Guillermo Hudson, un verdadero aventurero en Viedma y Patagones entre 1871 y 1872

 

Desde los primeros años de su infancia transcurrida en la pampa argentina, Williams Henry Hudson (1841-1922), estableció un contacto profundo con la naturaleza, en especial con las aves, los árboles y las plantas, temas sobre los que posteriormente se lo consideró como un destacado especialista.

En el año 1871, mucho antes que la expedición militar de Roca llegara a estas costas rionegrinas, tuvo la oportunidad de conocer otra realidad geográfica sobre la que había escuchado hablar en la casa de sus padres, así como el relato de las andanzas de intrépidos viajeros por estos lejanos confines.

Hudson fue un viajero que como otros, y con variados objetivos, en el transcurrir del siglo XIX estuvieron en estas márgenes cuando todavía Patagones era “El Carmen” y Viedma solamente “Mercedes”, ya que la división de las jurisdicciones del antiguo fuerte del Río Negro se realizó en 1878 y estos lejanos poblados pasaron a formar parte de Buenos Aires y de la Gobernación del Territorio Nacional de la Patagonia, respectivamente.

Su obra entre científica y literaria ha cautivado a miles de lectores de todas las edades, tanto en la Argentina como en Inglaterra, país al que regresó definitivamente a los 32 años.

Pero transcurrido algún tiempo el propio estilo de Hudson aplicado al relato de determinados acontecimientos y el protagonismo de personas señaladas de una manera innominada favoreció que la consulta de su obra dejara algunos interrogantes, puntos suspensivos y dudas irresueltas.

Algunos de los investigadores de su trabajo “Días de ocio en la Patagonia”, afirman que el autor “fue un especialista en no dejar huellas de sus andanzas”, “tenía fobia a sus biógrafos”, y otros que “desde la lejanía de Inglaterra escribía más para sus connacionales, que para los argentinos e incluso para sus ex convecinos de la región durante su prolongada convalecencia y el proceso de curación de la herida de bala en su rodilla”.

 Precisamente ese accidente ocasionado en una frustrada partida de caza obligó a Hudson a postergar actividades planificados de antemano y dilatar su tiempo en el valle inferior del río Negro y Patagones, lapso que aprovechó al máximo y que significaron que aquellos “días de ocio” forzados, de los que tanto usufructuó, sirvieran para ser utilizados en el título del libro que inmortalizó sus extensas jornadas en la Patagonia.

 En este tiempo de pandemia, fenómeno que duplica la natural vocación de la lectura, el autor de estas líneas ha tenido la oportunidad de consultar un trabajo escrito por Emiliano J. Mac Donagh, titulado “150 años de Evolución Científica Argentino Británica”, impreso por la Comisión Científica de la provincia de Buenos Aires.

El autor de esa investigación viajó en 1937 especialmente para recorrer Viedma y Patagones y reunirse con integrantes de la pequeña colectividad inglesa de la región para investigar el itinerario de Hudson y exhumar datos de aquellos que lo conocieron y lo trataron, así como el relevamiento de los lugares en los que apreció y vivió.

El contacto personal del inquieto viajero con contemporáneos y parientes, o menciones de lugareños que conocieron a Hudson contribuyeron a pasar en claro varias cuestiones que posibilitaron completar algunos casilleros vacíos del atractivo entramado literario de “Días de Ocio en la Patagonia” y otorgarle así identidad plena a protagonistas importantes que nunca fueron seres anónimos o desconocidos.

Al respecto, relata Mc Donagh el diálogo mantenido con la señora Beatriz Mulhall de Buckland, en la estancia de esa familia a 30 kilómetros de Viedma, “que fui informado que Ernesto Buckland, que había  sido su esposo ya fallecido  en 1932, no era otro que aquel joven inglés de espíritu inquieto y de gran habilidad para las tareas manuales, quien logró trasladar a Hudson, inmediatamente de producido el accidente por un disparo casual en la rodilla y  transportarlo en el carro de una vecino para su atención médica en la Misión Inglesa”.

Hudson hace referencias reiteradas a las atenciones que le prestara el médico y pastor evangélico Jorge Humble, muy respetado por la comunidad de las poblaciones ribereñas del rio Negro, pero fiel a su estilo, si bien reconoció las atenciones recibidas y su posterior curación, omitió su nombre y apellido.

Su estadía allí se presume que resultó prolongada y un período de auténtica felicidad para Hudson que tuvo el argumento para la práctica de una vida casi solitaria, y bucólica, en pleno contacto con la naturaleza.

Hizo coincidir su temporal limitación física de utilizar un bastón para observar los pájaros y las alamedas que rodeaban la quinta sobre el río de la Misión.

Con posterioridad a la visita de la familia Buckland, Emiliano Mac Donagh siguió las huellas de Hudson.

Si bien obtuvo el dato sobre la cabaña que utilizaba para las cacerías, que habría pertenecido a Ventura Crespo, descendiente de una antigua familia de Patagones, no logró ningún indicio sobre el presunto naufragio que habría protagonizado 30 kilómetros aguas arriba del río Negro.

Pero gracias a los recuerdos de Jorge Humble, hijo del médico que atendió a Hudson, sostiene Mc Donagh, “hemos podido situar donde nuestro hombre pasó sus horas de convaleciente contemplando lo árboles y sus aves, y sobre todo la inquietud de las golondrinas acostado en el pasto, cerca de la orilla del rio”.

Y agrega “los árboles viejísimos, que rodean la quinta ribereña de Humble señalan el seguro sitio de aquellas holganzas y cavilaciones que le instaron a escribir “Días de ocio en la Patagonia”.

Texto: Omar Nelson Livigni, periodista de Viedma y Carmen de Patagones, director de la agencia de noticias APP

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