Lo que perdura en el tiempo es el campo y sus habitantes. Gauchos, sacrificio y sudor

 

Si algo ha perdurado en el tiempo es el campo y sus habitantes. Gauchos formados a sacrificio y sudor, a soledad e incontables amaneceres.

Y es que perdurar o existir siendo uno con el campo no es poca cosa, sobre todo cuando los fríos y calores castigan o cuando el olvido y la escasez golpean la puerta de tu rancho continuamente.

Perdurar gracias a pequeñas rutinas, como la de conversar con uno mismo, con el caballo o ese perro fiel compañero de andanzas.

La de conversar con uno mismo si, intentando convencerse de que este año será mejor, pidiéndole a Dios de madrugada que la sequía no llegue ni tampoco las grandes nevadas que perjudican tu pequeño capital.

Cantar una milonga mientras arreglás un alambre, sacás agua, tomás un mate o te cocinás un pucherito.

Seguir adelante pese al insistente progreso que amenaza tu labor y desprestigia y juzga tu forma de vida, tu crianza, tus pensamientos.

Avanzar manteniendo la alegría porque pese a los malos momentos que da la vida, el campo, los animales y el gauchaje amigo ya son parte de algo que no cambiarías por nada.

Es admirable mirar hacia los campos argentinos y ver gente fiel a sus raíces, buscando progresar con esos trabajos ancestrales como la ganadería, el amanse, la esquila.

Caminito sin fin, pasos invisibles pero firmes que dejan legados eternos.

Porque por cada gaucho que se ha ido, llega otro andando esos mismos caminos con una canción y una oración constante a Tata Dios quien se encarga de no hacer morir jamás nuestra cultura gaucha.

Texto y foto: Luciana Mirán (Viedma)

 

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