Nació en Guardia Mitre y vivió en Patagones: Mirta Miller, la jardinera de Hilario Ascasubi

Muchos la conocemos como la Rusa o la flaca Miller, pero poco sabemos su verdadero nombre: Mirta. En esta oportunidad les voy a contar sobre la vida de una de las mujeres más trabajadoras de Hilario Ascasubi.

Toda su vida estuvo cargada de trabajo y sacrificio. Si se compromete a hacer algo, lo hará sin que nada se interponga, su responsabilidad es intachable. Vive en Hilario Ascasubi, ciudad situada al Norte de Patagones, desde hace varios años y se desempeña como jardinera cortando el pasto y arreglando los patios de muchos vecinos de la localidad.

Muy querida por todos por su perseverancia y dedicación a un trabajo que le permitió crecer y romper estereotipos cuando dicen que este tipo de trabajos es para hombres, pues no es así y acá lo demostramos con la historia de esta mujer que cambió su vida para siempre sanando su dolor con las plantas.

Cuidar plantas y rodearse de espacios verdes puede brindar una paz que con pocas cosas se pueden conseguir. Estar entre las plantas te libera del estrés, purifica el aire, anima el ambiente. Pero tener el don para cuidar de las plantas es otro tema, ya que no todos lo tenemos; no todo el mundo tiene manos verdes o esa habilidad especial que parecen tener algunas personas, sobre todo aquellas que han pasado por momentos difíciles a lo largo de su vida y encuentran todo lo que necesitan pasa sanar sus heridas entre las hojas y las flores.

Esta es la historia de Mirta Virginia Miller, un personaje muy peculiar de nuestro pueblo, digo peculiar en el buen sentido, porque ella es una mujer que se reinventó y supo salir adelante sola y sin andar demostrando por la vida lo que los demás querían ver de una mujer. Se plantó ante los demás, literalmente, y demostró ser muy buena manteniendo patios sin desestimar ningún tipo de esfuerzo, desde hacer fuerza con sus manos y brazos hasta convertir cualquier baldío en un vergel.

Hace unos días fue su cumpleaños y me “invité” a su casa para hacerle este reportaje, que se convertirá en un pequeño homenaje para una mujer incansable y de la que estoy segura, no hay otra igual.

Nació el 8 de noviembre de 1953 en Guardia Mitre, un pueblo chico a la vera del río Negro. Sus abuelos maternos tenían una chacra en una de las islas del río. Su mamá se llamaba Virginia Sixta Muller y su papá Francisco Miller, ambos eran argentinos pero hijos de inmigrantes europeos.

Si vamos a hablar de los antepasados de Mirta, podemos nombrar, por un lado a sus abuelos paternos que eran inmigrantes rusos, habían venido en barco escapados de la guerra y el hambre, pero en sus anécdotas contaban que durante el viaje hubo una epidemia en el barco y el que moría era arrojado el mar, así como si nada. Ellos lograron salvarse y se asentaron en Caseros, cerca de Buenos Aires y al tiempo se fueron a vivir a Patagones, viajando en carreta y haciendo postas en distintos lugares.

Por otro lado, sus abuelos maternos que eran vascos franceses. Su abuela materna era partera y ayudaba a las mujeres del lugar a parir a sus hijos. Tenían una chacra en una de las islas que forma el río, allí cultivaban viñedos y producían vino para vender.

Sus padres se conocieron en una fiesta de carnaval en Patagones, la primera vez que Francisco vio a Virginia, ella estaba bailando con otro muchacho, pero eso no le impidió sentir amor a primera vista, el flechazo fue mutuo y a partir de allí no se separaron nunca más. Esa mezcla sanguínea entre Rusia, Francia y el País Vasco que lleva Mirta en sus venas tal vez son el motivo de su buen estado físico, aunque demasiado delgada, sus manos fuertes, su buena altura, su personalidad potente que la caracteriza, ya que es una persona de pocas palabras, aunque creo que todo depende de con quien hable y con quien se siente en confianza.

