Oficios de otros tiempos. ¿Quién se acuerda del colchonero? ¿Y del afilador callejero?

Hay oficios que el tiempo, que es inclemente, se ha llevado para siempre y hoy algunos pocos memoriosos se acuerdan de esos verdaderos personajes del barrio.

Con mi hermano, en el barrio La Falda de Bahía Blanca, vivimos esa vieja época donde estos habilidosos trabajadores llenaban de magia la mañana, ante nuestra mirada asombrada de niños.

Cuando venía el colchonero era toda una fiesta. Trabajaba en un pasillo de nuestra casa si el tiempo estaba bueno y era una maravilla ver como abría las fundas de almohadas y colchones y sacaba la lana apelmazada por el uso. Luego en un aparato generalmente artesanal munido de púas y con su movimiento de ida y vuelta la iba escardando para después volver a utilizarla. Nosotros admirábamos la destreza de sus manos y nos atraían las diferentes agujas (de colchonero) que utilizaba para su trabajo.

Otra cosa era el afilador callejero que, montado en una bicicleta que también era su mesa de trabajo, se anunciaba con las notas hermosas de una siringa o sea de una flauta. Cuando la escuchábamos ya sabíamos que era el afilador, para alivio de querida madre que siempre rezongaba por los cuchillos desafilados. La redonda piedra de afilar giraba impulsada por una polea y las chispas saltaban locas de contentas. Casi siempre mi madre, que era modista, le confiaba sus tijeras, a las que cuidaba y quería mucho. Después supe que el dios Pan también hacía sus travesuras con una flauta al igual que el famoso flautista de Hamelin. Hoy es raro ver a un afilador aunque en Las Grutas uno más moderno ofrece sus servicios siempre necesarios.

Colchoneros, lo que se dice colchoneros, ya no hay y sus artefactos son piezas de museo.

Otro oficio perdido que yo supe conocer quienes lo ejercían eran los llamados “tacheros” que arreglaban ollas, pavas y otras piezas de cocina. Igual que los merceros ambulantes que pasaban un día determinado del mes con su valija de baratillas.

Casi vecina a la casa de mis padres vivía un señor mayor con su familia cuyo oficio era confeccionar y vender escobas y plumeros (lo conocíamos como el escobero) que venía por los diferentes barrios de la ciudad y que transportaba con un hermoso carro de tracción a sangre. Era una postal ciudadana.

Otros que utilizaban carritos con tracción a sangre eran el panadero, el sodero, el frutero y el lechero todos ambulantes y que pasaban todos los días. Sus pintorescos caballitos sabían el recorrido de memoria. Me acuerdo que los sifones eran de vidrio muy grueso, cabeza de metal y de color verde o azul. Mi padre le echaba soda al vino clarete, que ya poco se ve. El lechero con sus tarros trasvasaba la leche tan necesaria que después mi madre hervía en los “hervidores” que también cayeron en desuso.

Los compradores de metales, aluminio, vidrio, bronce, cobre, papeles y cartones eran recurrentes con su característico vocerío y el regateo con las vecinas. Hoy se ven en modernos camiones recorriendo todavía los pueblos.

Los heladeros eran una fiesta y los vendedores de diarios y revistas también era ambulantes. Mi padre compraba “La Chacra” y para nosotros el “Patoruzú”. Para mamá el “Nocturno”.

Alguien, pregunto, mayor de sesenta años ¿Se acuerda de algunos otros?

 Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta

 

 

 

 

 

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