Arqueóloga que codirigió una expedición científica por momias se preparó en Río Negro

La arqueóloga Constanza Ceruti, que en marzo de 1999 codirigió una expedición científica al volcán Llullaillaco, donde encontrarían las momias mejor conservadas de tiempos precolombinos, se preparó en montañas de varias provincias, incluso hizo trekking en Bariloche, en el marco de campamentos agrestes con la Pastoral Universitaria.

A continuación una reciente nota:

“Son como hijos con alas”: la arqueóloga Constanza Ceruti recordó el hallazgo de los Niños de Llullaillaco hace 25 años

En marzo de 1999 codirigió una expedición científica junto a Johan Reinhard, explorador de National Geographic al volcán Llullaillaco, sin saber que encontrarían las momias mejor conservadas de tiempos precolombinos. La adversidad de esa expedición a 6739 metros sobre el nivel del mar que marcó su vida. Los sentimientos maternales que despertaron en ella en relación con su cuidado. “Son el fruto del gran amor que son las montañas”, expresó en entrevista con Infobae

Por Gabriela Cicero

Constanza Ceruti fue la primera mujer arqueóloga de alta montaña en la historia mundial y es argentina. A los 51 años recuerda aquella expedición que encabezó junto al explorador de la National Geographic Johan Reinhard hacia el volcán Llullaillaco, -el segundo volcán activo más alto del mundo- situado en la Cordillera de los Andes, en la provincia de Salta. Hace 25 años, protagonizaba un hallazgo que tuvo eco en todas partes del mundo por sus características singulares.

En la expedición hacia el sitio arqueológico más elevado del mundo, a 6.739 metros sobre el nivel del mar, se encontraron con momias de 400 años de antigüedad, que pronto llamaron “Los niños de Llullaillaco”. Eran tres niños, un varón de siete años que pasó a llamarse “El niño”, una nena de seis “La niña del rayo” (su cuerpo en algún momento fue alcanzado por un rayo) y una adolescente de 15 “La doncella” que fueron ofrendados, es decir, sacrificados en una ceremonia inca, muy cerca de la cima del volcán. Los tres niños fueron descubiertos en un estado de conservación asombroso, producto de la momificación por congelación, que según los expedicionarios, daban la sensación de que estaban durmiendo. A su alrededor, encontraron más de 40 objetos, que conformaban su ajuar, como utensilios, animales en miniatura y figuras humanas. En 2001 los niños fueron declarados “Bienes Históricos Nacionales” y la cima del volcán “Lugar Histórico Nacional”.

La arqueóloga Constanza Ceruti, repasa con Infobae su trayectoria, en la que fue reconocida como una de las seis exploradoras más importantes del mundo y merecedora de grandes premios internacionales. Cómo impactó este hallazgo desde su lado afectivo, tratándose de niños y todo lo que aprendió escalando montañas.

—¿Cómo nació tu vínculo con la National Geographic y cuáles fueron las razones por la que te reconocieron como una de las seis exploradoras más importantes del mundo?

 En 1998 fui invitada por el antropólogo Johan Reinhard (explorador de National Geographic) a una expedición arqueológica al volcán Misti, en el sur de Perú, en la que permanecimos alrededor de un mes en el interior del cráter activo, a más de 5800 metros, trabajando con un equipo de la Universidad Católica Santa María de Arequipa. En ese contexto comenzamos a delinear el proyecto para la investigación del volcán Llullaillaco al año siguiente. El reconocimiento, por parte de la National Geographic Society como uno de los seis exploradores jóvenes más destacados llegó algunos años después, teniendo en cuenta los importantísimos descubrimientos realizados y el hecho de ser la primera mujer arqueóloga de alta montaña en la historia mundial.

— ¿Dónde estás viviendo actualmente? ¿Das clases en la Universidad Católica de Salta? ¿Qué tema estás investigando?

— Elegí Salta como lugar de residencia hace unos 25 años. Anteriormente, tras graduarme con Medalla de Oro en la UBA, viví cinco años en la bellísima Tilcara, que tiene una residencia para investigadores al pie del Pucará. Desde hace más dos décadas, mis clases en la UCASAL tienen como destinatarios a estudiantes jóvenes (y miembros de comunidades andinas) de las carreras de Turismo; así como a profesionales -abogados, escribanos y arquitectos- en la Maestría en Valoración del Patrimonio Natural y Cultural.

— ¿Cómo es un día tu vida?

