Esquinas eran aquellas. ¿Y las de Valcheta, con sus parroquianos?

 

Nunca sabremos si la esquina es un punto de partida o de llegada. Pero podemos afirmar que toda esquina que se precie cuenta con su ochava, su paredón, su almacén, su despacho de bebidas. Y antes, hace algunos años nomás, su farol –tal vez mortecino como dice algún tango- y porque no su buzón carmín como aquel que está en la letra del tango “Tinta Roja”, cuando las cartas eran palomas que iban y venían.

Ahora todo ha cambiado. Ya no están las barras de amigos pasando el tiempo en el ocio del barrio. Ni la figura de los guapos –que tanto inspiraran a Jorge Luís Borges y Evaristo Carriego- recortando su estampa en la sombra del paredón. El progreso que es inclemente trajo semáforos, carteles de propaganda, cocheras grises y anodinas y hasta algún cyber con su cultura mediática, enajenada y solitaria.

Sin embargo, siempre habrá alguna esquina tradicional. Y estará aquella precisamente glosada por el negro Celedonio Flores cuando un famoso aviador cajetilla supo calzar de cross amainando los ímpetus de los bravos compadritos de aquel entonces.

¿Estará en ella  “el hombre tragedia” de Raúl Scalabrini Ortiz, esperando solo el advenimiento de la patria no dependiente? Tal vez todavía este allí espera que te espera.

Yo me recuerdo las esquinas de mi barrio La Falda en Bahía Blanca. ¿Cómo poder olvidarlas? En ellas mi infancia anduvo a destajo por sus ochavas jugando al hoyo pelota y en sus paredones sufrí los fusilamientos sin clemencia con la pelota de trapo bien mojada.

¿Estará la silla de mimbre donde don Nicola tocaba la famosa marchita con su acordeón en los años de la resistencia y que alternaba con canzonetas y tarantelas?

¿Y lindera con la esquina, estará la casa de la chica más bonita del barrio? Sólo me recuerdo su sonrisa y la cascada de su negra cabellera sobre los hombros. Y algunos que como la letra  del tango anduvieron “rondando su esquina”.

Ya no viene cansino el colectivo inclinando su estructura para frenar en ella y levantar a los pasajeros que viajaban al centro.

Ya no están mis amigos adolescentes de aquel entonces haciendo tiempo en ella antes de ir al fabuloso matinée que ofrecía a pocas cuadras el cine del club “Bella Vista”.

Se fueron aquellas del café con billares donde a través de sus vidrieras mirábamos la lluvia persistente y otoñal.

¿Dónde estarán las esquinas tradicionales de Valcheta? Esa con el cine de Yahuet, aquella con la casona de Scandroglio, con el bar de Geoffroy, esa con la Pensión El Gaucho, la esquina del Hotel Rada con su palenque de árbol petrificado, la de don Jacinto Direne con el viejo surtidor de nafta a manija, la del “Copetín al Paso, la del tradicional Bar de Jalil Dana, cuando las calles eran de tierra y pasaba el regador. Mucha nostalgia. ¿Dónde estarán esos parroquianos?

Las esquinas siempre tendrán la magia y la nostalgia de las cosas que se fueron con el paso de los años. Con sus portones, con su aroma a glicinas y cinacinas.

Las esquinas fueron una parte importante de la vida barrial y bohemia. En alguna de ellas, inquietos por las primeras citas supimos fumar nuestros cigarrillos dibujando en el humo la impaciencia de la espera y en otras nuestra infancia ganaba el tiempo entre mandado y mandado jugando con los rebotes previsibles de las pelotas de goma.

¿Dónde estará aquel tiempo perdido al decir de Marcel Proust? ¿Se habrá marchado para siempre tal vez como el sonido sin adioses de los pasos cuando se dobla alguna esquina?

Esquinas y recuerdos que solo evocan la letra de los tangos y algunos poemas. Cosas del ayer, del tiempo de María Castaña, que se fueron y ya no están más. Y chau Pinela.

 

 

Jorge Castañeda

 

Escritor

 

Valcheta

 

Reedición

 

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