A José Larralde le sobra dignidad, allí donde alzó su propia rabia

Don José Larralde es un decidor de las cosas nuestras y siempre ha sido un hombre de una gran coherencia y dignidad.

Lamentablemente, sus declaraciones fueron mal interpretadas, como el mismo lo aclaró en una especie de desmentida.

La gran mayoría de los medios se ocuparon del caso porque vieron que la desafortunada noticia vendía y provocaba comentarios de los más diversos tenores.

Lamentablemente, muchos sin conocer la obra de Larralde atribuyeron de su autoría el tema “Quimey Neuquén” cuando en realidad es una obra de quienes fueron mis amigos: don Marcelo Berbel (gran amigo de cantor de Huanguelén) y el malogrado Milton Napoleón Aguilar. Lo que es verdades que Larralde la grabó en una hermosa versión.

Como Ezequiel Martínez Estrada, Leopoldo Marechal, Enrique Santos Discépolo, René Favaloro, Hugo del Carril y tantos otros, pagaron caro su valentía de “decir la verdad en un pueblo que vive de mentiras”.

En sus sentidas letras, Larralde habla de los trabajos cotidianos del hombre de campo y de sus penurias. No es dueño de estancias y personas, sino del puestero, del domador, del alambrador y de los miles de oficios del peón rural. Y también los del hombre común, del ciudadano de a pie, del que lucha cada día para mantener a su familia con cierta dignidad y que muchas veces sufre la impotencia de bajar los brazos porque no tiene trabajo.

Usa, como él mismo lo explica en su desmentida, frases típicas del pueblo como “estar rascando el fondo de la olla”, que no necesariamente expresa que ya no queda nada para comer sino que alude a la difícil situación que como país estamos atravesando.

Habla también de bigornia, de maneas, de california y a su decir “sangra”. Y al ver estas cosas tan tristes e injustas supo decir que fue “allí donde alce mi bronca”. Y a esas generaciones de “burócratas que no sirven ni para Dios ni para el diablo”, al decir del general Perón refiriéndose a nosotros los argentinos, supo decir que eran “sabedores de escritorio”.

Larralde, como tantos otros grandes de nuestra cultura, es un hombre que siempre ha tenido muy alta la vara de la dignidad. Eso se llama consecuencia entre el opinar y el hacer.

Solía pasar algunos días en un departamento que tenía don Marcelo Berbel en su casa de Neuquén y allí con total tranquilidad escribía sus letras y le dedicó un loncomeo “al mayor de los amigos” diciendo que “la punta de los pehuenes/ le indicaron el camino/ donde se llega al cielo/ sin moverse de su sitio”.

Puede decir como supo decir José Hernández en su Martín Fierro: “Más naides se crea ofendido/ porque a ninguno incomodo/ y si canto de este modo/ por encontrarlo oportuno/ no es para mal de ninguno/ sino para bien de todos”.

SIN  PIQUE: “Se viene la cosecha fina/ después de una esquila que poco dejó/ y voy camino de la estancia/ con hambre y con ansias de ver al patrón. / Ya no tengo plata y pa colmo/ ya no dan mis hombros pa tanto cinchar. / Me pongo a pensar en mi rancho/ y veo que el carancho ya empieza a rondar/ no tengo ni vacas ni chanchos/ y el charqui en el gancho dejó de colgar.  Ave María donde anda el patrón/ Ave María ni un perro salió/ me acuerdo de la sopa de ajo/ mastico un badajo y despacio me voy/ por miedo a que el rico se enoje/ mi lengua se encoge que maula que soy.  Que mucho se agranda el recuerdo/ si ya pa tenerlo mi alma no da más/ me veo de guampa en la tierra/ sin lazo la yerra sin potro amansar. / Pa colmo no hay pique en la reja el cuervo se queja la vaca da más. / El rabo se tapa con lonja la panza es esponja pa viento nomás/ el hambre los anchos achica y el ruido de las tripas se hace popular”.

Texto: Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta

 

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