— Actualmente, por motivos de salud familiares, mi tiempo se reparte entre Salta y Buenos Aires, donde la UCASAL tiene también una subsede, en la que periódicamente organizamos seminarios y ponencias. Además, doy conferencias y participo en actividades de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, prestigiosa institución en la que tengo el honor de ser el miembro más joven.

— ¿Qué tema estás investigando?

 Mis temas de investigación están siempre relacionados con las montañas sagradas. Inicialmente las estudié en los Andes, desde la arqueología de altura, una disciplina científica que ayudé a forjar y que eventualmente se extendió por el mundo a través de la llamada “arqueología de glaciares”. Actualmente -ya desde hace varios años también- mi trabajo es de naturaleza más antropológica y el foco está puesto en la dimensión simbólica de la montaña, en distintas partes del mundo (estudiadas gracias a invitaciones recibidas de distintas universidades extranjeras). Analizo -siempre en el terreno- mitos y leyendas relativos a las montañas y aspectos de la praxis religiosa (ritos, peregrinaje, etc.) que les confieren su importancia social y simbólica.

 ¿Tu familia estimuló tu amor por la montaña y el gusto por la aventura?

 En casa me inspiraron el amor por las humanidades; la gran biblioteca de mi padre jugó un papel importante. Todo lo relativo al montañismo -y el gusto por la aventura- surgió como vocación propia; que resultó al principio un poco “inexplicable” para mi familia, aunque con el paso de los años ha ido siendo entendida.

— ¿Cuándo te volcaste a las actividades de montaña, siendo porteña?

— Mi primer contacto con la montaña fue en ascensos a las sierras de Córdoba cuando tenía catorce o quince años. Las habilidades para moverme en terrenos complejos se desarrollaron además gracias al trekking en Bariloche, en el marco de campamentos agrestes con la Pastoral Universitaria (y también en solitario). Después llegaron las altas montañas de la puna y la cordillera, y los más de cien ascensos a cumbres de más de 5.000 metros, que me valieron el Cóndor Dorado del Ejército y otras distinciones como “Montañista del Año” en 1997.

— La expedición al Llullaillaco fue un hito importante en su carrera. ¿Cómo fue el momento del descubrimiento? ¿Recordás fielmente ese momento? ¿Qué técnicas usaron para dar con los enterratorios? Me cuesta imaginar un hallazgo en un lugar me imagino que tan inmenso, como si fuese encontrar una aguja en un pajar. ¿Con qué “pistas” trabajaron?

— Ante todo hay que recordar que al iniciar el trabajo en el volcán Llullaillaco no sabíamos que íbamos a encontrar a las momias y que el objetivo de la investigación era estudiar el sitio arqueológico más elevado, por lo que se usaron las técnicas habituales de prospección, relevamiento y excavación que la arqueología científica prevé para localidades complejas, que presentan varias agrupaciones de estructuras. No se trata de una “búsqueda de tesoros” sino de comprender el uso del espacio y los aspectos ceremoniales –y también logísticos- en época Inca. Y documentar muy cuidadosamente todo el procedimiento; algo que a fines del siglo XX era complicado, no solamente por los factores del entorno (altitud y frío extremos) sino también debido a que no teníamos cámaras digitales ni teléfonos celulares, por ejemplo. Tampoco hubo un “momento”, ya que la instancia del descubrimiento y puesta a resguardo de las momias y sus ofrendas se extendió durante varios días de esforzadísimo trabajo a 6739 metros sobre el nivel del mar. Dicho esto, ciertamente quedan en la memoria una serie de instancias muy especiales, como fue la recuperación de la niña del rayo; en razón de que pudimos ver su rostro allí mismo en la cima.

— ¿Alguna anécdota de esa expedición que quieras compartir?

