido y el sospechoso de haberle dado muerte, para la Policía era un amante de “La Grinil”.

En el juicio conoció a Martín Coria, un estudiante de leyes con el que se casaría en agosto de ese año una vez recuperada su libertad.

Elena, señalada por la policía como cuatrera, comenzó a escribir su leyenda. Entre robos de ganados, tiroteos y romances transgresores su vida llamó la atención de diarios nacionales y regionales que en sus páginas policiales la declaraban enemiga pública de la Policía de Chubut.

Elena irrumpía con un par de secuaces armados en los rebaños ajenos y se llevaba lanares a punta de pistola. Mientras que su marido Martín Coria, se encargaba de las acciones legales y la papelería de los negocios ganaderos mal habidos.

Según escribió Osvaldo Aguirre, en su libro La Pandilla Salvaje, se dedicaban a la compraventa de haciendas y producción de ovejas cruzadas con la raza Rambouiller. Tenían entre sus amistades a empleados jerárquicos de la Compañía de Tierras.

Greenhill trabajaba en el campo a la par de los hombres. La Inglesa asumió protagonismo y desplazó a Coria, mientras ella aparecía como una mujer hábil y arriesgada, con una conducta censurable y de admiración.

“A las latas de tabaco Caporal, Greenhill les pegaba de cualquier forma, hasta en el aire. Parecía que ni apuntaba siquiera y accionaba el gatillo de una manera muy particular. Dejaba a todos con la boca abierta, sabía comentar mi padre”, dijo el escritor rionegrino Elías Chucair.

Mercedes Cifuentes, había tenido 8 mil ovejas y cuatrocientas vacas, los acusaron a la Greenhill y a Coria de haberle arriado todo el ganado con una especie de poder de administración de la hacienda de la viuda. Este delito se relacionó siempre a la persecución que comenzó a mediados de 1909 a la Grinil por parte de la Policía de Chubut.

Aunque Aguirre deja en claro que la Policía de Chubut en esos años no era una fuerza de seguridad que combatía delincuentes, sino en todo caso de dos facciones que se disputaban la tenencia de cierta cantidad de animales y acaso el control del tráfico ilegal. “La ley, a veces, no era sino el instrumento con el que un grupo social consolidaba su posición y sus propiedades.

El 17 de febrero de 1909, los policías Juan Caminada y Ramón Puga de Telsen, tomaron por asalto un puesto que Coria tenía en ese lugar. Se llevaron los caballos y ovejas que encontraron y también condujeron detenido al hermano de Elena.

Caminada, según Aguirre, había sido sospechado de complicidad en la fuga de otro bandolero de la época, Asencio Brunel.

Tres días después del asalto policial al campo de Coria, Elena Grinhill fue a la comisaría de Telsen con las guías y boletos de marcas de los animales secuestrados, y la policía se negó a atender su reclamo.

“No eligió una vida fácil. La inglesa odiaba las clásicas amas de casa sometidas entre hacendados y complacientes. Pero cocinaba y cosía lo necesario. Privilegiaba, eso sí, sus pasiones y conservaba todos los códigos de los ritos amorosos y costumbres románticas. Perfumaba las cartas de amor y siempre creyó que la entrega de un mechón de cabello significaba un compromiso de amor exclusivo –aunque no duradero y mucho menos definitivo– con el nuevo amante”, sostiene Francisco Juárez que recopiló los pasos de Elena desde Bath, donde se casaron sus padres, hasta Corral de Piedra, donde ella vivió para escribir “La Bandolera Inglesa en la Patagonia”.

Elena vestía como hombre, con un poncho de castilla y se solía poner un chambergo hasta las orejas. Usaba botas altas con espuelas chilenas de plata al igual que Astete y solía tomar unos tragos en un bar. Su fiel compañero era un Winchester que siempre llevaba en la mano y todos coincidían que tenía una excelente puntería. Eso inquietaba mucho a la Policía.