Mirta es la menor de cuatro hermanos, dos varones y dos mujeres, el mayor vive en Pedro Luro y la segunda y el cuarto en Bahía Blanca, su trato con ellos es bastante distante, pero Mirta no dio detalles de eso. Ella recuerda a su madre bordando tabaqueras para vender, según ella bordaba como los dioses. “Yo no salí a ella en ese aspecto, pero si me dediqué a la costura porque fui modista muchos años de mi vida,” nos cuenta.

Ella junto a su familia llegaron a San Adolfo cuando Mirta era muy chica; al principio se asentaron en “El Sabal”, así se denominaba este lugar cerca de la Estancia San Adolfo en el lugar conocido como la Colonia 3. Tiempo después les dieron una chacra en la zona de La Colonia 1. Dice: “Perón expropió todos esos campos que eran de los Luro y se los fueron dando a las familias que se anotaban, por suerte nos tocó a nosotros y gracias a eso pudimos progresar trabajando en el campo”. Sembraban papa, ajo y a veces su padre se iba a trabajar a otros campos. Mirta viajaba a caballo todos los días a la Escuela de San Adolfo, recuerda que en el patio había un palenque donde se ataban los caballos y al llegar se tenía que sacar los pantalones y ponerse pollera y por encima el guardapolvo tableado y almidonado impecable que se dejaba de lunes a viernes en la escuela y los fines de semana se lavaba y planchaba en la casa. Allí Mirta hizo hasta séptimo grado.

A los 22 años vivía con una tía en Pedro Luro y allí conoció a David Villarroel, quien luego se convertiría en su esposo. En esos años David estaba perdiendo la vista, después de una cirugía que había tenido, se estaba quedando ciego y andaba buscando una dama de compañía, aunque su tía desconfiaba del señor que ya tenía 40 años, autorizó a Mirta a ir con él a vivir a Mayor Buratovich. Los primeros años Mirta lo cuidaba y lo asistía, según cuenta era muy buen electricista y dactilógrafo, había estudiado de joven ambos oficios, además trabajaba para una empresa de refrigeración y electricidad. Con el pasar del tiempo se enamoraron y un día decidieron casarse.

Permanecieron juntos más de 24 años hasta que David falleció  y con una profunda tristeza, un año después Mirta debió tomar la importante decisión de dejar la casa e ir a vivir a Bahía Blanca. Allí comenzó a trabajar con una familia y se alquiló un departamento. Trabajó como dama de compañía de una chica de 30 años y su familia con quien viajaba de vacaciones a Monte Hermoso con todo pago, pero su deber era asistirla, cuidarla y acompañarla.

Sus padres, ya mayores se habían mudado al pueblo, a Hilario Ascasubi habitando la casa que hoy ocupa Mirta. En el 2001 su mamá se enfermó, así que Mirta decidió venir al pueblo a cuidar a sus padres. Tiempo después falleció Doña Virginia y en 2005 falleció su papá, Don Francisco. De su mamá recuerda que cenaba y se acostaba demasiado temprano: “Tipo 8 había que estar durmiendo”, nos dice. Y de su papá lo recuerda con tanto amor que se emociona así que no le quise preguntar mucho más.

Su pasión por las plantas comenzó después cuando se quedó sola, empezó cortando el pasto como un hobby y como una manera de ganarse unos pesos. Iba de casa en casa con una carretilla, una pala, un rastrillo y una maquinita de cortar pasto. Cuando dejaba las herramientas en algún patio, se transportaba en bicicleta, a la que luego le adicionó un carrito.

Con el tiempo, su emprendimiento fue creciendo y logró comprarse una Zanella 110 con cambios y como no sabía manejarla la llevó caminando hasta su casa. “De a tiro me la tuve que traer”, recuerda. Ese día contó que se llegó hasta el negocio de la familia Weimann para pedirle a Lito que le enseñe a usarla, éste muy confiado se subió y salió andando por el pueblo, “al tiempo me entero, que al verlo pasar en moto nueva muchos creyeron que la moto era de Don Weimann y fueron a apostar a la quiniela con el número de patente y ganaron,” así recuerda sonriente Mirta.

