Como muchos alimentos, las torrejas o torrijas surgieron de la pobreza

 

Algunos dicen que quienes comenzaron a elaborarlas fueron monjas en la Edad Media, otros le dan como fecha de nacimiento entre los siglos IV o V, para aprovechar el pan duro. No faltan quienes aseguran que las torrejas o torrijas con vino representaban la sangre y el cuerpo de Cristo por lo que se consumían en Semana Santa y pasaron a ser un plato típico de esa fecha.

Algunas teorías afirman que había que aprovechar el pan duro y también reemplazar el consumo de carne por la abstinencia de la cuaresma, entonces al igual que otros productos, las torrejas, por casualidad,  quedaron asociadas a la Semana Santa, tal como los buñuelos, el arroz con leche y otras golosinas.

Como suele suceder, especialmente con productos tan antiguos, es muy posible que la receta haya sufrido variantes o modificaciones.

La que se toma como original es aquella que se refiere a introducir rodajas de pan duro en leche con un poco de canela, luego hacerlo por huevo batido y posteriormente freír las rodajas en aceite, para completar con un rociado de azúcar con lo que se logra una especie de almíbar, aunque se sostiene también que puede ser con miel. En este caso, mencionan que es probable que ello se haga con las que llevan, además, algo de vino.

Puede ser que a alguno de ustedes, amigos lectores, les haya ocurrido como a quien esto escribe, que cuando niño, mi abuela materna nos preparaba las torrejas asegurándonos que eran un buen alimento por su contenido calórico y que en la antigüedad se recomendaba suminístraselas a mujeres pos parto para recuperarse del esfuerzo.

Para ello, sostenían que las torrejas o torrijas estaban compuestas o integradas con alimentos muy necesarios y nutritivos, como pan, leche, huevo, azúcar, miel y ocasionalmente con algo de vino dulce.

Como ya lo adelantamos, con el tiempo la receta original fue modificándose y se les han incorporado otros componentes no menos nutritivos, por caso salsa de chocolate, mole mejicano y otros aditamentos que tuvieron gran aceptación, especialmente en la región de la Coruña en España.

Para ese entonces, ya eran muy populares en las tabernas de Madrid, donde se servían acompañadas por un vaso de vino y las recetas ya figuraban en los libros de cocina,  ya alejadas de la celebración de Semana Santa y Navidad, tornándose muy populares por el año 1600. Documentos sobre el tema hablan también respecto a que las torrejas estaban instaladas como un postre típico, por ser un alimento saciante y calórico que aportaba energía.

En relación a su llegada a América, se sostiene que este manjar dulce arribo a estas tierras, concretamente a Honduras, durante la conquista de Cristóbal Colón en el año 1502 en su cuarto viaje al Nuevo Mundo. En la oportunidad, como con Colón venían sacerdotes y creyentes de la religión católica inculcaron la importancia de comer “torrijitas” en fechas festivas.

En Honduras entonces se le agregaron otros sabores como inclusión de pimienta y  se las rebautizo como “torrejas”.  Como suele suceder también el producto paso a tener distintas denominaciones y diversas formas de prepararlas.

Esto es así, según estiman chef y cocineros, porque responde a que por ser un plato muy versátil, la experimentación y creatividad es muy natural, por lo tanto se sirven también frías o calientes, acompañadas con frutas o helados y horneadas en lugar de fritas.

Otras variantes consideradas se refieren a la posibilidad de incorporar o acompañar las torrejas con un buen vino tinto o licor de café, como también innovar con “horchata” que asi se denomina a lo que en España identifican como agua de chufa, o sea agua de cebada.

Si bien en la actualidad no es muy común que se elaboren en los hogares las torrejas, se trata de un dulce único, golosina o postre, que nos brinda numerosas posibilidades y que en distintos lugares del mundo sigue dándonos muchas satisfacciones y alegrándonos la vida desde hace miles de años.

Les aseguro que las que nos hacia la abuela cuando niños, eran un verdadero manjar y es probable que todavía exista quien haya heredado esa costumbre, la cultura o alguna receta o porque no las ganas o disposición para anímarse e intentarlo.

Texto: Eduardo Reyes, escritor y periodista de Viedma

Las Grutas  –  Río Negro.

 

 

 

 

 

 

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