A la caza del jabalí. Eso lo saben los dueños del monte rionegrino

 

Hay muchos relatos sobre los chanchos jabalíes. La escritora de Choele Choel Elsa Escudero ha escrito un hermoso relato ambientado en el Valle Medio de Río Negro.

Los productores de la zona de chacras de la colonia Valcheta ahora conocen las incursiones en sus sembrados de estos animales.

El escritor César Aladino Currulef en su ameno libro “Koñümpan” escribió un  relato real que tiene a los hombres de la meseta y a un jabalí como protagonistas. Cuenta Currulef:

“Cazar jabalíes es igual a cazar al “dueño del monte”. Es hablar también del coraje mapuche, de aquellos que viven en Foyel, por Cuesta del Ternero, en El Manso, en Mallín Ahogado o en los faldeos del Piltriquitrón.

Enero de mil novecientos y tantos. El sol se va rodando por las cumbres del Azul.

“En la mañana temprano vamo a salir pal otro lao del Piltri”, me comentaba Catalán, hombre de a caballo, conocedor palmo a palmo de esa tierra agreste de los Nahuelpan. Ovejero de oficio y emparentado con Mallín Ahogado.

“Lo vamo a rastriar onde raye. Si hay que dir a Epuyén, igual vamo. Fijate que me ha matao un ternero”. Rabiaba el paisano mientras lavaba sus manos anchas.

“El chancho cebao es mala seña”. La voz cascada del paisano me mostró a un paisano veterano, de soberbias facciones mapuches, de manos rugosas y mirada profunda, que le dio ese diario vivir por montes, nieve y sol identificados plenamente con Gregorio Nahuelpan.

Y como un aporte más a la desesperanza de esos hombres pensé para mis adentros: “Al barraco esta vez le irá muy mal”.

Una mañana nublada y fría era comienzo de aquello que se irá transformando en persecución y muerte.

El cordón y las sombras del Piltriquitrón apenas se distinguían por la cerrazón. Los montes de ñires y lengas, escenario de la cacería estaban cercados esperando los sucesos. Los caballos de sangre pampa, esperaban nerviosamente a sus jinetes, mascando el freno como sabiendo para donde irían. Cinco perros criollos de muy baja alzada, colores oscuros, sabedores del oficio, jabaliceros, echados al costado de la vieja casa de madera, también esperaban.

Se hizo el tiempo de partir. Se juntó a nosotros Pablo, cazador y buen baqueano. Montamos y al tranco de uno en fono dejamos los sembrados de Nahuelpan.

Adelante, cabalgando muy despacio Catalán, la mirada en la huella que atravesaba, rastreando al chancho y cuidando de no llevarse por delante ninguna rama del monte espeso.

De vez en cuando tanteábase el tirador, calzando un 38 largo. Bajo el recado lo acompañaba una hermosa daga. Ambas “priendas” le pedirán cuenta al barraco, por haber “carniado ajeno”.

Detrás Gregorio y cerrando la pequeña comitiva Pablo Nahuelpan.

Los perros se fueron adelante y de tanto en tanto aparecían entre los ñirales.

Con la mañana se va aclarando mientras vamos ascendiendo las primeras cuestas del Piltriquitrón. Nadie habla. Todo es mirar a los costados y hacia adelante, atentos a la menor señal de los perros.

En la tierra seca del monte el tranco de los caballos levanta la polvareda. El sol atraviesa en algunos pasos la tupida vegetación. Los ñires se van haciendo más bajos. Señal de que nos estamos acercando a los dominios de la bestia porque esa es la planta donde muchas veces sombrea el barraco. Los perros le conocen la maña.

Atravesamos un claro y volvemos a la espesura del monte. Por el sol y por el tiempo, Catalán detiene la marcha al mediodía.

A un costado la tierra está revuelta, como hozada y unos trancos de pezuñas grandes, todavía frescos se pierden ñire adentro.

Pude ver entonces la tremenda serenidad que identifica al hombre con su medio. Más sabiendo que sus perros, sus caballos o tal vez ellos mismos, en un descuido pueden ser despedazados por la bestia.

El chancho podía estar cerca o muy lejos. Probablemente esto último, ya que no se escuchaba ladrar a los perros.

Y otra vez echar a andar. Por ahora con mucha cautela porque puede aparecer de pronto. Y el barraco acorralado no se compadece de nada ni de nadie que se atreva.

“No hay que dar ventaja nel monte…alguno va quedar”.

Al chancho lo acosan los perros y sangra por los ijares. Sus gruñidos son una mezcla de furia y terror.

La postura de Catalán es serena pero hay mucha rabia en el hombre. “No le de ventaja ¡Achúrelo Catalán!” y diciendo esto Gregorio, desmontan los hombres.

Había llegado el final de la bestia. Como una centella el brazo del mapuche hace un arco y la daga se hunde en el costillar del barraco.

Los perros cuidan a su dueño. Y éste con otra puñalada deja ladeada contra unos ñires bajos a la bestia, acuchillada sin asco, pagando cuentas por los perros y el ternero.

“No hay que dar ventaja en el monte…alguno va quedar”.

No hubo sensación de tiempo. Los hombres del monte son así nomás. Le dejé el caballo a doña Rosa, bajé el faldeo y el Quenquentreu me brindó la frescura de sus aguas.

Las casas de madera en las afueras del Bolsón me recordaron la niñez de otras afueras y en otro pueblo.  Sólo que esta vez  sí podía hablarse de los dueños del monte.

Las sombras ya han cubierto la cuesta de la montaña: el Azul, el Piltriquitrón, el Paleta.

El viejo camino que bordea la tierra agreste de los Nahuelpan, me muestra la silueta orrosa y cansina de un “tirador del leña”.

“No hay que da ventaja en el monte… alguno va quedar”.

Para dar una mayor amplitud a esta nota se puede leer escuchando el hermoso tema de don Abelardo Epuyén: “Cazando jabalíes”.

Texto: Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta

 

 

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