Un día, hace ya casi un año, volvimos a oír risas en las calles en medio del silencio

La luz a luz que entra de una determinada forma por la ventana, a una determinada hora del día, provoca un determinado arco iris, una franja colorida, todo a lo largo del living. Es sólo un momento. Es digno de verse.

El brote de los narcisos, asomando ya, tiesos, como un abanico de rayos verdes, entre la tierra reseca de la maceta, anticipándose a un sol que ya será más benigno. Es una promesa, lenta, al margen de las cifras de muerte que llegan, irremediablemente, horadando este tiempo en suspenso.

La risa con desparpajo, completamente inesperada, en medio de una conversación cotidiana, quizás en familia, quizás en medio de un almuerzo, o de una cena. Es siempre una suerte de bendición que quiebra el aire denso, como si fuera un cristal fino, en miles de pedazos.

El aroma del café, la certeza del aroma del café, con el olfato recuperado. Es el perfume de un nuevo día.

El modo, imprevisto, en el que un día, hace ya casi un año volvimos a oír risas en las calles en medio del silencio que se había convertido en la banda insonora de este tiempo.
La primera rebanada, del primer pan casero amasado con más angustia y desasosiego que decisión y brío. Esa primera rebanada, esponjosa, humeante, generosa.

La ilusión -una ilusión, cualquier ilusión- en el momento en que nace; cuando está a punto de eclosionar, cuando está empujando para tomar alguna forma definitiva, cuando todavía es pura promesa.
Ese tipo de sensaciones, la de lo nuevo.

Un lluvia. A veces, una canción. A veces, Esta canción: California Dreamin, en la versión de José Feliciano. A veces una película. A veces Esta película: “Un camino para dos”, con Audrey Hepburn y Albert Finney. A veces un libro. A veces muchos libros. A veces el sol. A veces el sol a las tres de la tarde, en pleno invierno y después de una helada. Cosas así.

Todas piezas pequeñas. Frágiles. Delicadas. Tan volátiles que apenas se posan en la memoria.

La felicidad, ya se ha dicho tanto, sólo dura cinco minutos. Es un instante.

El resto, ya los sabemos también después de este entrenamiento forzoso, de vivir temerosos, cuidando y cuidándonos; midiendo distancias, aperturas de ventanas, y aceptando a regañadientes dosis pringosas de alcohol en gel para entrar a cada lugar, el resto, efectivamente, es lo que hay.

Entre el arco iris de esa determinada hora, el aroma del café, el brote de las plantas que esperan la primavera y este presente de variantes alfabéticas, variadas y cada vez más fuertes, hay una sucesión de días, en los que a veces es simplemente necesario levar las anclas, izar las velas, esperar que el viento cambie y dejarse llevar, con la esperanza de que siempre existan esos instantes, de cinco minutos, a veces poco menos, a veces poco más.

Cuidate mucho
Nos vemos en una semana

Texto: Verónica Bonacchi, General Roca, diario Río Negro

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