— Me parece oportuno recordar que la expedición que Reinhard y yo codirigimos en 1999 al volcán Llullaillaco estuvo originalmente integrada por catorce personas, incluyendo un fotógrafo que National Geographic envió para ilustrar la tarea; quien debió abandonar la montaña porque sufrió un cuadro de edema pulmonar y cerebral en el campamento intermedio. En medio de una severa tormenta de nieve, al partir de la base del volcán el vehículo con el que iba a ser evacuado el fotógrafo, la mayor parte de los colaboradores salteños optaron por volver a la ciudad. Consecuentemente, quedamos solamente nueve personas para encarar el trabajo de investigación en la cima. A casi un cuarto de siglo, es menester recordar con nombre y apellido a los nueve descubridores de las momias del Llullaillaco: los profesionales directores de la expedición -Johan Reinhard y Constanza Ceruti-; los estudiantes de arqueología peruanos Jimmy Borouncle, Rudy Perea, Orlando Jaén; el estudiante de antropología salteño Antonio Mercado; destacando muy especialmente el notable aporte de Arcadio Mamani, su hermano Ignacio Mamani y su sobrino Edgar Mamani, oriundos de una comunidad originaria de la región del Colca y seriamente comprometidos con la conservación del patrimonio andino para las generaciones venideras. Sin embargo, no faltaron quienes aceptaron ser presentados (y repetidamente homenajeados, en Salta y en otros ámbitos del país) como “arqueólogos salteños descubridores de las momias del Llullaillaco”; aunque hayan estado en sus casas durante las excavaciones en la cima del volcán, y no fuesen arqueólogos profesionales al momento de realizarse la expedición. Paralelamente, mi nombre ha sido totalmente omitido en diversos ámbitos -durante catorce años en el MAAM, por ejemplo-; tal vez para que el real aporte de una arqueóloga profesional argentina con ascendencia indígena, no disuelva ninguna de las tantas ficciones provincialistas y misóginas, que tan convenientes han resultado para quienes “se colgaron de mis crampones”. Afortunadamente, muchos ya se han dado cuenta del error; y en más de un caso se han disculpado conmigo, aduciendo que habían estado “mal informados”.

— ¿Qué sentimientos te despertó trabajar con los niños de Llullaillaco?

— Es importante recordar los seis años que las momias del Llullaillaco estuvieron en custodia temporaria en la UCASAL, ámbito en el cual coordiné estudios interdisciplinarios con investigadores locales e internacionales (llegaron expertos de universidades de Norteamérica, Europa y Australia y publicamos docenas de artículos científicos sobre radiología, odontología, estudios genéticos, etc.). Gracias a esta cuidadosa labor se logró comprender mucho mejor la vida de estos niños y su papel en las ceremonias estatales en tiempos de los Incas. El trabajo con los niños del Llullaillaco me despertó sentimientos maternales, relacionados con la necesidad de su cuidado, siendo las momias mejor conservadas que se conocen. Además porque, en el plano afectivo, vendrían a ser mis “hijos con alas”; el fruto del gran amor que son las montañas.

— ¿Solés frecuentar el museo donde están exhibidos? ¿Estás atenta a su conservación?

— Ocasionalmente los visito en el MAAM; pero ya hace muchos años que no estoy involucrada directamente en su conservación. Sería imprescindible incluir en la cartelería del museo -institución creada a raíz de los hallazgos que nosotros descubrimos y recuperamos con tanto esfuerzo- información relevante y completa sobre la expedición científica que codirigí con Reinhard en 1999 y sobre los estudios interdisciplinarios que coordiné en la UCASAL. Esto es imprescindible en el contexto de una institución que cumple una función legitimadora de la disciplina a la que está consagrado (la arqueología de alta montaña), de la cual soy la primera profesional femenina en la historia mundial.

— Dado tu amplia experiencia en montañas sagradas, ¿cuál fue la que te marcó profundamente o te haya dado alguna enseñanza muy importante para tu carrera?

 Cada montaña, grande o pequeña, me ha dejado valiosísimas enseñanzas, que van más allá de los aspectos documentados para la investigación en sí. Del Aconcagua aprendí la imprescindible combinación entre grandeza y humildad (es una montaña tan enorme y a la vez accesible). De las Dolomitas aprendo la importancia de enraizar la belleza en la pureza (son montañas hermosas que embellecen y enmarcan los poblados alpinos extendidos a sus pies). De los volcanes aprendo el poder que conllevan (y el respeto que merecen) las manifestaciones provenientes de nuestra interioridad (las convicciones, la vocación y el carácter). Me encanta esta pregunta… podría seguir por horas reflexionando sobre estas cuestiones.

— ¿Cómo ves tu carrera en perspectiva?

 Estoy sumamente orgullosa de mi carrera, con una trayectoria que cubre cuatro décadas (desde los años noventa hasta la actualidad) y varias páginas escritas en la historia de nuestro país y del mundo. Todo ello con muchísimo esfuerzo personal, austeridades de toda índole (mis innumerables y ya legendarios “viajes a dedo”) y medios sumamente exiguos -ya que jamás recibí un subsidio del CONICET- . También me enorgullece (aunque no deja de ser agotador) haber vencido enormes resistencias, que surgen en ámbitos profesionales por omisión o supresión de la meritocracia.

