He perdido la batalla con algunas vituallas que compro en negocios, necesarios para la vida cotidiana, pero que a veces en vez de simplificarla, la dificultan hasta el hastío, por eso no llego a montar en cólera, pero no me canso de quejarme.
Si compro, por ejemplo, papel higiénico, jamás encuentro la punta del rollo porque está pegada y es imposible distinguir cuando empieza, y es todo un problema.
Me quejo todos los días porque tirando de la cinta roja de los paquetes de galletitas, jamás se pueden abrir, cuando se tiene la suerte de poder asirla.
Si usted está desprevenido, como yo muchas veces al día, y está el sifón de soda recién comprado sobre la mesa y se intenta usarlo por primera vez, después de retirar el precinto, verá como con la presión que sale el primer chorro, desborda vasos y moja el mantel y a veces hasta la cara de algún comensal que está cerca. ¡Cuidado!
Y ojo, sobre todo el nuestro y los ajenos, si se descorcha una botella de vino espumante, porque el moretón será grande.
Y de las de sidra, con ese tapón de plástico, pregunto ¿Con que pinza se logra aflojar? ¡Que venga algún musculoso.
Y el trabajo de algún fortachón no habrá terminado si hay que descorchar un vino más o menos finoli, si no es de alcornoque, porque estos sintéticos, están muy apretados y son largos, muy largos, que no hay tirabuzón que aguante. Y hay algunos que hacen sudar la gota gorda –literalmente- para descorcharlos.
Y de las tapas de gaseosas, de jugos saborizados y de amargo serrano, entre otras, que están tan pegadas que por más que se ponga cara de fuerza, no se abrirán ni a palos, ni acudiendo a alguna herramienta o al agua hirviendo.
Me quejo por los libros mal cosidos o pegados que a la primera lectura cuando uno los abre bien, se deshojan como una margarita. ¡Y con lo que cuestan!!
Y a los frascos de mermelada o de dulces ¿quién le desenrosca la tapa? Y mientras lo intenta se enfrían las tostadas y el café.
Suelo penar para abrir las latitas de atún y de conservas porque por más que tiro y tiro del circulito de metal no se destapan jamás, hasta que harto ya, munido de un abridor, les gano penosamente la batalla.
Y los quesos cremosos y ese envoltorio plástico que no sé cómo se llama y que como la cáscara de una cebolla nunca se termina de sacar; un verdadero suplicio.
¿Y los envases de champú y de crema de enjuague con letra tan chiquita que cuando uno se está bañando no distingue uno de otro?
Y los paquetes de algodón que cuando se saca el primer pedacito sale como una lengua blanca y larga de casi medio metro difícil de volver a introducir otra vez.
Las latas de pintura a las que para sacarles la tapa hay que hacer todo un curso y para los profanos es una tarea casi imposible.
Mejor la termino, porque estoy demasiado quejoso y eso no es bueno para nada.
Texto: Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta