El último deseo de un ex gobernador de la provincia de Río Negro

 

“Es mi último deseo que me cremen y mis cenizas sean dispersadas en algún bosque de San Carlos de Bariloche”. Así terminó papá su testamento. Nunca me lo había dicho, pero de algún modo yo lo intuía. En los últimos años siempre lo llamé “viejo”, pero desde que murió ya no me sale nombrarlo así y he cambiado por un más afectuoso “papá”.

Papá llegó a Bariloche en el invierno de 1966. No traía mucho: su esposa, un hijo de pocos meses (quien esto escribe) y su título de abogado abajo del brazo. Funcionario a los veintitrés años en el breve gobierno de Illía, el golpe de Onganía lo dejó sin trabajo y entonces eligió Bariloche como el lugar donde radicarse con su familia.

Y Bariloche lo acogió. Con un crédito del Banco Hipotecario pudo comprar la casa de la familia, una vieja cabaña de madera frente a la plaza Belgrano, donde siempre vivió. El tiempo vio a dos de sus hijos y otros dos nietos nacer en ese barrio. Trabajó en Bariloche de periodista, de profesor y de abogado.

Fue periodista como corresponsal de “La Nación”, tengo un especial recuerdo de cuando lo acompañaba al Estadio de Bomberos a cubrir aquellas apoteósicas peleas de “Pajarito” y “Yeyé” Hernández. También fundó con su amigo Andrés Dimitriu la revista “Crear Paisajes” desde donde a partir del año 80 le robaban a la dictadura algunos renglones de libertad.

Fue profesor de Filosofía y Lógica en el Colegio Nacional. Alguno de sus ex alumnos me ha confesado la trampa que le hacían: cuando no querían escuchar la clase tentaban a papá sacando algún tema político y entonces él, que no podía resistirse, aprovechaba ese pequeño espacio y esos pocos estudiantes como escenario para combatir al gobierno militar.

A papá le gustaba especialmente el clima barilochense. La melancolía de los días de lluvia y el raro silencio de las nevadas. El paisaje bucólico de los bosques otoñales y la furia del Nahuel Huapi en los ventosos días de noviembre. La impaciente sinuosidad del viejo camino a El Bolsón y los mil colores de los atardeceres en las estepas de la Línea Sur. De Bariloche son, sin duda, sus amigos del alma: Carlitos Fernández, Oscar Nápoli, el “Chino” López Alfonsín, el “Gordo” Jacques Larrochette, “Beto” Caldelari, Atilio Feudal, el “Flaco” Palacios y don Ricardo Aguirre (Sólo nombro a aquellos que recuerdo desde mi infancia, disculpas a tantos otros que el tiempo ha borrado de mi memoria), compañeros de interminables asados, de festejadas excursiones de pesca y de campañas políticas de exiguas finanzas. Son los tiempos del apodo “El Flaco”, difícil de entender para quienes recién lo conocieron a partir de mediados de los ochenta.

En el prólogo de su primer libro “El Radicalismo y la Ética Social” papá escribió: “Este libro se pensó y se escribió en Bariloche entre 1978 y 1982? Por entonces fui escritor de medianoche y de algunos fines de semana. En las largas noches de silencio invernal, ese silencio del frío y de la nieve que sólo se experimenta en Bariloche, junto a una ventana que encuadraba pinos y abedules y un pequeño horizonte de lago azul, hice muchas anotaciones que luego sirvieron para componer este librito? aquella vieja cabaña barilochense resultó un ámbito acogedor”.

Lo de los abedules era una licencia poética. No había abedules sino un enorme roble. Pero en lo demás es una perfecta descripción de “su” Bariloche, el Bariloche que veía cada día desde las ventanas de la vieja casa de madera. Esa vista fue arruinada años más tarde con cuatro enormes torres de hormigón armado de la CEB y su enojo fue inocultable. Fue el único barilochense que llegó a gobernador de Río Negro y sus vecinos lo apoyaron masivamente: ganó en Bariloche con el 82,5% de los votos, el mayor porcentaje del radicalismo en aquellas ya lejanas elecciones de octubre de 1983.

Fue autor -entre otras- de leyes tan caras a su Bariloche como la que declara públicas todas las costas del Nahuel Huapi, la que erige al hotel Llao Llao como monumento histórico y la que da carácter nacional a la Fiesta de la Nieve. Soñaba con hacer de Bariloche un “Grenoble Argentino”, una ciudad turística que sea también un polo tecnológico con el Centro Atómico, el Instituto Balseiro, Invap, Altec. “El turismo sólo te convierte en una ciudad muy servil”, solía decir. Fue mentor de “La Primavera Musical Bariloche”, una semana de la mejor música a precios populares para todos los barilochenses. El neoliberalismo la transformó luego en una más aristocrática “Semana Musical Llao Llao”.

Disgustado con el rumbo que había tomado el gobierno provincial de su propio partido político, se fue a vivir a Buenos Aires en el año 1992, aunque siempre mantuvo su domicilio legal en el lugar de su vieja casa de madera del barrio Belgrano. Regresaba a Bariloche dos o tres veces al año para visitar a sus nietos. Yo lo miraba cuando con ellos tiraba piedras al lago o caminaba por sus calles inclinadas, siempre con su negligencia en el vestir, su andar cansino y sus pocos cabellos eternamente despeinados. Recordaba así mi feliz infancia junto a él.

En su última enfermedad recibió cientos de llamados de apoyo de sus amigos y vecinos de Bariloche. Eso lo ayudó a salir del difícil trance.

Esta vez todo fue tan rápido que no llegó a recibir ninguno, pero seguro los adivinaba. Y se fue.

Cuando, luego de su muerte, regresé a Bariloche, muchos vecinos me preguntaban no “si lo traíamos” sino “cuándo lo traíamos”. Este sentido de pertenencia me animó a darles la respuesta desde estas líneas. Antes de partir nos hizo saber su último deseo: quedarse para siempre en los bosques de Bariloche, de su amada ciudad. Este diciembre cumpliremos su voluntad final.

Texto: Juan Pablo Álvarez Guerrero (hijo)

Publicado en Historias de Bariloche y la Patagonia (Facebook)

 

 

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