Don Onofre Torres, rastreador ¿Quién se comió la baña? Historia de un comisario rionegrino

 

El comisario retirado Roberto Cancio es un hombre de muchas inquietudes y lecturas. Últimamente está escribiendo algunas memorias o recuerdos de su vida cuando fue comisario de la Policía de Río Negro. Gran conversador siempre se aprende algo de lo que cuenta. Quiero reproducir un relato que es imperdible dedicado a esos oficios y saberes que se van muriendo: el rastreador y me recuerda al personaje inmortalizado en el Facundo de Domingo F. Sarmiento.

Cuenta Roberto que “en el año 1975 estuve a cargo de la Subcomisaría de General Enrique Godoy. Un chacarero de apellido Millán (no recuerdo su nombre) denunció el robo de su yegua percherona, de pelaje tordillo”.

“En la camioneta Dodge y acompañado por el entonces sargento primero Don Onofre Torres fuimos a la chacrita del muy apenado denunciante. En la tranquera, Torres vio las huellas de los cascos del animal y empezó a seguirlas. Cruzó la ruta 22, metros antes de las tres curvas que hay cuando se transita desde Villa Regina a Ingeniero Huergo. Siguió caminando, cruzó las vías y volvió a la camioneta”.

“-El ladrón va montado y no es de Godoy, porque agarró para el lado de Huergo. La sacó de tiro, pero la montó pasando las vías, porque las huellas de las zapatillas desaparecieron. Si le parece las seguimos, jefe. Eso hicimos”.

“Atravesó caminos rurales, entró y salió de una chacra, transitó dentro de una acequia con agua, pasó sobre pedregullos, bordeó las bardas, pero el Sargento Torres nunca se desorientó”.

“Cuando el rastro era continuo, subía a la camioneta –que yo conducía- diciendo –vamos nomás que las huellas van por el camino. Cada dos o tres kilómetros nos deteníamos. Se bajaba a verificar y seguíamos”.

“Caía la tarde cuando llegamos afuera de Cervantes, los rastros se perdieron en unos hornos de ladrillos. Estaba fuera de mi jurisdicción y fui a ver, don Antonio Nazareno Seballos.

–Anda tranquilo Cancio. Yo me ocupo del procedimiento. Tenés un rastreador muy bueno, porque hay veinticinco kilómetros, me dijo. Nos volvimos a Godoy muy contentos”.

Eran otros tiempos, mejores creo. A la mañana siguiente, por mensaje radial del jefe de la Unidad avisó que había un detenido y que fuéramos a buscarlo con el cuerpo del delito. Yo no pude ir, tenía gente citada para atender. El sargento don Zoilo Coronado y Torres fueron a Cervantes y sobre mediodía llegaron con el ladrón, la carne y la cabeza de la yegua. Impresionante y conmovedor fue ver los restos del noble animal y más aún las lágrimas de don Millán  cuando le hice entrega de todo aquello. “Estrella” la llamaba –cuánto me ayudó y que mansa y trabajadora era. ¡Mire como terminó la pobrecita, carajo! Murmuró entre sentidos sollozos”.

“Era un animal grande y me pareció que faltaba carne. Un poco intrigado se lo comenté al sargento Torres y en un aparte me dijo: -Es verdad, jefe, falta carne. Pero estaban haciendo asado y había mujeres y chicos para comer y nos dio lastima sacársela”.

“Este hecho es un sincero reconocimiento a don Onofre Nolberto Torres, hombre inteligente, práctico, gran rastreador generoso padre de familia y con los años amigo añorado. Un policía de aquellos”.

“Muchos años después, recordando este hecho me comentó: -Con Coronado nos repartimos un buen pedazo de baña, estaba muy buena, ¡qué le íbamos a hacer! Nos tentamos”.

Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta

 

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