Yo no tengo vergüenza

 

Yo no tengo ninguna vergüenza de ser lo que soy porque como decía Miguel de Cervantes por boca de Sancho Panza “Cada uno es como es como Dios lo hizo y a veces mucho peor”.

No siento vergüenza de haber sido hijo de obreros, mi madre modista y mi padre maestro albañil, porque fueron grandes en su amor y su dignidad moral.

No siento vergüenza de ser cristiano evangélico desde mis primeros años cuando el evangelio era muy vituperado y nos ridiculizaban creyendo insultarnos al decirnos “Canutos” o “aleluyas”, porque como dice un himno el Evangelio de Cristo me ha hecho muy feliz” y sé que pronto el Señor no se avergonzará de mí, porque su segunda venida está cerca.

Yo no tengo vergüenza por mi forma austera de vivir sin grandes lujos porque prefiero tener una buena biblioteca y las pequeñas cosas nada costosas que me hacen estar bien.

Yo no tengo vergüenza de no tener un auto, ni una tablet, ni un celular de última generación ni un televisor de muchas pulgadas porque creo que la felicidad está en otras cosas que son las más importantes.

Yo no tengo vergüenza de vestirme con ropa que no sea de marca, ni zapatillas caras, ni de andar a la moda, porque “el hábito no hace al monje” como dice el refrán.

Yo no tengo vergüenza de vivir en una casa austera y sencilla, porque es la casa que fue de mis padres y en ella con mi compañera (también evangélica) somos felices y pasamos hermosos momentos.

Yo no tengo vergüenza de llevar una Biblia debajo del brazo, porque es el mejor libro para echar mano cuando viene la adversidad. (Tengo más de 15 versiones, pero amo la Reina Valera y la de Jerusalén).

Yo no tengo vergüenza haber vivido a veces con estrecheces económicas por sé qué “nunca se ha visto al justo desamparado ni a su descendencia que mendigue pan.

Yo no tengo de vergüenza de callarme cuando otro grita o dice cosas desagradables, porqué sé que son “Bienaventurados los humildes”.

Yo no tengo vergüenza de haberme equivocado muchas veces y mucho menos tengo vergüenza de pedir perdón a quién sea, aunque  sin querer le haya herido de palabra o aún con el pensamiento.

Yo no tengo vergüenza en saludar a todo el mundo y ser cortés, porque esas cosas me enseñaron desde niño.

Yo no tengo vergüenza por haber trabajado toda mi vida sin haber nunca hecho nada reprobable o imperfecto a propósito.

Yo no tengo vergüenza cuando alguien me dice que los poetas son unos tontos soñadores porque la poesía ha vestido de luz a la humanidad y es tan necesaria como el pan. (Los profetas hablaban en poesía).

Yo no tengo vergüenza de ser hincha –no fanático- de Boca, porque es el cuadro de mis amores, al contrario, siento mucho orgullo de serlo, y lo digo con todo el respeto a los hinchas de otros cuadros porque que sé lo que es la pasión sana. Pero sí tengo mucha vergüenza de las repudiables barras bravas. No me gustan, porque no me agrada ningún tipo de violencia así sea con la palabra.

Yo no tengo vergüenza por amar a mi Patria y a sus símbolos y por tratar de seguir el ejemplo de sus próceres, porque eso es ser un buen argentino.

Yo no tengo vergüenza como Don Fulgencio (que era evangélico) por a veces hacer cosas de niño, cantar en el baño, jugar con mis nietos, porque son las mejores cosas de la vida.

Yo no tengo vergüenza por mis hijos (dos propios y dos del corazón) porque hoy son personas buenas y dignas. Por demostrarle cariño a Irma, mi buena compañera que cada día me acompaña y me cuida con un estoicismo digno de imitar.

Yo no tengo vergüenza de escuchar a los mayores, a los abuelos, porque ellos son como la sal de la tierra.

Yo no tengo vergüenza por ser un hombre mayor porque tengo alguna experiencia de la vida y de sus avatares y estoy más cerca de irme con el Señor.

No tengo vergüenza de cantar himnos y conversar con Jesús en silencio  mientras camino por las calles o hablar con mis padres cuando voy caminando aunque digan que estoy loco.

Sí tengo mucha vergüenza por la postración de mi pobre Patria, por la justicia decadente, por los malos políticos, por la inseguridad, por el desprecio a los viejos, por la maldad imperante, por los insultos y las peleas en las redes sociales, por los chismes infundados, por las malas palabras, por el odio, por las rencillas, por el desprecio a la vida, por el robo impune, por los aberraciones contra la integridad de las personas, por tanta gente sin trabajo, por los que bajan los brazos, por los niños desnutridos, por el maltrato a los pueblos preexistentes, por la avaricia de los que más tienen y más quieren tener, por los inicuos que solo saben hacer maldades, por los que descalifican al que piensa diferente, por los que mucho baten la lengua diciendo mentiras. Por los venales, por los insensibles, por lo hacedores de maldad. De esos sí siento mucha vergüenza.

Ruego a Dios un mundo mejor, con amor, paz, comida, salud y justicia para todos, porque sé que su Reino está cerca.

 

Jorge Castañeda

Valcheta – Escritor

 

 

 

 

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