El puchero misterioso. “Una mano alcanzaba los humeantes platos hondos”

 

El periodista y escritor Daniel Balmaceda, entre sus abundantes trabajos realizados, dedicó  algunos de sus libros al origen de las comidas y al  de las palabras en nuestro país.  En ambos encontramos curiosidades dignas de destacar, ya que en ellos aparecen las raíces de muchas expresiones, como la impronta y ocurrencias de personajes de nuestra historia o simples ciudadanos que también aportaron lo suyo.

Balmaceda  brinda, por otra parte, abundante información relacionada con los paladares o gustos de nuestros próceres por determinadas comidas, lo que nos permite conocer las preferencias de los hombres de nuestra historia al momento de sentarse a la mesa.  De tal manera, nos enteramos de la sencillez de muchos de ellos al momento de saciar su apetito o por el contrario, descubrir las exigencias o sofisticación de otros.

Es sabido que muchas comidas o preparaciones llegaron con los inmigrantes y aquí le fuimos agregando algunos productos nativos, o los que consideramos podrían mejorar la receta, entre ellas el “Puchero”, conocido en España como “cocido”, que de acuerdo a lo que sostienen muchos surgieron  en la pobreza.

Por lo tanto, el plato contenía y contiene en la actualidad una amplia variedad e  importante cantidad de productos, con el propósito de proveer a quien los consume, abundantes nutrientes para su salud y que además satisfaga el apetito.

Los historiadores hacen mención a algunos de los hombres de nuestro país que se manifestaron  en favor del “puchero” como plato favorito y mencionan entre otros a Sarmiento, Gardel y al Presidente Arturo Humberto Illía.

Respecto a éste, afirman que el día que asumió la Presidencia se quedó a cenar y dormir en la Casa de Gobierno y cuando el personal de cocina preguntó qué quería para cenar pidió puchero de gallina para cuatro porque invitaría a tres amigos.

Terminada la cena llamó al personal y los felicitó porque el puchero había estado muy sabroso, pero les recrimino que la próxima vez no lo engañen porque reemplazaron la gallina por pollo.

Es necesario destacar que por el año 1.900 los lugares de comidas, tanto en la ciudad de buenos Aires, como en el resto del país disponían en sus cartas o lista de platos que ofrecían, entre otros, “pucheros” que según los contenidos, cantidades y variantes le agregaban “a la española” o “criollo”.

Como suele suceder, ya sea por la calidad, la abundancia, la variedad de los productos y el precio del plato, como así también lo confortable del lugar para degustarlo o la recomendación de los propios clientes, distintos lugares donde se servían pucheros comenzaron a  concentrar gran cantidad de clientes.

De más está decir entonces que por todas estas y otras  razones, muchos lugares donde se servían estos “pucheros” se convirtieron en lugares emblemáticos.

Es más, el “puchero” por diversas razones alcanzo gran difusión y popularidad y mereció por ello que en su derredor se produzca un debate, aparezcan historias, chistes, bromas y se hable de los lugares preferidos y recomendados para consumirlo.

Cuando mencionamos que se producían hasta debates sobre el popularizado manjar, lo hacemos a raíz de haber encontrado artículos y comentarios, algunos humorísticos, otros decididamente gourmet, no estaban ausentes tampoco los económicos y no faltaban los rodeados de misterios.

Demuestra además esta afirmación que periodistas, escritores, poetas y artistas de distintos géneros se ocuparon de opinar y dedicarle sus pareceres al mencionado plato.

Según las crónicas de la época, (1914 – 1920)  el “puchero” era la comida preferida de oficinistas y otros empleados que almorzaban en el centro de la ciudad, aunque por las noches el “puchero” tenía muchos adeptos, pero en este caso respondían a otras actividades e inquietudes, ya que  entre ellos se encontraban canillitas, periodistas, músicos, artistas plásticos, cocheros, todos identificados como los nocturnos y bohemios, donde tampoco faltaban algunos malandras de actividades non santas.

Uno de los lugares donde se juntaban porque servían un buen “puchero” era “El almacén La Cueva” ubicado en Talcahuano y Cangallo, actualmente Presidente Perón.

El lugar concentraba noche a noche también, a un numeroso grupo de periodistas del diario Crítica que tenía sus instalaciones en las cercanías y como dijimos, a escritores como Conrado Nalé Roxlo y Raúl González Tuñón, a quienes le adjudican haber rebautizado al lugar como “El Puchero Misterioso”.

Quienes se han referido al tema sostienen que la nueva denominación surgió porque no se explicaban como el plato tenía un precio tan módico (0,20 centavos), que era muy barato para ese tiempo, cuando era tan abundante y además porque el mozo se acercaba a un pequeño agujero existente en la pared por el que ordenaba a los cocineros, cuantos “pucheros” necesitaba y en pocos momentos por el mismo agujero, una mano “misteriosa” también, alcanzaba los humeantes platos (hondos) rebosante de los ingredientes que componen “el puchero”.

La popularidad del plato fue aumentando y no solo en la ciudad de Buenos Aires, sino que en distintas poblaciones surgieron  casas de comida especializadas en “puchero” o que el plato principal, distintivo o vedette era precisamente el apetitoso “puchero”.

Entre ellas no podemos dejar de mencionar “El Tropezón” en la calle Callao al 400, “El Mundo” también en Buenos Aires, “Los Dos Mundos” de Mar del Plata, “El Rincón de Ramoncito” en Bahía Blanca, “El Molinari”, el “Hotel Victoria” todos de Bahía Blanca y el que no puedo recordar el nombre pero en mi niñez lo conocí y lo identifiqué siempre como el “Hotel de Frasca”, todos ellos verdadero templos de la gastronomía, con inconfundible sabor y aromas caseros.

Y para culminar, permítame el desliz de señalar que todos los “pucheros” que degusté en esos lugares los comparo únicamente con los que cocinaba con una paciencia envidiable, tras haber cosechado todos los productos que incorporaba de su propia huerta, mi abuela Cristeta Muñoz.  Quiero reforzar el concepto  con lo  que afirma el biólogo y doctor en Biología Molecular, Estanislao Bachrach sobre este tema.

Al respecto,  afirma que la memoria olfativa es el más viejo de los sentidos, que está conectado directamente con nuestro sistema de emociones y memoria, siendo que el pico para guardar los olores placenteros va de los cinco a los diez años cuando podemos experimentar muchos olores por primera vez

Texto: Eduardo Reyes, escritor y periodista de Viedma

Las Grutas  –  Río Negro

 

 

 

 

 

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