Todo comenzó el 26 de diciembre de 1881, cuando la embarcación danesa El Cóndor encalló en proximidades de la desembocadura del río Negro con un cargamento de fino champagne francés que había partido desde el puerto de Hamburgo y tenía como destino los Estados Unidos, siguiendo la ruta del Cabo de Hornos, que se trataba en esa época de un verdadero desafío para los navegantes.
Ese día el motovelero “Clipper”, que tripulaba John Haveman, se encontró con las restingas de la playa a la altura donde ahora está el faro (a 30 kilómetros de Viedma), accidente que le produjo daños a la embarcación.
Desde tierra, observaba la escena Pedro Martensen, inmigrante danés, quien se había desempeñado como fotógrafo durante la campaña al desierto encabezada por el general Julio Argentino Roca y había quedado maravillado de la Patagonia, por lo que eligió quedarse por estos lados. Precisamente, tomó esa decisión tras recorrer gran parte de estas tierras que lo habían cautivado y ahora administraba una estancia de la zona.
Durante la misión que cumplió junto a Roca tuvo la oportunidad de conocer exhaustivamente la región patagónica y decidir quedarse a vivir por aquí. El lugar elegido fue un rincón de la costa atlántica, desde donde pudo observar la situación del navío que para su sorpresa exhibía en su deteriorado mástil el emblema de su país.
Reportes de aquella época afirman que con el propósito de enviarles a los navegantes en peligro una señal de confianza, Martensen izó entonces la bandera de Dinamarca que serviría como señal de bienvenida.
Esta actitud posibilitó a los navegantes recuperar la confianza y considerar que no corrían peligro si alcanzaban la costa, decisión que tomaron de inmediato y se arrojaron a las aguas con ese propósito. Los 15 tripulantes llegaron sin mayores inconvenientes, solo no pudo hacerlo un “grumete” que al parecer se había excedido en la bebida.
Tampoco pudo llegar el cargamento del chispeante champagne que quedó en el fondo del mar en cercanías de la costa, pero quien llegó para quedarse en la zona y formar su familia fue el marino carpintero que integraba la tripulación de “El Cóndor”, Pedro Hansen Kruuse, mientras el resto de los marinos se las arregló para llegar a los Estados Unidos.
Pedro Martensen tenía cuatro hijos, dos mujeres y dos varones y fue entonces cuando los llamativos ojos verdes de una de sus hijas, María Manuela, encandiló y enamoró a Pedro Hansen Kruuse dando inicio a una historia de amor que también forma parte del nacimiento del balneario.
Coincidentemente, así como Pedro Martensen finalizada su tarea como fotógrafo junto a Roca optó por quedarse en la región y aunque los motivos que lo trajeron por aquí fueron distintos, también decidió quedarse Pedro Kruuse tras ganar la costa y sobrevivir al naufragio de la nave “El Cóndor” de cuya tripulación formaba parte.
Es necesario contar que existen otras historias que se vinculan al nacimiento del balneario, menos románticas y también alejadas de la tragedia, como fue la llegada de Jacinto Massini, quien arribó a estas tierras proveniente de Rimini, Italia, para contribuir con la obra de Don Bosco.
Massini era farmacéutico, trabajó en el Hospital San José, junto al Dr. Evasio Garrone y Don Artémides Zatti.
Desde su llegada a la zona, al observar las posibilidades que ofrecía el lugar, comenzó su lucha para lograr que se habilite el acceso a las playas, lo que no le resultó nada fácil, ya que el tema recayó en la justicia por la negativa de quien tenía el dominio de las tierras.
Massini en ningún momento dejó de lado su intento y posibilitar entonces que los pobladores tuvieran la posibilidad de llegar a disfrutar el mar, hasta que en 1920 la Gobernación le otorgara el primer permiso de construcción en lo que con el tiempo sería el balneario de Viedma, aunque en primera instancia el lugar se habría conocido como Villa Massini.
Con ese nombre el sector se identificaba hasta que en diciembre de 1948 por decisión del gobernador Montenegro se le impuso el nombre de “El Cóndor” en recordación del navío danés que encalló en diciembre de 1881.
Si bien existe documentación sobre el nombre que ostenta el atractivo lugar, quienes residen allí o visitan con frecuencia la región, al referirse al mismo, le otorgan la denominación que más prefieren o asocian con el sector o con el nombre o designación que conoció el lugar. Por ello no es extraño que se lo identifique como “El Cóndor”, “La Boca”, “La desembocadura”, “El pescadero”, simplemente “La playa”, “La costa” o para los más antiguos todavía es la “Villa Massini”.
Texto: Eduardo Reyes, escritor de Viedma
Las Grutas — Río Negro