Mariana, una leyenda. En un negocio pagaba con pequeñas pepitas o piedritas de oro

Obviamente, como tantas historias que se cuentan en los lugares donde se tiene conocimiento de algún sucedido o hecho rodeado de misterio, se lo adjudica a una “leyenda”, y este es un caso que precisamente tiene ese origen, aquello que cuentan los mayores que ocurrió o nació en ese lugar.

De acuerdo a lo que se conoce al respecto, el suceso tuvo lugar en la provincia de San Juan, más precisamente en el Departamento de Pocito, aunque hay comentarios o referencias que no aseguran que haya ocurrido allí.

El relato que se conoce hace referencia que el suceso que nos ocupa pudo haberse registrado durante el siglo XVII y que la protagonista es una mujer nativa de esa zona, que se llamaba Mariana y hasta tiene su propia escultura en cercanías de la plaza de Pocito en la provincia indicada.

Los más antiguos de esa comunidad cuentan que lo que se conoce es que hace mucho tiempo atrás vivía en esa zona una mujer llamada Mariana, la que cada vez que compraba algún producto en un negocio del lugar pagaba con pequeñas pepitas o piedritas de oro.

Aseguran quienes se refieren al tema que cuando se le preguntaba a la enigmática Mariana de donde había sacado esas piedras, la mujer solo respondía que las conseguía o hallaba en un “pocito”. Esto motivó que muchas personas, ávidas por encontrar lo que consideraban un tesoro escondido, se organizaron para seguir los pasos de Mariana con la intención de encontrar también el tan misterioso como preciado “pocito”.

Para tornar más enigmática la presencia de Mariana, descendiente de originarios del lugar, supuestamente “huarpe”, siempre se la veía acompañada de un perro cuando bajaba de las cumbres al comenzar  el deshielo de las nevadas del invierno.

Vestía un descolorido turbante, un raído abrigo, varias polleras superpuestas, unas más que gastadas usutas y fumando un interminable cigarro. Entonces buscaba reparo al pie de un viejo algarrobo, sentada en sus alforjas a la vera del camino hasta donde se acercaban los niños del lugar a quienes Mariana le contaba cuentos.

Con un lenguaje extraño y algo confuso contaba historias de animales, de las montañas, de la nieve, de otros seres, de pájaros, de tesoros escondidos, de los cerros, que el auditorio infantil escuchaba con atención.

Hay quienes sostienen que el viejo algarrobo  parecía conocerla y no descartaban que lo haya plantado ella misma, ya que cuando llegaba las vainas crecían maduraban y caían cuando se marchaba.

Ya mencionamos que la codicia rondaba entre los pobladores de la región que conocían a Mariana y en varias ocasiones la ambición de los hombres motivó que la siguieran hasta los cerros, con la intención de descubrir el “pocito” del que hablaba la india donde estaba el oro.

Quienes lo intentaron no tuvieron suerte y se cuenta que uno que intentó la aventura volvió loco, desvariando y hablando de pájaros gigantes, montañas que se reían, que Mariana era más hermosa que una virgen, que encontró cavernas donde brillaba el sol al mismo tiempo que las estrellas, donde no había ni invierno ni verano, donde los animales vivían como la gente y que los arboles eran de piedra.

En su locura relató además que los animales hablaban con Mariana, quien era la reina de las aves, que a ésta le obedecían y cantaban como un coro de Iglesia.

La leyenda rescata también que una noche un grupo de españoles, guiados por el resplandor del cigarro de Mariana, dominados también por la ambición, quisieron llegar  hasta donde estaba la India bajo el algarrobo, pero al llegar se encontraron que solo estaba el perro. La sorpresa de los maleantes fue que al abrir el perro su  amenazante boca, vieron que de la misma salía el resplandor del cigarro y al erguirse se encendieron un sinfín de antorchas, por lo que huyeron despavoridos.

Tras ese episodio los desesperados y frustrados delincuentes, contaron que, mientras huían, escucharon una risa insultante que salía del algarrobo y posteriormente  esa misma noche un violento temblor sacudió la región.

Al día siguiente, Mariana ya no estaba. Nadie volvió a verla. Muchos la buscaron y buscaron el “pocito”, pero no lo encontraron y sólo quedó el nombre a ese lugar: “Pocito”.

Texto: Eduardo Reyes, escritor y periodista de Viedma

Las Grutas  –  Río Negro

 

 

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