— ¿Cuáles fueron tus principales logros? ¿Tus mayores tesoros?

— Son logros muy únicos en la historia de las ciencias, realizados en ámbitos extremos y en condiciones muy difíciles: las prospecciones arqueológicas en alta montaña, los descubrimientos en el Llullaillaco, los estudios interdisciplinarios sobre momias congeladas (que fueron pioneros para el norte argentino en su momento) y el estudio antropológico de montañas en casi toda Europa, Norteamérica, e incluso Oceanía. Mis “tesoros” son mis “hijos con hojas”: los más de veinticinco libros y doscientos artículos científicos publicados sobre estos temas. También valoro especialmente los numerosos premios recibidos, entre ellos el Premio Príncipe de Asturias (galardón compartido con otros cuatro exploradores científicos cuando fue entregado a National Geographic en la categoría Comunicación y Humanidades) en el año 2006. O la Medalla de Oro de la International Society of Woman Geographers, recibida en 2017; que anteriormente recibieron Amelia Earhart y Jane Goodall, entre una veintena de mujeres destacadas a lo largo de cien años. Aunque aún no se pondera ni conoce suficientemente en nuestro país, me enorgullece especialmente el legado perdurable, tras haber desarrollado una tarea muy original, plasmada en la consolidación de diversas disciplinas de proyección internacional: arqueología de alta montaña, arqueología de glaciares, etnografía de altura, antropología de montañas sagradas y la novedosa “montología”. Gracias a esta labor pionera, hay jóvenes investigadores que encuentran abiertos caminos (que antes no existían) para desarrollar su vocación científica al servicio de las montañas.

— ¿Algo de lo que te arrepientas?

 Tal vez por no haber contado oportunamente con la información adecuada, me arrepiento de no haber reaccionado más enfática y prontamente frente a las situaciones de mobbing, hostigamiento laboral, acoso moral y persecución ideológica que vengo padeciendo crónicamente en ámbitos profesionales. Incluso en alguna entrevista previa he mencionado que los investigadores nos sentimos, a veces, como esclavos griegos en un circo romano. Ésta es una vivencia compartida con cantidad de colegas, tanto locales como extranjeros. Son problemáticas sobre las cuales hay que generar consciencia y ejercer debida resistencia.

— Ya no sos tan joven. ¿Seguís entrenada en la montaña? Tu trabajo requiere un gran esfuerzo físico. ¿Seguís muy activa haciendo trabajo de campo?

 El secreto está en que los años no pasen en vano. Creo que mi espíritu sigue siendo bastante “joven” (en tanto que curiosidad y motivación no me faltan). De mi alma “no tan joven” procuro extraer sabiduría. A mi cuerpo le pido que se esfuerce para poder seguir aprovechando intensamente la experiencia de este hermoso mundo al que vinimos. Soy consciente que las montañas me reciben, no por mi aptitud física (que es bastante limitada) sino por el amor y el respeto que les tengo. Aunque nunca tuve tiempo para preocuparme por alcanzar o mantener una condición “atlética”, trato de estar siempre más o menos preparada para iniciar un ascenso en cualquier oportunidad que se presente. En Salta subo al cerro San Bernardo y en Buenos Aires encaro diariamente 70 pisos de escalera (son las del edificio donde vive mi madre, que tiene siete pisos y los subo diez veces seguidas sin parar) y/o camino entre ocho y quince kilómetros.

— ¿Cuáles son tus asignaturas pendientes? ¿Un sueño por cumplir?

 Mis asignaturas pendientes incluyen una larga lista de montañas en distintas partes de nuestro amado planeta, para visitar cuando Dios disponga y la Providencia ayude. A escala local, me gustaría poder llegar con la tarea docente a las jóvenes generaciones de colegas y también al gran público, a través de conferencias en distintos rincones de nuestro país. Un sueño por cumplir sería llevar la docencia a la montaña, a través de viajes de estudio o seminarios de campo. Creo que hay mucho por hacer en términos de ampliar y literalmente “elevar” opciones para el turismo activo y el turismo cultural, potenciándolos con actividades de formación académica “de altura”, que puedan enriquecer notablemente las experiencias de quienes buscan ampliar horizontes y profundizar conocimientos.

 

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