Joseph, el piloto. Rescate de historias por parte de un escritor y músico rionegrino

 

Muchos hombres y mujeres llegaron a la Patagonia desde Europa al finalizar la segunda guerra mundial. Gente que combatió en el frente y también civiles que buscaron un remanso de paz y trabajo lejos del horror. Desde ex jerarcas nazis (que buscaban ocultarse) hasta soldados rasos que lucharon y sobrevivieron. Dejaron familias consolidadas, alimentando el crisol de razas que es esta tierra y en ellas los relatos y recuerdos de sus días en la guerra.

Diana, nieta de Joseph Reynolds, tiene en un pequeño estante sobre el hogar de la sala principal de su casa de Caleufú, un cuadro con la foto de su abuelo inglés, que piloteó durante la segunda guerra mundial, un Spitfire para los aliados. De pequeña, ella y sus hermanos se sentaban a los pies de Joseph a escuchar historias de la guerra. Una de ellas, quizás la que más recuerda Diana, es la que le sucedió a su abuelo cuando piloteaba su avión sobre los cielos de Bélgica y fue interceptado por un caza alemán.

Como dos pájaros hacían piruetas en el aire, zigzagueando, subiendo y bajando. El piloto inglés se esforzaba tratando de escapar de su perseguidor. Aferrado al timón puso en práctica toda la experiencia adquirida en horas de combate, con todo tipo de maniobras evasivas.

De pronto sintió una tremenda vibración en toda la aeronave que le hizo ver que había sido alcanzado por el fuego de su perseguidor. Vio por un costado un hilo de humo espeso, acompañado de llamas que brotaban de una de las alas, sumada a una vibración que amenazaba quitarle el control. Logró eyectarse. Alcanzó a ver (aÚn recordaba) el hermoso paisaje que le ponía ante sus ojos el atardecer sobre suelo belga. Cayó en un claro del bosque, sobre la ladera de una loma. Divisó en las cercanías una casa. Ya caía la noche cuando golpeo a la puerta. El temor de aquella gente y la imposibilidad de comunicarse, por no entender el idioma, dieron más dramatismo a la situación.

Con gestos, el piloto les hizo entender que su avión había sido derribado y que necesitaba algo de comida y un lugar para pasar la noche. La negativa fue total. El miedo a ser descubiertos albergando en su casa a un enemigo daba por tierra cualquier intento de solidaridad, Bélgica estaba ocupada por el ejército alemán. Al retirarse vio un granero a un centenar de metros de la casa. Pensó en descansar allí y el día siguiente tratar de encontrar alguien que lo ayude a escapar.

Una vez dentro del modesto galpón, luego de comprobar que era seguro, se acomodó sobre una pila de pasto seco disponiéndose a descansar lo que pudiera. Lo sobresaltó el ruido de la puerta trasera. Por ella ingresó una jovencita portando una bolsa con algo de ropa y unos panes envueltos en una servilleta. Los jóvenes a veces dan otra dimensión a los peligros y resuelven situaciones con facilidad.

Un destello de humanidad iluminó las sombras del granero. Antes de retirarse le entregó un papel con un improvisado mapa y lo orientó sobre el rumbo que debía tomar para llegar hasta la frontera, donde la resistencia lo pondría a salvo. Joseph recordaba vívidamente su vestimenta y se la describía a sus nietos que lo escuchaban con atención.

Una camisa a cuadros que le quedaba bastante holgada, la que dedujo que era propiedad del señor que lo había atendido en la puerta de la casa, de una contextura física más grande que el modesto cuerpo del joven piloto. El pantalón era de un color arena, bastante gastado. Joseph se lo ató a la cintura con un pedazo de soga que encontró colgada en una de las paredes del granero. Antes de retirarse ocultó entre los pastos su uniforme, advertido de que si los alemanes encontraban aquellas ropas,esa familia iba a estar en serios problemas. Nada tenían que ver con la guerra, pero ésta a veces no acepta explicaciones ni deja espacios para cuestiones sentimentales.

Joseph Reynolds finalmente logró estar de retorno en su tierra y volvió a pilotear hasta terminar la contienda. Ya en Argentina, trabajó de aviador civil hasta su jubilación. En 1990 tuvo la oportunidad de viajar por Europa y cumplir el anhelado sueño de visitar nuevamente aquel lugar donde había salvado su vida. Llegó hasta el lugar. La luz del sol de esa primavera le mostró la campiña en todo su esplendor; pudo observar detalles que los acontecimientos de entonces no le permitieron.

Reparó en el canto de las aves y pudo llenar sus pulmones con el aroma de los pastos y sus ojos con los colores de las flores. Allí estaba, casi cincuenta años después, con andar más lento y otra luz en su mirada, tomándose todo el tiempo para sentir, confirmando que las personas, además de huesos, carne y piel también estamos hechas de historias. Frente a él estaba la suya. Como si no hubiese pasado el tiempo, pudo ver la casita en un claro del bosque. El granero estaba más cerca de lo que le pareció aquella noche. Todo lucia igual que entonces. Al golpear la puerta le abrió una mujer algo menor que él. Joseph se dio cuenta de que aquella muchachita estaba en esos ojos. Jamás olvidó esa mirada. En una mezcla de francés e inglés logró darse a conocer y explicar el motivo de su presencia. Ambos necesitaron un tiempo para reponerse de la emoción, a cada uno le volvieron vivencias de entonces.

La mujer que dijo llamarse Lizethlo invitó a seguirla hasta el granero y pudo ver el sitio donde descansó aquella noche, acostado sobre el heno. Fue toda una ceremonia que se deslizó lenta en brazos del  silencio de la campiña belga.

Aquella jovencita transgresora y desobediente se había convertido en esa mujer, a la que le parecía conocer de toda la vida pese a haber compartido unos minutos decisivos. Ya en la casa Lizeth le invitó un café y le presentó a su familia. Cuando Joseph se disponía aretirarse, ella le pidió que aguardara un momento. Se dirigió a una de las habitaciones y regresó trayendo unabolsa con una percha, que guardaba el uniforme que llevaba puesto Joseph Reynolds aquel día, cuando aferrado al paracaídas descendió en la pradera.

Sobre el autor de esta nota: Edgardo Lanfré, músico y escritor barilochense. Tanto en sus composiciones musicales como en sus novelas y cuentos, este rionegrino basa su producción en el rescate y difusión de la cultura de la Patagonia. Recorre la región e interactúa con su gente, lo cual le permite registrar de primera mano historias de vida y “contadas” las que luego vuelca en sus novelas, ficciones y variados escritos. Ha obtenido el reconocimiento al mérito por su quehacer cultural por el Concejo Deliberante de Bariloche y como personalidad destacada de la provincia por la Legislatura de Río Negro.

 

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