La historia del alfiler de gancho. Ahora, ya no se usan más, pero son recuerdo

 

Todas las cosas, como los seres humanos, tienen su historia. Hasta las más insignificantes. Algunas insólitas, risibles, asombrosas o memorables.

Es que como dice José Hernández en su Martín Fierro “hasta el pelo más delgado, hace su sombra en el suelo”.

Y también al decir de nuestro Jorge Luis Borges, las cosas “durarán más allá de nuestro olvido; / no sabrán nunca que nos hemos ido”.

Y entre ellas, infinitas, cita al bastón, las monedas, el llavero, la cerradura, las notas, los naipes, el tablero, un libro, una violeta, los espejos (no podía ser de otra manera), las limas, los umbrales, atlas, copas, clavos, que “nos sirven como tácitos esclavos, / ciegas y extrañamente sigilosas”.

Yo agregaría muchas a esa escueta nómina, pero como protagonista de esta breve nota me permito escoger una muy simple, servicial y pequeña: el alfiler de gancho, que tiene su buena historia.

Y surgen las preguntas, en especial la principal: “¿Por qué se inventó se inventó el alfiler de gancho?

Veamos: “Puede decirse que por una razón de honor. Un norteamericano llamado Walter Hunt tenía una deuda que debía pagar en menos de una semana: quince dólares. No era, claro, hombre de fortuna ni cosa parecida.  Pero sí era dos cosas fundamentales para esta historia: cuáquero y hombre de gran ingenio. El ser cuáquero lo impulsaba, por convicción, a pagar esa deuda sin la más mínima demora ya que su moral y su ética no se lo permitían. El ser muy ingenioso lo llevó a buscar la solución por el lado que más conocía: los inventos. Pensando en qué necesitaba la gente se le ocurrió que no era mala idea un alfiler con una cobertura metálica en su punta, donde quedaría enganchada, evitando así pincharse. Ideal para bebés, inclusive. En esa misma semana armó un prototipo, lo patentó y de inmediato lo vendió por tan sólo 400 dólares.

Podría haber sacado millones desde entonces él y quienes lo heredaron ya que todo esto ocurría en 1825. Pero a Hunt, buena gente, no le importaban los millones. Le importaba pagar aquellos quince dólares. Y aún –cuenta la crónica reproducida por Víctor Sueiro- aún le sobraron 382 rrde su sencillo pero útil invento”.

Antes, me estoy refiriendo cuando yo era un niño, en cada casa había un costurero donde nuestras madres guardaban todos los utensilios de labores, destacando entre ellos en los hermosos alfileteros los alfileres comunes y los de gancho de todos los tamaños.

Y servían para todo, inclusive para atar los pañales de los bebés cuando estos eran de tela. Hoy, en estos tiempos modernos, ya no se usan más, pero queda su recuerdo.

Agreguemos que se llamó alfiles de gancho, dado que su peligrosa punta enganchaba en la ya mencionada cobertura que evitaba así los pinchazos.

Tal vez si uno entrara a una mercería encontraría botones, puntillas, cierres –que también tienen su historia-, elásticos, brochecitos (ya no se ven ni se usan), agujas de coser y de tejer y por supuesto alfiles comunes y de gancho. Pero, ¡quedan pocas!!

Texto: Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta (Río Negro)

 

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