Lugares de Río Negro: Somuncurá, la meseta del silencio. 25.000 km2 con muy poca gente

La revista Lugares cumplió 30 años. Tres décadas de andar por rutas y aeropuertos, de abrir tranqueras, tomar fotos, vivir la experiencia de un destino y volcarlo por escrito para compartirlo con sus lectores. Con motivo del aniversario, sus cronistas aceptaron el desafío de elegir solo uno de sus viajes favoritos y evocarlo en pocas líneas. Una selección de sitios no evidentes que recuerdan con fervor. En este caso, la Meseta de Somuncurá, al Sur de la provincia de Río Negro.

Primero, hay que llegar a Los Menucos; después, a la conclusión que en el confín Centro-Sur de Río Negro hay un abajo y un arriba. La estepa y una meseta. Abajo, el pueblo, las problemáticas del ganado y de la fauna salvaje; la riqueza de los fósiles (montañas de ellos), las pinturas rupestres, los rastros tehuelches.

Eusebio Calfuquir es uno de los únicos tres habitantes de la meseta, un dominio inmenso de 25.000 km2, donde hay cuevas, molles y guanacos.

El arriba: 25.000 km2 de piedras basálticas por encima de los mil metros de altura, donde sólo viven tres personas: Gregorio, por su lado; a mucha distancia, Eusebio y Nelly, ganaderos, de origen mapuche él y tehuelche ella.

Caminamos bajo su custodia sobre un suelo fragmentado como si lo hubiesen roto a mazazos. Nos reconocimos en la intimidad de su casa, en la sencillez de la mesa bien nutrida, en las conversaciones sobre esto y aquello, en el descanso al abrigo de una manta de telar.

En la meseta hay cráteres que el agua de lluvia convirtió en espejos azules, hogar de paso de aves migratorias. El sol se esfuma y la bóveda negra todo lo devora bajo el fulgor estrellado de las noches. En los 25.000 km2 de la meseta, tres almas.

Eusebio y Nelly bajan al llano una o dos veces por semana. No conocen el ocio ni el estrés. ¿Y si nos quedamos? Alucinábamos con Paula, la fotógrafa. Hay tanto para mirar, observar, escrutar el jardín botánico natural que tapiza el pedregal ilimitado, hurgar entre las migajas del antiguo picadero tehuelche. Dicen que SomuncurÁ significa “piedra que suena”. ¿Habrá nacido aquí el nombre? Misterio.

Porque allá arriba, salvo la música del viento y la del acordeón de Gregorio, todo es silencio dentro del silencio, energía poderosa.

 

Texto: Rossana Acquasanta, directora editorial revista Lugares, de La Nación, Buenos Aires

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