El cóndor pasa por Valcheta. Una recorrida por la ciudad y una grata sorpresa

Asentados de nuevo mis reales en Valcheta luego de mi estadía estival en el balneario Las Grutas, salgo a recorrer las calles de mi pueblo. Me encanta el arbolado siempre verde y acogedor, las calles de tierra donde pasa el regador, el correr rumoroso del agua en las acequias que riega quintas y jardines y el alboroto parlanchín de las loradas que me reconocen y a su manera reprochan mi ausencia.

Transito con Irma, mi compañera, el trayecto de las vías donde las paralelas parecen juntarse a lo lejos. Las chacras linderas con sus alamedas invitan al solaz de las tardes de verano. Así, entre durmiente y durmiente llegamos al pintoresco puente ferroviario, donde las aguas mesetarias del viejo arroyo saludan el paso de los pasajeros y de los viandantes. Acodados en las barandas miramos correr sus aguas que buscan la sal del Bajo del Gualicho. ¿Será cierto como dijo Heráclito, que nadie va dos veces al mismo río, o mejor dicho al mismo arroyo? Nosotros no lo sabemos, pero sentimos la cercanía de los mimbres y de los sauces siempre generosos de sombra y de frescor.

A veces recorro los bulevares y los espacios verdes donde me sorprendo con el paseo de las maquinarias agrícolas de la colonia pastoril que me cuentan un pasado de labores tesoneras.

Otras veces cruzo gozante las plazas y están cada vez más hermoseadas con los árboles trabajados por los artesanos con motosierras, y ¡Oh, sorpresa! En la plaza “San Martín” me encuentro con la grata nueva de la puesta en valor de la fuente donada hace varios años por la comunidad de San Antonio Oeste en agradecimiento de haber llevado el agua del arroyo en los trenes aguateros para calmar su sed por muchos años.

Si quiero hacer ejercicio –eso no me atrae mucho-  están los juegos aeróbicos, para los osados que son afectos al ejercicio físico. A mí más bien me gusta caminar, saludar a los vecinos y conversar un rato. En Valcheta soy un transeúnte feliz. Y me gusta que los vecinos me aprecien.

Con mucho cariño y estima visito la “Plazoleta César Painemal” y mientras miro el homenaje de mi pueblo a los combatientes me quedo pensando en la gesta de Malvinas. “Hermanita perdida, vuelve a casa” supo decir Atahualpa Yupanqui en sentidos versos.

Los bulevares son un verdadero museo al aire libre que cuenta la historia de Valcheta y de sus pioneros.

Hay estatuas, viejas máquinas, retazos de la historia local y sorprendentemente un cóndor de alas abiertas que parece volar a sus anchas por su antiguo hábitat desde los andes al mar. Pero este se ha aclimatado sobre un promontorio en el bulevar. Yo lo miro y me parece que converso con él de sus vivencias cuando era el señor majestuoso de estos cielos patagónicos.

Debe estar contento porque sus congéneres son soltados cada año en las sierras de Pailemán con una ceremonia ritual.

Su creador, el artesano Javier Mora, le ha dado vida y solo le falta volar. Ahora, hierático, custodia el lugar mientras las aguas del canal lo saludan a su paso.

Yo, de puro atrevido quise que me tomar una foto junto a él y mi amigo Salvador Luis Cambarieri nos tomó la foto que ilustra esta crónica.

¿Sería un atrevimiento pedir a los vecinos que aporten algunos nombres para bautizar al cóndor de Morita?

Lo dejo en su lugar y sigo con mi itinerario. Soy un hombre feliz.

Jorge Castañeda

Escritor Valcheta

Fotografía: gentileza Salvador Luis Cambarieri

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