Luego le incorporó a la moto un carro para transportar las herramientas pero se complicaba andar por la calle y a veces la Policía le llamaba la atención.

Tiempo después compró una moto con tres ruedas con carro incorporado, era de color amarilla, flamante, y con ella el trabajo se hizo un poco más fácil, era tan pintoresco verla pasar por el pueblo con su equipo, que Néstor Bellini siempre la obligaba a desfilar en los actos de aniversario del pueblo.

Llegó a tener tractores para cortar el pasto y hasta un motocultor para arar la tierra y emparejar el nivel de los patios. Se acuerda de aquella vez que se fracturó dos costillas al quedar atrapada entre el motocultor y un árbol, cuando al hacer marcha atrás se apretó con la manija del aparato.

“Sentí el golpe pero pensé que había sido leve, anduve un tiempo dolorida pero me ponía aloe vera creyendo que se me pasaría, al tiempo empecé a notar que me costaba respirar hasta que mis propios clientes me retaron y me mandaron al doctor, y bueno al verme me dijo te fracturaste dos costillas, así no había sido un simple golpe. Hice reposo y me recuperé bien”, recuerda Mirta, aunque sintiéndose culpable por dejar trabajos sin concluir.

Hoy su emprendimiento cuenta con su último modelo, una Motomel Cargo bien preparada para transportar todas las herramientas necesarias. Le cuesta nombrar a todos sus clientes, la mayoría muy fieles y que la contratan desde siempre, porque dice tener más de 20 y no sólo mantiene los patios y jardines de vecinos del pueblo sino que atiende algunos en la zona rural. Es incansable, por donde se la mire, suelen retarla por quedarse trabajando hasta altas horas de la noche. “Si me deja algún cliente se me agregan 4 ó 5 más y así sucesivamente, así no me hago mucho problema”, dice confiada y agradecida. Hace todo para embellecer los jardines, desde la siembra hasta la poda, “lo único que no sé hacer es podar rosales, pero después todo lo demás, arar, emparejar, nivelar el terreno, sembrar el pasto, rastrillar…”.

Tiene en el fondo de su casa un jardín hermosísimo repleto de flores, arbustos, cactus, de todo, hasta un viejo Aguaribay o Gualeguay en uno de los rincones como centinela de sus largas noches bajo las estrellas, cuidando y regando sus plantas una por una. Es un lugar mágico, como sacado de un cuento. Está decorado en todos los rincones con herramientas y cosas en desuso que le dan un toque sin igual a cada detalle, hasta tiene una vieja fragua que perteneció a su familia, “en el campo había que tener de todo para poder trabajar,” El jardín es digno de una visita guiada, porque cada cosa está puesta con un porqué y un para qué… Es realmente un lugar de ensueño, obviamente impecablemente cuidado y prolijo.

Mirta es todo un ejemplo de superación, su vida es bastante sencilla y solitaria pero el cigarro y las plantas son su mejor compañía. Es muy querida por la gente del pueblo, suele regalar ramos de flores hermosas que cosecha para que sus amigos decoren sus casas. Con solo cruzar una palabra con ella ya te das cuenta que es muy solidaria y buena gente.

Ese rato que compartimos fue hermoso, había armado una mesa con mantel en un costado de su bello jardín, nos convidó con cosas ricas, había mate y hasta una torta de frutillas con velita y cartel de “Feliz Cumple”. Obviamente,prendimos la vela y le cantamos la canción festiva.

Mientras charlábamos su teléfono sonaba a cada rato y ella feliz y agradecida respondía a los saludos de sus clientes y amigos: “Bueno te dejo porque me están haciendo un reportaje”.

¡Gracias Mirta! Fue un placer charlar con vos…

Un agradecimiento especial a

Romina Rapisarda

quien me ayudó a coordinar la entrevista con Mirta.

 

Texto: Noelia Sensini

 

Fotos: Noelia Sensini y Romina Rapisarda

 

 

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