Soy el preso, señor: Extraña y risueña situación. “Quédate a cargo y cuidá la Comisaría”

 

Días atrás en esta misma página, tuvimos oportunidad de leer una historia que escribió el amigo Roberto Cancio, en la que detalla una serie de coincidencias que lo sorprendieron, llamaron la atención y, además, lo alegraron.

Señala  también el amigo Roberto que esas vivencias se desarrollaron en la Mesopotamia, donde además de los aspectos personales, disfruto de las bellezas que ofrece la naturaleza, especialmente por la exuberancia de su fronda y su riqueza hídrica.

Su relato me trajo el recuerdo de un viaje que realicé varias décadas atrás con toda la familia, con destino final las Cataratas del Iguazú, por lo tanto recorrí toda esa importante y bella región mesopotámica.

Tuve además la posibilidad de conocer gente dedicada a la producción de frutos cítricos y comprobar su bonhomía y generosidad, ya que al ingresar a uno de los establecimientos con el propósito de interiorizarme sobre aspectos de esa actividad, no solo me brindaron abundante información, sino que también me obsequiaron con los distintos frutos que producían y elaboraban.

Esa generosidad y buena voluntad demostrada por los propietarios y trabajadores de esos establecimientos, también la encontré en otras personas encargadas de distintas dependencias oficiales y privadas, que sin reparo alguno nos brindaron la información solicitada, como recomendaciones necesarias para acceder a distintos lugares de interés.

A medida que íbamos llegando a pueblos y ciudades de la región nos preocupábamos por visitar lugares de interés o aquellos que conocíamos estaban indicados con  referencias históricas.

En nuestro periplo arribamos a la localidad de Yapeyú, donde como se sabe, nació el General Don José de San Martín y, obviamente, de inmediato nos preocupamos por informarnos como visitar el histórico lugar.  Consultamos a un hombre del pueblo respecto a cómo llegar hasta el emblemático sitio, pero no tuvimos suerte debido a que no tenía precisión al respecto, pero nos dio información precisa para llegar a la comisaría del pueblo, donde este amigo consideró que las autoridades tendrían el dato correcto para encontrar la casa.

Fue entonces que nos encontramos con una extraña y hasta risueña situación y si bien al principio nos pareció ridícula y hasta fuera de toda lógica o razonamiento, al interiorizarnos un poco más sobre la vida en esas tranquilas comunidades, llegamos a comprender lo que en primera instancia nos pareció inaceptable.

Obviamente, amigo lector, seguramente usted también tendrá en primera instancia la misma sensación que nos invadió a nosotros, ante el cuadro que se nos presentaba.

No obstante, es necesario poner en claro, que esto que relato nos ocurrió hace casi 50 años atrás.

En aquel entonces no se registraban situaciones de tanta gravedad en materia de delitos y especialmente en localidades o poblaciones en las que la densidad poblacional posibilitaba afirmar lo que habitualmente se dice: “Aquí nos conocemos todos, nadie ignora quienes son los vecinos.”

Dicho esto, vamos a la sorpresiva situación que vivimos cuando logramos ubicar las dependencias policiales, siguiendo las indicaciones que nos recomendó un vecino del lugar a quien recurrimos para que nos indique como llegar a la Comisaría.

Ya frente al edificio policial y a disponernos a ingresar un hombre que se encontraba sentado en el umbral de la dependencia de seguridad, me saludó y respetuosamente me preguntó: “A quien busca señor?”, tras responder su saludo le expresé que deseaba entrevistar al señor comisario o quien estuviera a cargo de la dependencia.

El hombre vestía, alpargatas, bombachas de campo batarazas, camisa a cuadros, saco y chambergo,  y ante mi reiteración sobre mi inquietud de entrevistar a las autoridades policiales, me expresó sin dudar: “No, no hay nadie señor, estoy yo solo.”

La respuesta me resultó absolutamente anormal al interpretar que la dependencia estaba acéfala y por lo tanto me obligo a insistir y pregunte entonces: “Y usted quién es?”Y el hombre respondió con firmeza y seguridad: “El preso, señor”.

Mi sorpresa alcanzó, por  lo tanto, el máximo grado y expresé con respeto al hombre, que me resultaba absolutamente extraño que siendo el preso este a cargo de la comisaría. Tranquilo, seguro de lo que decía y con total normalidad me explicó: “Mire señor, yo no hice nada malo, sólo que me pasé de copas y discutimos en el boliche con otros amigos, entonces el cabo Regules que intervino en la cuestión me explicó que me detuvo por una (contravención) y que tenía que colaborar, pero que debía traerme a la comisaría”

De inmediato me explicó: “Y acá señor somos todos conocidos, y como el cabo Regules me dijo que hay que colaborar, entonces ahora como estaban de franco, y el sargento Arguello que estaba a cargo tenía que salir no quedaba nadie, el sargento me dijo, che Rufino vos que estas por la (contravención) tenés que colaborar, así que quédate a cargo y cuidá la Comesaría y me dejó a cargo”.

Sin salir del asombro, pero también sin respuestas a las explicaciones del “preso”, nos encaminamos a la casa donde había nacido el General San Martin a encontrarme con la historia.

Texto: Eduardo Reyes, escritor y periodista de Viedma

Las Grutas – Río Negro

Foto ilustrativa

 

 

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