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Don Argentino era un hombre que, vaya a saber por qué, se fue a vivir solo a un costado de la ruta 237, cerca de Bariloche, en el kilómetro 1508. Su casa era muy precaria, hasta que un grupo de gente buena le hizo una casita digna.
Igual, los inviernos eran fríos y la comida no siempre abundaba. Don Argentino, durante decenios, vivió ahí, compartiendo su soledad con amaneceres y atardeceres, con cielos estrellados y la música del viento. Y claro, el eco apagado de los motores de camiones, autos y micros cargados de turistas que iban o volvían de Bariloche.
Quienes sabían de su existencia solitaria, paraban al pasar para llevarle algo de comida. Pero Don Argentino amaba su lugar. Su vida pobre. Los riesgos a los que se enfrentaba. Más de una vez lo quisieron llevar al pueblo, y él no quiso.
Qué cosas, quizá trágicas, poblaban sus recuerdos? No lo sabemos. Pasaron los inviernos y los veranos. Pasó la historia del país como pasaban los vehículos por la 237, ahí nomás. Y Don Argentino, ajeno a todo, sin radio, sin televisión, sin celular, sólo atendía a la sucesión de días y noches, de otoños y primaveras, de recuerdos y amarguras. Pero era feliz, de una manera que quizá nosotros no sepamos entender.
Ya enfermo, hace cosa de cuatro años, tuvo que ser llevado a un hospital de Cutral Có, donde murió tiempo después, lejos de su casita que aún está ahí, al costado de la ruta, ahora deshabitada. Sabe Dios qué historia llevó a Don Argentino a habitar la soledad de la estepa patagónica, a atravesar inviernos nevadores y veranos tórridos, viviendo con poco o nada, acompañado a veces de un perro. Este mayo habría cumplido 72. Historias de la Patagonia. Si viviera Hugo Giménez Agüero, seguramente le hubiese dedicado un kaani. Quizá un día me anime y se lo componga yo.
Texto difundido por Raúl Llusa Ceppi en
Historias de Bariloche y la Patagonia (en Facebook)
