La pesca del cazón en Patagones y la dolorosa desaparición de 24 tripulantes

 

A principios de la década de 1940, trece poblaciones del litoral marítimo argentino, comprendidas geográficamente entre Mar del Plata y Comodoro Rivadavia, comenzaron con la pesca comercial del tiburón vitamínico, actividad originada por la interrupción de la pesca del bacalao en los mares del Hemisferio Norte afectada por la Segunda Guerra Mundial y la popularidad del consumo de hierro en Estados Unidos.

De esta forma, las instalaciones portuarias reorientaron sus fuentes de producción hacia el aceite de hígado y los trabajadores abandonaron su actividad habitual para convertirse en pescadores, atraídos por los altos precios.

La pesca se inició en 1943 en Mar del Plata y Necochea sumándose dos años después Carmen de Patagones y Bahía San Blas. Estos dos caladeros en el extremo sur de la provincia de Buenos Aires, aparecen en los registros de 1945 con un volumen de pesca de 126 toneladas alcanzando en 1947 su máxima faena con 2.689 tn, el más alto obtenido en ese año de todos los puertos argentinos. Progresivamente fue decayendo hasta que en 1953 tan sólo se contabilizaron 44 toneladas

La temporada de pesca duraba algo más de siete meses, desde mediados de junio hasta enero, ya que durante dicho período debido a la época de celo la potencia de los aceites era más alta. Las embarcaciones utilizadas para la actividad tenían en promedio unos 13 metros de eslora, casco de madera 3 a 4 metros de manga con una capacidad de carga de 3 a 4 toneladas, impulsadas por un motor diesel de 60 hp de potencia, para desarrollar 6 nudos de velocidad. Muchas de ellas fueron construidas con fines recreativo y deportivo adaptadas para la pesca del cazón, resultando estructuras muy endebles.

En sus inicios la pesca del tiburón se hacía con espineles de 500 a 700 anzuelos encarnados con pescadilla, caballa o anchoa. Los anzuelos se colocaban sobre líneas “madres” de algodón cada c uatro a cinco metros, pendiendo de ellas “brazoladas” de dos metros a una profundidad de 13 a 16 metros. Luego se reemplazó el espinel por red de enmalle o “trasmallo”, que si bien no requería cebos, implicaba una mayor inversión en equipos y trasformar las embarcaciones para adaptarlas a su uso.

En el puerto de Patagones la actividad desplazaba unas veinte embarcaciones, aunque en sus mejores años llegaron a operar sesenta pesqueros. En la partida hacia el mar las naves lo hacían en fila saludando con sus estridentes bocinas a los familiares y curiosos que en la orilla contemplaban. Allá por el ocaso superaban la barra y comenzaban a separarse unos en dirección hacia el sur y otros hacia el norte.

Una vez llegado al sitio de pesca se desplegaba el espinel con el cebo y se esperaba que mordiesen los anzuelos. En tanto, los tripulantes dormían a bordo donde y como podían en el puente de mando, la bodega, sala de máquinas y hasta inclusive en la cubierta soportando el cabeceo y el rolido permanente.

Eran necesarios al menos siete tripulantes cuyos roles eran el de capitán o patrón, que en su condición de persona experimentada tomaba las decisiones centrales como así también velar por la seguridad de su tripulación, un maquinista y los pescadores que preparaban los pertrechos necesarios para la excursión y las artes de pesca.

El tiempo autorizado de navegación tenía relación con el tamaño de la embarcación y era entre 12 y 72 horas. Las expectativas económicas de la tripulación estaban en función del volumen de pesca logrado.

Obtenido el botín, las embarcaciones regresaban a puerto, descargaban y se disponían a realizar reparaciones en la nave. La carga era entregada en el muelle a los compradores que se hacían responsables del transporte hasta los galpones de faena situados en los actuales barrios Mazzini y Morando de Carmen de Patagones, en inmediaciones al puente Ferrocarretero, Laguna Grande y otros en Bahía San Blas.

En los galpones se extraía el hígado, se cortaba en trozos y se los envasaba en tambores de 200 litros para enviarlos a las procesadoras de Mar del Plata, entre ellas Platamar y Washington. En un primer momento, del cazón sólo se aprovechaba el hígado siendo el resto desechado hasta que en 1949, su carne también adquirió valor. A partir de aquí era desollado y su carne cortada en pencas que se salaban emulando al bacalao.

La reducida dimensión de las embarcaciones y las precarias condiciones laborales hizo de la pesca del tiburón una actividad muy arriesgada. Fecha dolorosa para la navegación rionegrina es el 26 de septiembre de 1948 ante el naufragio de cuatro lanchas cazoneras y la desaparición de 24 tripulantes. Según testimonios orales, aún cuando los barómetros presagiaban la tormenta, el alto valor del pez justificaba asumir el riesgo. En aquel fatídico día partieron como de costumbre, pero el horror los sometió, seis naves quedaron mar adentro cuando se desató el fuerte viento. Dos de ellas aparecieron bastante lejos, una en San Blas y la otra en el puerto de Necochea, donde sus tripulantes lograron refugiarse.

Pero, otras cuatro lanchas quedaron desaparecidas: “San Juan Cayetana”, “Santa Inés”, “Rodolfo” y “La Esperanza”. Sólo de la “San Juan Cayetana” aparecieron restos en cercanías de la desembocadura, el “Rodolfo” habría naufragado cerca de San Blas. Nunca nada se supo de las otras dos lanchas.

El final de la Segunda Guerra Mundial permitió a las compañías pesqueras regresar a los bancos tradicionales de la pesca del bacalao, pero el mayor de los daños para esta economía a nivel global fue la síntesis de la vitamina que no justificó continuar con la pesca.

 

FUENTE: MUSEO HISTÓRICO EMMA NOZZI PATAGONES

 

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