El día que robaron el sable de San Martín

 

Lunes 12 de agosto de 1963. El ordenanza del Museo Histórico Nacional finalizaba su turno recorriendo los solitarios salones, apagando luces y comprobando que todo estuviera en orden.

Eran las siete, faltaba poco para que llegara el sereno a reemplazarlo cuando fuertes golpes resonaron en la puerta de calle Defensa. Le llamó la atención que alguien se presentara a esa hora cuando el museo ya estaba cerrado al público. Se acercó y escuchó una voz masculina que preguntaba por el director. Pegó su oído a la hoja de madera y alcanzó a oír que el visitante decía algo acerca de una excursión de escolares, por lo que decidió entreabrir la puerta. Cuando lo hizo, un joven alto y rubio y tres más que le acompañaban se abalanzaron sobre él.

Uno de los intrusos se quedó custodiándolo, en tanto que los otros se internaron en la semipenumbra que reinaba en el antiguo edificio; era evidente que sabían muy bien lo que buscaban. Al cabo de unos segundos se oyó un ruido lejano de cristales quebrados e inmediatamente el eco de pasos apurados cada vez más próximos. “Ya lo tenemos, vamos”, exclamó el que parecía ser el jefe. Antes cortaron la línea telefónica y echaron llave a la puerta del lado de afuera.

El operativo duró cinco minutos. Apenas se repuso, el portero corrió a verificar qué era lo que se habían llevado. No debió buscar demasiado; cuando estuvo frente a una vitrina con los vidrios laterales rotos y esparcidos por el piso quedó estupefacto: lo que faltaba era nada menos que el sable corvo del general San Martín, una de las reliquias más preciadas del museo. Repuesto de la sorpresa, recogió los dos sobres lacrados que dejaron los salteadores y algunos panfletos que habían quedado tirados sobre el piso. Atónito, dio aviso al director, quien radicó la denuncia en la comisaría 14ª de la Capital Federal.

Los primeros instantes fueron de confusión, hasta que con el transcurso de las horas se confirmó que los autores del robo habían sido miembros de la Juventud Peronista y que para devolverlo exigían cuestiones tales como el rompimiento con el FMI, la anulación de los contratos petroleros, la liberación de los presos políticos, gremiales y Conintes y “que se dé al pueblo libertad para pensar y ejercer su voluntad”. El comunicado que malhumoró a los mandos militares finalizaba: “El sable del general San Martín quedará custodiado por la juventud argentina, representada por la juventud peronista, y será cuidado como si fuera el corazón de nuestras madres”.

Corrían tiempos turbulentos y aquella era una brasa caliente para el entonces presidente José María Guido. Faltaban pocas semanas para que asumiera Arturo Illia, el presidente electo y no se querían sobresaltos. Para las autoridades estaba claro que se trataba de un golpe propagandístico de la proscripción que por aquellos días pesaba sobre el peronismo.

La Dirección de Coordinación de la Policía Federal entró rápidamente en acción. Los investigadores ignoraban que por esas horas el sable viajaba rumbo a un campo ubicado camino a Mar del Plata. Pocos días después se develó quiénes habían sido los responsables del hecho. Los primeros en caer fueron los autores del robo de un automóvil en las proximidades de La Plata, entre ellos Norma Brunilda Kennedy, una activista fichada por la Policía. Más tarde fueron aprehendidos Osvaldo Agosto y los hermanos Aníbal y Gualberto Demarco. Al parecer, el primero había sido el responsable del operativo y los otros dos los depositarios del sable.

Solo restaba rescatar la valiosa reliquia. Mientras los detenidos eran recluidos en la cárcel de Olmos, Adolfo Phillipeaux —un capitán retirado del Ejército que había participado del levantamiento del general Valle en 1956— hizo de intermediario para su restitución. El miércoles 28 de agosto, Phillipeaux se presentó en Campo de Mayo y, solemnemente, puso el trofeo en manos del coronel Tomás Sánchez de Bustamante, quien a su vez lo entregó al jefe de la guarnición, general Alejandro Agustín Lanusse, y este al comandante del Ejército, teniente general Juan Carlos Onganía. Los altos mandos respiraron aliviados y dispusieron que el corvo quedara en el Regimiento de Granaderos a Caballo General San Martín.

Enseguida se desató una polémica que duró varios meses por cuanto las autoridades del museo reclamaron la devolución del sable, que, orden judicial mediante, recién se concretó el 17 de agosto del año siguiente.

Increíblemente, un año más tarde, el 19 de agosto de 1965, fue robado por segunda vez, a la luz del día y en medio de disparos y persecuciones cinematográficas. Igual que la vez anterior, fue recuperado al cabo de diez meses y nuevamente trasladado al Regimiento de Granaderos, donde permaneció hasta regresar al Museo Histórico Nacional en el año 2015, donde actualmente se halla.

Texto: Esteban Dómina

About Raúl Díaz

Check Also

Empresa de Río Negro suspende temporalmente el envío de carga por Tren Patagónico

  Por el cese temporal de actividades por parte de la empresa productora de carbonato …