Al mal tiempo buen paraguas. “Una fuerte tormenta de verano en Las Grutas”

 

Ayer se desató en las Grutas una fuerte tormenta de verano que me sorprendió a dos cuadras de mi casa y me tuve que refugiar por media hora en un kiosco hasta que quiso amainar. Y me acordé de aquel viejo refrán “A mala lluvia, buen paraguas”. Y me prometí a mí mismo escribir una nota sobre dicho adminículo. Útil, necesario, servicial, pariente del parasol, en toda casa que se precie se debe tener a mano un buen paraguas, porque hombre prevenido –se dice- vale por dos.

Qué linda esa frase que solía decir mi buena madre: “Atardecer gris, mañana roja, sacá el paraguas que te mojas”. Poesía pura.

O este otro refrán lleno de magia: “Cuando al palomo veas en el agua, coge las botas y el paraguas”. Pura sabiduría que da la observación y la experiencia por más que digan que son cosas de viejos.

Algunos seguro recordarán ese otro que reza: “Cuando llueve mucho, cada uno se moja según el paraguas que le cubra”. Y ya que estamos en el mes exacto recordemos que “cuando llueve por febrero todo el año a tempero”. Pero para terminar bien el refranero “cuando llueve no todos nos mojamos”. Y yo me recordé con cierta nostalgia de aquellos paraguas de mis padres y ese pilotín que usaba… ¿Qué se habrán hecho?

Y cómo no recordar ese texto genial de Cortázar en Rayuela: “Oh Maga, en cada mujer parecida a vos se agolpaba como un silencio ensordecedor, una pausa filosa y cristalina que acababa por derrumbarse tristemente, como un paraguas mojado que se cierra. Justamente un paraguas, Maga, te acordarás quizá de aquel paraguas viejo que sacrificamos en un barranco del Parc Montsouris, un atardecer helado de marzo. Lo tiramos porque lo habías encontrado en la Place de la Concorde, ya un poco roto, y lo usaste muchísimo, sobre todo para meterlo en las osillas de la gente en el metro y los autobuses, siempre torpe y distraída y pensando en pájaros pintos o en un dibujito qur hacían dos moscas en el techo del coche, y aquella tarde cayó un chaparrón y vos quisiste abrir orgullosa tu paraguas cuando entramos en el parque, y en tu mano se armó una catástrofe de relámpagos fríos y nubes negras, jirones de tela destrozada cayendo entre destellos de varillas desencajadas, y nos reíamos como locos mientras nos empapábamos, pensando que un paraguas encontrado en una plaza debía morir dignamente en un parque, no podía entrar en el ciclo innoble del tacho de basura o del cordón de la vereda; entonces yo lo arrollé lo mejor posible, lo llevamos hasta lo alto del parque, cerca del puentecito sobre el ferrocarril, y desde allí lo tiré con todas mis fuerzas al fondo de la barranca de césped mojado mientras vos proferías un grito donde vagamente creí reconocer una imprecación de walkyria”.

Podemos decir “que la cultura que inventó este producto fue la Antigua China, teniendo como primeras referencias gráficas algunas situadas en el 2.400 a.C.”. Entonces este buen señor tiene una larga vida.

Para ilustrar al lector debemos decir para nuestro desencanto que el pintor Luis Sánchez de la Peña imaginó un escenario lluvioso para su famoso cuadro “25 de Mayo y los paraguas”.

El genial García Márquez en el primer tomo de sus Textos Costeños deja también un imperdible ensayo sobre el paraguas.

“El paraguas sirve para muchas cosas, menos para lo que su nombre indica. Sirvió a los poetas surrealistas para hacer buenas metáforas: “La noche abre su paraguas agujereado por la lluvia”. Sirvió a los supersticiosos para que se muriera alguien cuando el paraguas era abierto dentro de la casa. Sirvió a los autores de novelas policíacas, como elemento identificador del misterioso hombre que llevaba en una mano un paraguas y en la otra una bomba de tiempo. Sirvió a los precursores de la aviación y de su adiestramiento más cercano, el paracaídas, para romperse la crisma por tres veces consecutivas, antes de que cantara el gallo. Sirvió para romperse en los momentos de más urgencia y para enredarse en los flecos de las cortinas de los almacenes en los instantes más inapropiados. Sirvió para todo. Hasta que el bombardeo con que los nazis castigaron a Londres y que era como si estuvieran arrojando sobre la ciudad en niebla una desconcertante cantidad de primeros ministros británicos”.

Hasta aquí esta breve nota y nada más propicio para terminar la jornada a tono que volver a ver la película “Los paraguas Cherburgo” mientras saboreamos un paragüita de chocolate.

 

Texto: Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta

 

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