Cayetano Santos Godino: La atroz leyenda del Petiso Orejudo

Según se sabe, “el Petiso Orejudo” se inscribe en la tradición de los asesinos seriales de especial perversidad como el francés Gilles de Rais, contemporáneo de Juana de Arco; como el Vampiro de Dusseldorf, aquel que asoló la Alemania posterior a la Primera Guerra Mundial o, más cerca en el tiempo, como Jeffrey Dahlmer, el carnicero de Milwakee, quién además de homicida era antropófago y devoraba a sus víctimas.

En la historia del crimen en la Argentina –esa especie de antihistoria que sin embargo vive en la memoria popular- el sadismo de Godino no tiene paralelo. Ni tampoco su precocidad. Sobre el Petiso Orejudo se han escrito novelas, estudios históricos y se han hecho películas, pero sobre todo ha sido evocado en cientos de notas periodísticas. En otro campo donde dejó huella es en los estudios criminológicos, donde su caso es un clásico en el análisis de las posibles respuestas que puede aportar la ciencia anta patologías tan perversas”. 

El padre de Godino era alcohólico, sifilítico y golpeador. El matrimonio tuvo nueve hijos y Cayetano nació en el año 1896 cuando la familia habitaba una vivienda en la calle Deán Funes 1158, uno de los conventillos que se alzaban en el barrio de San Cristóbal, donde vivían varios personajes nombrados en los tangos como Margarita Verdier, la Rubia Mireya y el Cachafaz, entre otros.

Desde pequeño era ingobernable y hasta su padre estaba alarmado porque debajo de su cama en cajas de zapatos encontraba los pajaritos muerto que Cayetano torturaba y mataba.

Este asesino precoz y terrible se cobra su primera víctima  golpeando y estrangulando a Arturo Laurora, de 13 años, en un baldío de la calle Pavón. A Reina Vainicoff, de tan solo cinco años, la asesinó quemándola viva. No solo que mataba a sus pequeñas víctimas, sino que también les perforaba el cráneo de las víctimas con un clavo.

Finalmente, señalan las crónicas policiales fue detenido  y no solo confesó todos los asesinatos sino que también se declaró culpable de otros.

En el año 1923 el Petiso Orejudo fue enviado a la tristemente célebre prisión de Ushuaia ocupando la celda 90, hoy atracción de los turistas.

Un hecho por demás conocido del instintito criminal de Godino ocurrió en esa prisión: “Fue castigado con una paliza por otros reclusos  que cuidaban dos gatos que tenían como mascotas. Allí, el ya adulto asesino había quebrado el espinazo de uno de ellos. Algunos dicen que murió a causa de esa golpiza y otros la desautorizan.

Lo cierto es que “entre muchos misterios y fantasías que rodearon su vida y muerte, tampoco se sabe dónde están exactamente los restos de Cayetano Santos Godino, pues cuando el presidente Juan Perón cerró el penal de Ushuaia, en 1947, se perdieron los registros de inhumaciones.

Quién visita actualmente este presidio podrá observar el muñeco que se exhibe, donde Godino se convirtió en toda una celebridad carcelaria, junto con Mateo Banks, múltiple asesino de Azul, y con Simón Radowitzki, el militante anarquista que mató al de policía Ramón Falcón.

El caso del Petiso Orejudo es uno de los más estudiados de la criminalística argentina y en su tiempo provocó infinidad de comentarios, aterrorizando a la entonces más tranquila ciudad de Buenos Aires, pero perdurando todavía en la memoria colectiva de los argentinos.

Jorge Castañeda

Valcheta – Escritor

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