Su alteza: la cebolla. Amiga de ollas y sartenes, reina de la cocina

 

Cebolla, yo te uso en la coquinaria y te quiero mucho. Te deshojo. Te descascaro. Te pelo. Bochín de sabores. Te corto de mil maneras: en aros, en juliana, en brunoise, aunque me hagas llorar a mares. Y en un recipiente especial te conservo para utilizarte.

Cebolla, delicia de las viandas, amiga de ollas y sartenes, compañera de las ensaladas. No sé si sos una hortaliza o una verdura, no me importa mucho. Sé que viajaste desde Asia hacia todo el mundo conocido para aliñar las comidas y hasta para saciar el hambre. Miguel Hernández ya lo contó en sus famosas “nanas”.

Cebolla: ya seas la amarilla, la blanca, la roja, la perla, la chalota, la francesa y hasta la de verdeo yoles canto por igual y soy un comprador compulsivo de todas.

Y con Pablo Neruda, poeta mayor de Chile, te canto: “Cebolla / luminosa redoma, / pétalo a pétalo / se formó tu hermosura, / escamas de cristal te acrecentaron / y en el secreto de la tierra oscura / se redondeó tu vientre de rocío. / Bajo la tierra / fue el milagro / y cuando apareció / tu torpe tallo verde, / y nacieron / tus hojas como espadas en el huerto, / la tierra acomodó su poderío / mostrando tu desnuda transparencia, / y como en Afrodita el mar remoto / duplicó la magnolia / levantando sus senos, / la tierra / así te hizo, / cebolla, / clara como un planeta / y destinada / a relucir, / constelación constante, / redonda rosa de agua / sobre la mesa / de las pobres / gentes.  Generosa / deshaces / tu globo de frescura / en la consumación / ferviente de la olla, / y el jirón del cristal / al calor encendido del aceite / se transforma en rizada pluma de oro.  También recordaré como fecunda / tu influencia en el amor de la ensalada / y parece que el cielo contribuye / dándote fina forma de granizo / a celebrar tu claridad picada / sobre los hemisferios de un tomate. / Pero al alcance / de las manos del pueblo, / regada con aceite, / espolvoreada / con un poco de sal, / matas el hambre / del jornalero en el duro camino.  Estrella de los pobres, / hada madrina / envuelta / en delicado papel, / sales del suelo / intacta, eterna, pura / como semilla de astro, / y al cortarte / el cuchillo en la cocina / sube la única lágrima / sin pena. / Nos hiciste llorar sin  afligirnos. / Yo cuanto existe celebré, cebolla, / pero para mí eres / más hermosa que un ave / de plumas cegadoras, / eres para mis ojos, / globo celeste, / copa de platino. / Baile inmóvil / de anémona nevada / y vive la fragancia de la tierra / en tu naturaleza cristalina”.

Cebolla, amiga mía y de la mesa, cuando te fritas y te doras den el aceite de oliva en el mejor de los peroles, tu música dulce me llega al alma y me anticipa los placeres del buen yantar.

A veces de puro memorioso me recuerdo de un ameno libro que decía que “el ajo, el limón y la cebolla curan más de mil enfermedades; por eso te llevo en mis bolsillos y te manduco con dos huevos fritos como suculento desayuno.

“Copla blanca de cebolla, / roja, blanca, llora lágrimas / ácidas, corta que corta, llora llanto, que es misérrima.  Tez brillante, nívea escarcha / guarda dentro de sus aros. / Llora escarcha blanca y corta, / cebollín que llora, qué raro.  Brilla piel amarronada. / Llora centro, blanco, blanco. / Llora escarcha, cebolla es / copla blanca, color blanco”.

Y me voy, cebolla, cantando con Miguel Hernández: “La cebolla es escarcha / cerrada y pobre: / escarcha de tus días / y de mis noches. / Hambre y cebolla: / hielo negro y escarcha / grande y redonda”.

Larga vida a su alteza, la cebolla, reina de la cocina, dama antigua. ¡Larga vida!!

Texto: Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta (Río Negro)

 

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