El mate: Costumbre nacional, un hábito para compartir excepto en tiempos de pandemia

 

El mate, como el té y el café, ya es una costumbre nacional, un hábito para compartir (excepto en estos tiempos de pandemia), un culto a la amistad.

El mate se puede preparar de mil formas y todas tienen su razón. Puede llevar agregados que lo hacen más sabrosos, verbigracia: con menta peperina como les gusta a los cordobeses o con cedrón en la Patagonia que supo llevar a la canción don Marcelo Berbel: “Mate con cedrón”.

Se puede beber dulce o amargo, con leche (decían las abuelas propicio para las embarazadas para tener abundante leche), caliente hasta que la bombilla quema o bien frío en verano cuando adquiere el nombre de “tereré”.

Muchos escritores se han referido al mate, por ejemplo José Hernández en su Martín Fierro, donde cuenta que el viejo Vizcacha mató a su mujer porque le cebó un mate frío.  Hay incluso un amplio temario en la poesía dedicado a esta milagrosa infusión.

Todo ha evolucionado: ahora hay yerbas saborizadas, despalizadas, envases de lujo, mate listo, despolvilladores, termos de las más variadas formas, estuches de cuero y adminículos varios aptos para el consumo de los fanáticos.

Tengo en mi casa-museo una amplia colección de mates –muchos regalados por mis amigos- y bombillas raras. Generalmente, cuando me invitan a dar una charla o un recital el obsequio es un mate grabado con el nombre y la localidad del evento. Hasta conocí mates de hueso, los más comunes de calabaza, las grandes porongas y hasta uno con rueditas para enviar sobre la mesa a los invitados.

El programa de mi amigo Sergio Herrera se llama precisamente “Mateando con tiempo” y el cantor patagónico Rolando Lobos suele recitar un poema al mate donde el poeta asevera que no hace mal.

Hay toda una mitología lo que el estado del mate significa para quién se lo ofrece. Y en los puestos de la región sur de mi provincia se dice a quién le duele mucho que “tiene la cabeza como mate de neneo”, cosa que nunca pude comprobar.

Para los puristas del idioma y amantes de la etimología podemos agregar que el vocablo “mate” nace de la expresión quechua “mati”, que significa calabaza, o sea el recipiente para beberlo, pero hay otras interpretaciones.

Algunos eruditos afirman que el mate es una costumbre que nació hace 500 años cuando los nativos descubrieron las plantas de yerba mate. Y atribuyen a los guaraníes ser los primeros en degustarlo.

En la localidad bonaerense de Saldungaray tuve oportunidad de visitar el “Museo del mate” y fue una sorpresa descubrir marcas de yerba que compraban mis padres en los años de m i infancia: La Hoja, Nobleza Gaucha, Salus, Flor de Lis, y tantas otras que hoy son piezas de colección.  Yo tengo varias latas.

El desafortunado escritor argentino Ezequiel Martínez Estrada en su casona de Bahía Blanca observando una tarde un cuadro a medio terminar de su mujer Agustina Morricone y sus cuartillas truncas e interrumpidas escribió uno de los poemas más emotivos de nuestra literatura que se llama justamente “El mate”:

“De ti a mí, mano a mano/ el mate viene y va. / Darío lo ha llamado/ calumet de la paz. / Niño que se dormido/ cansado de llorar/ y aún suspira, la lluvia/ cae sobre la ciudad,  El brasero sus brasas/ aviva fraternal/ y como en la charada/ llena todo el hogar. / De ti a mí, mano a mano/ el mate viene y va.  Nos quedamos callados/ mirando sin mirar/ un cuadro, un libro abierto/ un reflejo fugaz. / Tenemos una pena/ como de soledad, / Nos falta un hijo y algo/ que no tendremos ya. / el reloj da la hora/ de la serenidad/ y grano a grano cuenta/ arenas en el mar. / La lluvia se diría/ que liquida el cristal. / El brasero calienta/ el frío del hogar. / De ti a mí, mano a mano/ el mate viene y va. / Hace poco perdimos/ un amigo ejemplar, / perdimos un hermano/ de exquisita bondad. / Se le escapó la vida/ antes de comenzar. / Presente en el silencio/ sabemos bien que está/ pero callamos porque/ no podemos hablar,  Tu principiaste un cuadro/ yo un libro, y ahí están/ sin terminar las manos/ la estrofa sin final./ De ti a mí mano a mano/ el mate viene y va.  Llevamos siete años/ de vida conyugal/ y nuestro amor reclina/ su frente en la amistad, / De los viejos proyectos/ casi no hablamos más. / Hay algo que nos dice/ de un fracaso brutal, / Nos miramos con pena/ durmiendo sin soñar./ Nos ha engañado el sueño/ ya no soñamos más. / De ti a mí, mano a mano/ el mate viene y se va. / Viene a mi fervoroso/ casi frío a ti va. / No hay más luz que las brasas/ ni más calor quizás. / Mi cigarrillo quema/ sustancia sideral/ y como se ve poco/ no nos vemos llorar”.

 Texto: Jorge Castañeda

 Escritor – Valcheta

 

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