El Bajo del Gualicho mete miedo. Bolas de fuego, huesos que caminan solos, hechos extraños

 

El escritor y poeta Floriano López, nacido en el entonces Paso Peñalva, actual Pomona, y radicado en Lamarque, ha recopilado historias y leyendas del Valle Medio y en especial del Bajo del Gualicho, habiendo conocido personalmente al salamanquero Bernabé Lucero, toda una leyenda de la región.

Solía contar Floriano que hay “ciertas cosas que no son naturales en cantidad de lugares y en esta zona también, de misterios, de aparecidos. Por ejemplo, la mentada “tranquera de las ánimas” donde por la noche se aparecen sus custodios, pero es en vano, desaparecen con la claridad del día”. Por esos sucedidos alguna gente de campo ha llegado a perder un poco la razón”.

Acota López que “por ejemplo en el Castre, de la Julia yendo para Conesa ahí se aparece un cura leyendo la Biblia todas las noches, pero desaparece en el aire. Lo ha visto muchísima gente que después de noche no pueden dormir. Según mi padre, era un sacerdote muy bueno que misionaba en el lugar. De noche hay ruido de cadenas, puertas que se abren, ventanas que se cierran”.

“En Colonia Josefa donde yo me crié hay una casa donde uno está durmiendo a la noche y siente que en la cocina le tiran todas las cosas al suelo, los platos, las ollas, ruedan por todo el piso; pero uno se levanta y está todo quietito”.

Floriano atribuye todos estos episodios a la temible Salamanca del Bajo del Gualicho. Y ha recopilado los relatos donde se enseñorean las famosas y recurrentes “luces malas”, que en el Gualicho proliferan con mucha mayor intensidad.

 “Correr una bola de fuego sobre el río Negro no es nada natural, como su fuera un fútbol que corre no por la ribera sino por el centro del río y se desplaza. Dirán que es por la fosforescencia de huesos enterrados pero yo no creo porque hay infinidad de anécdotas que a uno lo hacen temblar de miedo.

 “Cuando yo era niño, una noche ya tarde, sentimos llorar un bebé, más o menos a cien metros de la casa, dentro de una mata de alpataco, grandota la mata y ahí lloraba. Mi mamá en ese tiempo tenía  23 años y había cuatro hermanitos, todos lloraban… Yo no entendía mucho porque era medio chico, entonces mamá dice: ese es un angelito que está pidiendo que le recemos y que le prendamos una vela. Buscó todas las cosas, una lata para que el viento no la apagara, prendió la vela, buscó un santito, nos hizo arrodillar a todos, rezamos y nunca más sentimos ese llanto”.

“Son cosas que a veces pasan, pero existen, se ven, o se notan por lo menos si no se ven. Ese episodio lo viví yo, igual que la “luz mala”, antes me asustaba pero ahora no”.

“En una oportunidad andábamos cazando martinetas con mi papá y me prendía de sus bombachas, me quería meter entre las piernas ¡mi Dios! Se había aparecido una luz grande como un ovni. A la noche no podía dormir, temblaba, temblaba y temblaba”.

Antiguos pobladores del Gualicho afincados en Valcheta cuentan sucedidos relacionados con la temidas “luces malas”.

“He visto esa luz mala que pasa por atrás del corral, y no era todas las noches tampoco esa luz, no sé si era jueves o viernes, pero pasaba esa luz rozando”.

“Luces he visto” dicen los pobladores del Bajo. Historias de aparecidos, de espantajos, viejos mitos que conviven con la realidad. Noches sin luna, bebés que lloran, tirones de las pilchas que despiertan a los que duermen, voces que aparecen de la nada, música en medio de la soledad de los campos, anchimallenes que buscan a los incautos…

El gran Bajo del Gualicho, una de las mayores depresiones del país, guarda sus misterios, su historia signada por su mismo nombre: “Gualicho”, deidad maléfica que rige la vida de sus habitantes.

 

 Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta

 

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