Dionisio Manfiqueo es un poblador del paraje “Las Mochas”, en el interior más interior de la provincia de Río Negro. Vive a la intemperie de toda soledad cuidando el pequeño capital de su majada de chivos, que es el único y escaso bien que le queda.
Su hermano Santiago hace tiempo que se fue del
lugar a buscar mejor suerte en Valcheta, donde se encuentra afincado realizando
changas de todo tipo. Como Dionisio nunca supo bajar los brazos le pelea a la
vida trabajando fuerte y de cualquier cosa. Se fue cansado de tanta lucha y
porque sabía que el campito no daba lo suficiente para vivir los dos.
Dionisio soportó el frío inclemente de los
inviernos y el viento helado que se hace sentir en esos lugares perdidos de la
mano de Dios. En verano en cambio el sol implacable parece achaparrar más las
escasas plantas de la estepa y reverbera por los riscales resecos de las
picadas.
A veces en las tardecitas después de encerrar los
animales Dionisio saca la acordeona de su estuche y toca trabajosamente algún
valseado. La música lo distrae de tantas amarguras pero en otras lo pone triste
porque se acuerda de su padre. En sus manos sí que la acordeona parecía que
hablaba. Eran tiempos felices. La hacienda crecía a cada señalada, la lana
tenía precio, con la esquila se podían pagar las deudas de todo el año
contraídas en los comercios del pueblo, la potrada estaba gorda y casi nunca
faltaba un chivito dorándose al asador.
Y sobre todo porque llovía. Parecía que la lluvia
era una bendición de Dios que acordarse de los pobres. El campo estaba lindo,
había pastos y las aguadas llenas. No como hoy que está todo seco, con
remolinos de polvo y hasta la sabandija pequeña implorando un poco de agua.
Pero no hay nada que hacer, hace años que no llueve
lo necesario. Ya nada da para más: ni los animales, ni los campos, ni la
paciencia de los pequeños crianceros como Dionisio.
La vieja camioneta F 100 está arrumbada en el
galpón. Ya ni cubiertas tiene. Y si las tuviera; ¿de dónde sacar el dinero para
viajar hasta el pueblo? Suerte que se tiene buena salud, sino…
El Ente de Desarrollo de la Región Sur nació para
eso: Para solucionar y aliviar las dificultades que los pequeños productores
enfrentan a diario, pero de nada ha servido.
¿Qué pueden hacer los técnicos ante tanto desamparo? Hay programas para todo menos para esos hombres que están perdidos en los parajes esperando tiempos mejores. ¡Maldita sequía! Sólo le quedan algunos pocos animalitos y unos perros famélicos por toda compañía.
Dionisio Manfiqueo lleva una vida dura y curtida:
tiene que cuidar los poquitos animales que le quedan, pelear a brazo partido
contra las plagas, los zorros y los pumas y a veces hasta contra la jauría de
perros cimarrones.
Suele por las tardes tomar algunos mates y freír
unas tortas fritas sin levadura mientras le queda un poco de harina y de yerba.
Y otra vez la acordeona. ¡Maldita sequía!
Dicen que la vida en el campo es linda. Que no hay
que despoblarlos y cuántas otras tonterías. Tendrían que estar en el cuerpo y
en alma de hombres como Dionisio para saber cómo es la cosa.
Por otra parte, si lloviera ¿qué solución sería?
Costaría años repoblar las majadas, volver a juntar el pequeño capital para una
subsistencia digna y sobre todo recuperar las ganas y la poca fe que queda.
Estos años no son buenos para los productores. Los
campos se van abandonando y los muchachos buscan en los poblados una mejor
forma de vida, que en tiempos de crisis difícilmente encuentran.
Los puestos se convierten en taperas y una tristeza
sin par se instala en las cosas y en la gente. Una impotencia, un bajar los
brazos y sensación enorme de sentirse solo.
Dionisio Manfiqueo ama ese lugar perdido en la
geografía rionegrina. Acá tiene los mejores recuerdos de cuando era niño, de su
madre y de su padre, de su abuelo, de su caballo favorito, de sus días de caza
de guanacos, del olor a lluvia cuando el cielo estaba encapotado.
Son recuerdos que valen mucho y que no tienen
precio. ¿Cómo abandonar el campo? ¿Por qué darse por vencido así porqué sí?
Como sus abuelos y sus padres Dionisio sabe esperar
sin quejarse. Porque quejarse es perder la dignidad y es lo único que les
queda. Esperar que los políticos comprendan la situación del hombre de campo,
esperar un poco de solidaridad, esperar tiempos mejores, esperar que llueva,
esperar…
El campo está todo árido, el viento levanta
polvaredas, los caminos casi borrados, los animalitos exangües. Hasta la
esperanza es poca en estas regiones del Sur rionegrino.
¡Maldita sequía!
Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta
Reedición
Foto Ilustrativa: Línea Sur