Las cocinas económicas. Muchos beneficios en la Patagonia por el frío y nevadas

 

Eran muy comunes en las casas de campo y en las estancias. Todavía lo son en aquellos pueblos y parajes donde aún no ha llegado el beneficio del gas natural. Serviciales, de fuerte y hermosa factura, negras o esmaltadas, han prestado un enorme beneficio, sobre todo en la Patagonia, zona de bajas temperaturas e intensas nevadas. No es raro al acercarse a un puesto perdido entre los cerros divisar el humo reconfortante de sus chimeneas, como anunciando abrigo y hospitalidad. Hay de diferentes marcas pero una de ellas es la más clásica de todas cuya fábrica fue fundada por un vasco que les dio su apellido.

“En el monte –dice Jorge Oscar Balbuena- no pudieron ser desplazadas ni aún en las épocas que llegó el gas envasado. Porque la leña, además de ser un elemento abundante y, por lo tanto barato en esos lugares, tiene grandes ventajas en relación al gas tanto para cocinar como para calefaccionar”.

Mucho se ha escrito y exaltado sobre las virtudes de estas cocinas llamadas “económicas”, tan tradicionales como el mate o las tortas fritas. Y parecieran traernos el recuerdo de algún dibujo de Molina Campos, donde los parroquianos se reunían en derredor de ellas, para matear y contar sabrosas historias generalmente de fantasmas y aparecidos.

Las hay de diferentes formas y tamaños, desde aquellas que se sabían empotrar o amurar en la pared hasta aquellas más modernas con sus cuatro patas, dejando un espacio vacío para instalar la leñera.

En su ameno libro “Vivir en el monte” escribiendo sobre ellas Balbuena dice: “Algunas cocinas eran de tonalidad oscura, casi negra; especialmente si tenían varios años de uso. Pero las había muy “coquetas”, con todo su frente enlozado en colores claros incluso totalmente blancas, que el ama de casa debía tratar de mantener impecable. Cosa realmente difícil en un artefacto que con su hollín dejaba negra la cola de ollas, pavas y sartenes. Un accesorio muy útil. Que tenían las mayoría de las “económicas” era el depósito para agua caliente que nosotros llamábamos simplemente el “tanque” de la cocina. Cumplía una función parecida –si obviamos las diferencias tecnológicas y de confort- a los actuales calefones o termo tanques a gas”. Se refiere seguramente el autor a aquellas dotadas de una serpentina que permitía obtener agua caliente de las canillas, siendo el mayor inconveniente que había que ocuparse de llenar el depósito con frecuencia.

Sobre su plancha, para disgusto de la patrona, se arrojaban chuletas, ya sea de cerdo, de vacuno o de capón, que eran una verdadera delicia para el paladar, pero con el inconveniente de llenar literalmente la cocina de humo.

Era trabajo de las mujeres mantener bien brillante y limpia dicha plancha; para eso usaban polvo para limpiar, esponja de acero, lija esmeril, y hasta se conocen algunas pulidas con un trozo de ladrillo.

El agua para el mate estaba siempre caliente y la olla con grasa para las tortas fritas siempre a la espera quitándole las hornallas para que reciba el fuego directo; ni hablar de los tradicionales pastelitos.

“El combustible usado –acota Balbuena- en las cocinas “económicas” no era tan limpio como ahora lo es el gas. La leña deja cenizas y tizne u hollín. Debajo dela hornalla y separado dela misma por una rejilla metálica que deja caer la ceniza pero no las brasas, está el cenicero. Vaciarlo era tarea de todos los días a primera hora antes de encender el fuego de cada mañana. Encender estas cocinas no es tan simple como acercar un fósforo o un encendedor a una hornalla de gas. En el campo, todas las noches alguien, generalmente mi padre, tenía la precaución de dejar debajo de la cocina ramitas secas y “leñita fina” que a la mañana siguiente complementadas con un trozo de papel servirían para encender el fuego”.

En la casa de mis padres había una esmaltada de color blanco de la que guardo el mejor de los recuerdos, y como Balbuena me parece ver a mi padre colocar en el horno  de la misma una fuente con papas y un costillar de capón, manjar cuyo sabor todavía añoro.

Pero ya nada podemos hacer, el tiempo y la modernidad se llevan todas estas cosas dejando solamente la nostalgia de los recuerdos.

 

Texto: Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta

 

 

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