Onelli, una historia de dolor y sombras, una tumba y un alemán que murió en tren

 

Sobre el pequeño, silencioso y pacífico pueblo sureño rionegrino llamado Clemente Onelli ya escribí en otra oportunidad y comenté la arbitrariedad de las autoridades nacionales al imponer una denominación que nada tiene que ver con la historia de esa localidad, forjada entre mapuches,  criollos e inmigrantes europeos, sin la presencia del famoso naturalista.

Desde hace más de cuatro décadas visito periódicamente ese paraje recostado sobre la línea ferroviaria del Estado y la ruta nacional 23. Por motivos familiares paso por el modesto y áspero cementerio, donde un puñado de humildes túmulos resiste a los vientos, las heladas y la nieve, protegiendo los restos de algunos pocos pobladores. Ya en la primera vez que estuve allí me llamó la atención y provocó mi curiosidad una tumba, la de piedra colorada y oxidada placa de hierro.

“Allí enterraron a un alemán, que se murió arriba del tren, viajando desde Bariloche para Buenos Aires”, me dijeron. Fue parca la respuesta, sin muchos detalles. Los interrogantes me los guardé, tal vez la falta de insistencia fue mi error.

Hacia fines del año 2012 tuve un encuentro casual con María Luisa Weber, amiga desde los tiempos en que compartíamos micrófono en la vieja LU 15 radio Viedma. Me anotició de la llegada a Viedma “de una señora alemana que anda buscando la historia de un familiar que está enterrado en Clemente Onelli desde hace muchos años”, y que ella sería su traductora en una entrevista muy importante por realizar en la capital rionegrina. En ese mismo instante le pedí que me hiciera contacto con la visitante extranjera; y pocas semanas después pude charlar largamente con Kristin Engelhardt , la hija del alemán sepultado en la tumba del misterio.

La reconstrucción de esa historia de dolor y sombras fue el material para la nota especial  “La tumba misteriosa del cementerio de Onelli” que publiqué, a través de la agencia de noticias Télam, y repliqué en este mismo portal de Appnoticias. Pero, además, sorprendentemente,  la levantó el diario Rio Negro –de Fiske Menuko- con mi firma y mención de la fuente. Así entonces las repercusiones regionales y nacionales fueron muy importantes. De pronto Onelli era nombrado por algo más sugestivo que el spot televisivo de una telefónica y las gélidas temperaturas invernales.

A mediados del 2019 me llamó Hugo Aristimuño, amigo admirado desde cuando nos sorprendía con su Grupo Experimental de Música (GEM) en los ’80, y me pidió autorización para volcar el contenido de esa nota en un proceso de creación teatral, hacia una puesta en escena. Casi una tarde entera estuvimos intercambiando conocimientos y pareceres,  quedé entusiasmado y orgulloso porque mi crónica conmovía e interesaba a uno de los más importantes teatreros de la Patagonia.

En los duros meses del invierno pandémico del 2020 una mañana me desperté sobresaltado, después de soñar con el episodio del alemán que murió en el tren y quedó prácticamente abandonado en una tumba del solitario cementerio de Onelli. El aislamiento forzoso estimulaba la creatividad y pocos días más tarde había escrito un relato de ficción, ambientado en un pequeño pueblo imaginario al que bauticé como Clemente Arias, con personajes ligeramente relacionados con los verdaderos pero envueltos en circunstancias totalmente ficticias.

En ese cuento, que titulé “Mentiras y verdades de una tumba olvidada” como parte del libro “La sequía y otros folletines al sur”, me permití jugar con una serie de situaciones pintorescas en el ambiente del paraje inventado, retraté habitantes del pueblo basados en personas reales y puse en el sitio a Elena, la hija del extranjero que busca una pista para entender qué pasó con su padre. También introduje a un periodista porteño, con todos los vicios de estilo característicos de la profesión,  con la sospecha de que el alemán fue asesinado a bordo del tren, debido a su presunto pasado nazi.

La versión teatral, con el sencillo y adecuado nombre de “Onelli”, demandó la elaboración por Hugo Aristimuño sobre la base de relatos de tradición oral y testimonios de pobladores sureños, de José María Cumilaf , que era agente de policía en aquel paraje y de María Luisa Weber. Además, se incorporó una adaptación de fragmentos del libro “Ahí detrás” del poeta rionegrino Nito Fritz.

La sensible e intensa actriz Verónica Caliva, en el papel de la hija del alemán, y María Luisa Weber, como su acertada interlocutora, son las intérpretes de la obra que estrena este viernes 28 en el Espacio Teatral La Lunera, del Grupo Teatro del Viento, Colón 498, de Viedma. La capacidad de la sala es limitada y las tres primeras funciones ya tienen agotadas las entradas.

La investigación y recopilación dramatúrgica, que tuvieron como disparador a aquella crónica de mi autoría, fueron desarrolladas por Aristimuño y Bárbara Marigo, de San Carlos de Bariloche, con aportes del equipo de actores y técnicos invitados del Grupo Independiente ”Teatro del Viento”. La puesta de sonido e iluminación la realizó Ramón Gentile Espinosa.

Estuve en uno de los ensayos y puedo adelantar que se trata de una versión muy inquietante y emotiva. Pareciera que el viento sur, tan característico de aquel paraje, llega a ese rincón teatral viedmense –en medio de la Manzana Histórica, nada menos-  trayendo los ecos de tristezas remotas, de muchas preguntas sin respuesta.

Una historia real, ya muy antigua pero revivida hace apenas una década, plasmada después en una crónica periodística, que sirve de base a un relato y  a una puesta teatral. Son destinos creativos distintos pero coincidentes, en torno al suceso triste y conmovedor de aquel atardecer de verano de 1953 en un pueblo llamado Clemente Onelli. Seguramente ninguno de los protagonistas verdaderos del hecho se hubiese  imaginado esta trascendencia actual, casi setenta años después. (APP)

 Texto: Carlos Espinosa, periodista de Patagones y Viedma

 Publicado en APP (Viedma)

 Título original de la nota: Onelli, una historia real, la ficción literaria y la dramaturgia

 

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