Cuando robaron los huesos de Belgrano. Murió en la extrema pobreza.“¡Pobre Patria mía!”

Tal vez, Manuel Belgrano fue el valor más puro y abnegado de los hombres de Mayo. Abogado devenido en militar, su vida estuvo llena de infortunios. Sufrió en carne propia el escarnio de sus propios camaradas y murió como ya se sabe en la extrema pobreza y con el silencio de los grandes medios. Solamente uno de los periódicos del incansable Padre Francisco de Paula Castañeda le dedicó una sentida necrológica.

Falleció en uno de los días más tristes de la historia argentina, en plena anarquía, conocido como el “día de los tres gobernadores” y sus últimas palabras fueron: “¡Pobre Patria mía!”

Un mármol de su cómoda sirvió de lápida a su tumba y su reloj de bolsillo sirvió para pagar lo adeudado a su médico.

Conoció muchos sinsabores como el de ser destituido de su cargo en Ejército y ser llevado preso como un delincuente a Buenos Aires.

En su ameno libro “Trayectos póstumos” (que tengo dedicado) el Dr. Omar López Mato agrega otro detalle casi desconocido pero no menos vejatorio hacia el prócer, a pesar de estar ya fallecido.

En “La diáspora ósea de Belgrano” relata lo siguiente:

“Belgrano murió en la misma casa donde había nacido. Prisionero tras una revuelta en la provincia de Tucumán, fue enviado engrillado a Buenos Aires, por el infame capitán Abraham González. La fiebre de la malaria, su sífilis estudiantil y el desencanto de las guerras entre hermanos, lo condujeron a la suerte final. Cuidó de él en sus últimos momentos el fiel doctor Redhard a quién el general dejó su reloj, en agradecimiento”. Belgrano fue enterrado en el atrio de la iglesia de Santo Domingo. Le hubiese correspondido un lugar más cercano al altar, por las generosas donaciones que su familia había hecho a la parroquia. Pero su fama de masón lo relegó a un sitio más apartado. Su sepelio pasó inadvertido. Solo el periódico del litigioso padre Castañeda anunció su muerte, en la ciudad convulsionada durante ese fatídico 1820 –el año de los tres gobernadores-. Debió usarse como lápida el mármol de una cómoda, a falta de dinero para un entierro más digno”.

“Pasados los años se agigantó la figura de este notable abogado devenido en entusiasta general. La historia le devolvió la gloria y la gloria, un postrer reconocimiento. Le fue encomendado al escultor italiano Ettore Ximenes hacer el glorioso monumento que portase sus restos. El 20 de Junio de 1903 se retiró la lápida que lo cubría y uno a uno fueron extrayendo sus huesos para depositarlos en el nuevo sarcófago. Las autoridades en pleno asistieron al acto, interesadas en este póstumo homenaje”.

“Como al pasar, el Doctor Estanislao Zeballos, canciller en ese entonces tomó algunos de los huesos de la mano (los huesos del carpo, esos que hacen dudar a los aplicados estudiantes de medicina), se los extendió al general Ricchieri, omnipotente ministro de Guerra. Se miraron y como distraídos, se los llevaron al bolsillo de sus sobretodos. Terminado el acto, pensaron que nadie se había percatado de esta inocente toma de souvenir. No fue así. Al día siguiente los periódicos se hicieron eco de la sustracción. Obligados por la opinión pública devolvieron los huesos desviados de su definitivo reposo”.

Para finalizar esta breve nota diremos que tuvo don Manuel un hijo con la hermana de doña Encarnación Ezcurra, María Josefa, que fue criado por Juan Manuel de Rosas y se llamaba Pedro Rosas y Belgrano, siendo después un destacado militar.

Otra curiosidad fue el largo nombre que portaba: Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano.

Lo de los colores de la bandera por él enarbolada, merece otra nota, pero no fue tomada por los colores celeste y blanco del cielo como se nos enseñaba sino de la cucarda de los Patricios y estos de la banda de los Borbones.

Hoy, pasado el tiempo: ¡Cuántos Manuel Belgrano le haría falta a nuestra querida Patria”.

Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta (Río Negro)

 

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