San Martín y Yupanqui, unidos por su amor a la guitarra

 

De acuerdo a registros históricos, el general San Martin era muy entusiasta de la guitarra y existen testimonios que interpretaba hermosas páginas de nuestro folklore.

Por otra parte, hay constancias que San Martín heredó el interés por el instrumento debido a su madre, Gregoria Matorras, quien lo alentó a que estudiara música y perfeccionara su aprendizaje de guitarra. Fue entonces cuando inició un trabajo en ese sentido con el gran guitarrista catalán Fernando Sor.

La jerarquía del maestro, quien fijó pautas de trabajo y que el futuro libertador aceptó hace suponer que Sor habría advertido que San Martín demostró disponer de condiciones para el instrumento que obviamente superaban los comentarios u opiniones de los conocidos y amigos, quienes expresaban palabras  laudatorias respecto de sus ejecuciones.

Según lo que contaría luego Don Atahualpa Yupanqui, recodando algunas historias atribuidas a Juan Bautista Alberdi, en 1797 San Martín se presentó ante el maestro Fernando Sor con solo 18 años y le expresó: “Señor soy un estudiante de guitarra muy irregular, pero quiero confiarme a usted en estos cuarenta días que estaré aquí, porque luego tengo que hacer otras cosas más allá de los mares.”

Cuando culminó el período de las acordadas clases, el maestro Sor entregó a San Martín como regalo un preludio en si menor que con el tiempo obtuvo celebridad, que algunos sostienen como la de su alumno.

Para ser precisos, digamos que se trató del “Estudio Nº 22” de Sor, que se conoció como Estudio Nº 5 en una selección futura del maestro Andrés Segovia, pieza muy difundida entre los estudiantes de guitarra, que pasó a ser muy conocida más adelante como “La gota de agua”.

Aquí encontramos entonces un punto de coincidencias entre San Martín y Don Atahualpa, ya que éste reconoce que esta composición influyó enormemente en sus inicios musicales.

Sobre el tema, Don Atahualpa decía que cuando comenzó con la guitarra y sin mucha disciplina este estudio “me ayudó bastante” y agrega que se lo conoce como “La gota de agua”, porque en su composición contiene un “fa” sostenido obsesivo.

Al hacer referencia a su inclinación hacia la música como también la del libertador, afirmó que en ese entonces estaba aun lejos de cruzar los mares, ya que primero haría su carrera en el ejército español

Es conocido que San Martin, más allá de ser un buen ejecutante de guitarra era amante de la música en general y valorizaba el aporte de los esclavos a los que había reclutado, por considerar que su mano de obra era muy valiosa, tanto para el trabajo urbano como agrícola.

Sostenía además que entre los negros del servicio doméstico eran muy apreciados aquellos que supieran música y destacaba precisamente esa condición y que había muchos que tocaban flauta, oboe y guitarra.

Para ratificar ese criterio, el Ejército de los Andes que integró el general, incorporó dos bandas musicales a los batallones identificados con los números 8 y 11.

Existen documentos que el músico chileno José Zapiola en 1817 entró al ejército a las órdenes de San Martín y aseguró que éste se integraba también con dos bandas organizadas, compuestas por negros africanos y criollos argentinos.

A efectos de confirmar su identificación con la música, el julio de 1817 San Martín y O`Higgins fundaron en Santiago una academia de música dirigida por el teniente Antonio Martínez, que inicialmente contaba con 50 alumnos y estaba provista de todos los instrumentos que fueron traídos de Londres y Estados Unidos

Se conocen registros que el repertorio que ejecutaban incluía danzas populares, entre ellas la Sajuriana, el Cielito y El Cuando, entre otras páginas de nuestro folklore, como así también valses y marchas.

Su apego por la música era tal, que ya cuando luchaba por la emancipación americana San Martin desarrolló la música militar para aplicarla directamente en el campo de batalla, donde los instrumentos eran decididamente un arma que permitía dar órdenes más allá de la voz humana.

Algunos historiadores afirman que era esa una herencia  de las tradiciones francesas y que consideraban que era un tanto indecoroso que el jefe militar se manejara a los gritos para conducir su tropa.

Don Atahualpa, quien se interesó por toda la carrera y luchas del general, como su inclinación y amor por la música y especialmente la guitarra, lo había rebautizado “el arreglador”, ya que cuando sus amigos y seguidores pasaban o sufrían algunas penurias, aseguran que le pedían “toque la guitarra general para arreglarnos el alma.”

Texto: Eduardo Reyes, escritor de Viedma

Las Grutas  –  Río Negro

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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