A raíz de los robos en la hacienda de la viuda Mercedes Cifuentes de Jara en Telsen, el comisario Domingo Calegaris junto a Félix Altamirano, otro comisario se habían puesto de acuerdo para arrestarla. La Policía de Chubut había partido a Monton-Nilo con una partida policial de 17 hombres.

TIROTEO Y CAPTURA DEL COMISARIO

La partida policial llegó hasta la vivienda de la inglesa donde junto a Coria tenían una despensa y recibían la visita de varios mercachifles y mercaderes, a los que dicen les quedaban debiendo.

Los policías sorprendieron a los hombres de la casa descansando y a Elena junto a una vecina en el interior.

Uno de los peones de Elena escuchó en el suelo cuando la cuadrilla se acercaba y alertó. De ahí en más se desató un tiroteo que duró casi una hora hasta que la policía se quedó sin municiones.

Un trapo blanco flameó desde el rancho y salió al encuentro de los policías un sordomudo que tenía Elena trabajando con ella. Los policías se acercaron a dialogar con el intermediario, pero cuando el comisario Calegaris junto a un tal Lara y Cañumir -el indio que Altamirano tenía como ayudante en la comisaría- se acercaron, salió del rancho Coria.

Un caballo salió espantado para distraer a la partida y la inglesa se subió a un carro de los mercachifles para atrapar al comisario Calegaris y a Lara que quedaron en poder de los bandidos. La partida sin balas, se debió refugiar en la estancia Maquinchao.

Haurie describe que el sordomudo se puso el traje del comisario Callegaris, a quien junto a Lara, obligaron a lavar los cacharros y hacer otros quehaceres, sólo con los calzoncillos puestos.

Unos días de humillación fueron bastante para dejarlos en libertad. Pero antes la inglesa le hizo firmar al comisario Calegaris las guías de arreo garantizando así la propiedad sobre los animales robados.

Dicen los antiguos que “al juez lo compraba, mostrándole el mango de su facón” que “tenía una gran puntería con su revólver con el que podía hacer apuestas acertándole a un cigarro que se ponía a sobre un palenque a cierta distancia de tiro” y que “era muy temida por los hacendados y bolicheros de la región”.

Coria murió el 4 de octubre de 1914 en Buenos Aires. La Grinil poco después consiguió otra pareja, Martín Taborda. No podía estar sola. Junto a él se vino a Chubut a “comprar” tierras. En ese viaje, se alertó a la Policía de Chubut y así la sorprendieron en la Angostura del Chacay, cerca de Laguna Fría en Gan-Gan. Fue en un pequeño cerro volcánico que hoy lleva el nombre de Cerro La Inglesa. Se dice que la policía no llevaba uniforme y que solo la pudieron matar porque la inglesa se quedó sin balas.

Le aplicaron la “Ley de fuga”, le dispararon y ya herida y desarmada, le dieron un balazo en la cabeza a las tres de la tarde del 31 de marzo de 1915.

Taborda logró escapar herido, con 11.143 pesos que Elena llevaba consigo. Al día siguiente lo atraparon.

Permaneció sepultada en Gan Gan hasta 1949, año en que fue trasladada por su hermana al Cementerio Británico en Buenos Aires.

El comisario Félix Valenciano y el agente Norberto Ruiz fueron procesados por el asesinato de la inglesa. Valenciano reaparecería más tarde en Santa Cruz como protagonista de la represión de los trabajadores de la Patagonia Trágica.

Elena, antes de partir de Río Negro hacia Chubut, como presagiando su muerte había dejado un poder para el cobro de varias deudas que tenían con ella y en un agujero de la pared del dormitorio junto a la máquina de coser, se encontró un documento que acreditaba la propiedad de la hacienda para sus hijos. 

EL PATAGÓNICO

La vida de Greenhill tendrá un capítulo en el libro, próximo a publicar, titulado “Bandoleros patagónicos” por el escritor rionegrino Elías Chucair.

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